Alberto Castillo

Nombre real: De Lucca, Alberto Salvador
Seudónimo/s: Riobal
Cantor, actor, compositor y letrista
(7 diciembre 1914 - 23 julio 2002)
Lugar de nacimiento:
Buenos Aires Argentina
Por
Roberto Selles

l particularísimo estilo de Alberto Castillo quizá tenga algo que ver con el gracejo cachador (humorístico) y arrabalero de Rosita Quiroga, Sofía Bozán o Tita Merello. Pero de ningún modo se trata de influencias; ni ellas se parecen entre sí ni Castillo se les parece. Simplemente, podríamos agruparlos —y sumar a la posterior Elba Berón— porque los une un aire común, una misma cadencia rea.

Sin embargo, cuando Castillo toma temas profundos, la ternura que les imprime es impactante. En definitiva, es una «voz que no se parece a ninguna otra voz», según precisó el inolvidable Julián Centeya. Tampoco su estilo se parece a ninguno; cuando él mismo advirtió que su particular fraseo era lo que los bailarines necesitaban —«la gente se movía de acuerdo a las inflexiones de mi voz»—, se dijo: «¡Acá está la papa!» (algo que hacía falta, que se espera con avidez), y nunca se apartó de esa manera de cantar, de ese estilo naturalmente tanguero, a lo cual debe sumarse un detalle de suma importancia: su afinación perfecta.

Alberto Salvador De Lucca —tal su verdadero nombre— nació en el porteño barrio de Floresta, en la zona oeste de la ciudad de Buenos Aires. Era el quinto vástago del matrimonio de inmigrantes italianos Salvador De Lucca y Lucía Di Paola.

Ya de pequeño demostró una afición natural por la música; tomó lecciones de violín y cantaba en cualquier lugar en que se diera la oportunidad. Cierta noche —tenía ya 15 años—, se encontraba cantando para la barra (grupo de amigos) —de la que era el menor y el más admirado— cuando pasó el guitarrista Armando Neira y le propuso incluirlo en su conjunto.

Fue ése el debut profesional de Alberto De Lucca, bajo el seudónimo de Alberto Dual, que alternó con el de Carlos Duval. Cantó luego con las orquestas de Julio De Caro (1934), Augusto Berto (1935) y Mariano Rodas (1937).

Los seudónimos lo protegieron de la disciplina paterna. Cuando cantaba por Radio París, con la Orquesta Rodas, don Salvador, su padre, comentó ante el receptor: «Canta muy bien; tiene una voz parecida a la de Albertito».

En 1938, abandonó la orquesta y se dedicó por completo a su carrera de medicina. Pero el tango le seguía tirando y un año antes de recibirse integró la Orquesta Típica Los Indios, que dirigía el dentista-pianista Ricardo Tanturi.

El 8 de enero de 1941, apareció el primer disco de Tanturi con su vocalista Alberto Castillo —acababa de adoptar su seudónimo definitivo, propuesto por el hombre de radio Pablo Osvaldo Valle—, el vals “Recuerdo”, de Alfredo Pelaia, que fue todo un éxito de venta. Un año más tarde, se recibió de ginecólogo e instaló su consultorio en la casa paterna.

De modo que tarde a tarde, el doctor Alberto Salvador De Lucca abandonaba su consultorio de señoras y corría hacia la radio para convertirse en el cantor Alberto Castillo. Todo se complicó cuando la sala de espera de su consultorio ya no daba abasto para tantas mujeres, en su mayoría, jóvenes. Había una explicación: el cantor atraía increíblemente al sexo débil y como corría la noticia de que era ginecólogo, las que averiguaban donde quedaba su consultorio corrían a hacerse atender por él. Castillo recordaba la anécdota que develaba la imparable afluencia de damas a su consultorio: «¿Está lista, señora?», preguntó a una paciente que se desvestía tras el biombo, y ella respondió en el colmo de la desfachatez: «Yo sí, doctor. ¿Y usted?»

«Esas insinuaciones no me gustaban demasiado», confesó, y terminó por abandonar la profesión para dedicarse de lleno al canto.

El 6 de junio de 1945, contrajo matrimonio con Ofelia Oneto, del que nacerían Alberto Jorge (ginecólogo y obstetra), Viviana Ofelia (veterinaria e ingeniera agrónoma) y Gustavo Alberto (cirujano plástico). Para entonces, Castillo era ya un auténtico ídolo popular.

Su manera de moverse en el escenario, su modo de tomar el micrófono e inclinarlo hacia uno y otro lado, su derecha junto a la boca como un voceador callejero, su pañuelo cayendo del bolsillo del saco, el cuello de su camisa desabrochado y la corbata floja. Todo era inusitado, todo causaba sensación, hasta sus improvisadas contiendas de box cuando cantaba «¡Qué saben los pitucos!» (del tango “Así se baila el tango”, de Elías Randal y Marvil) y algún pituco se daba por aludido.

A ello sumemos su voz y su estilo tan peculiar y nos explicaremos porque cuando, en 1944, cantó en el Teatro Alvear, la policía debió cortar el tránsito de la calle Corrientes, cosa que no se veía desde los días de la bandoneonista Paquita Bernardo en el Café Domínguez.

Eran sus inicios como solista, tras desvincularse de Tanturi en algún momento de 1943. Poco después, incorporó a su repertorio el candombe, que matizó con bailarines negros en sus espectáculos. El primero de ellos fue “Charol” (de Osvaldo Sosa Cordero), que resultó todo un éxito, tanto en Buenos Aires como en Montevideo, lo que lo decidió a seguir incluyendo páginas en ese ritmo: “Siga el baile” (de Carlos Warren y Edgardo Donato), “Baile de los morenos”, “El cachivachero” y, entre otras, “Candonga”, que le pertenece. A propósito, Castillo también es letrista; escribió, además, los tangos “Yo soy de la vieja ola”, “Muchachos escuchen”, “Cucusita”, “Así canta Buenos Aires”, “Un regalo del cielo”, “A Chirolita”, “Dónde me quieren llevar”, “Castañuelas” y “Cada día canta más”; y las marchas “La perinola” y “Año nuevo”.

La cinematografía lo convirtió en un actor sumamente natural, que debutó en 1946 con Adiós pampa mía, para continuar con El tango vuelve a París (1948, acompañado por Aníbal Troilo), Un tropezón cualquiera da en la vida (1949, con Virginia Luque), Alma de bohemio (1949), La barra de la esquina (1950), Buenos Aires, mi tierra querida (1951), Por cuatro días locos (1953), Ritmo, amor y picardía, Música, alegría y amor, Luces de candilejas (1955, 1956 y 1958 respectivamente, las tres junto a la extraordinaria rumbera Amelita Vargas) y Nubes de humo (1959).

El último éxito de Castillo fue en 1993, cuando grabó “Siga el baile” con Los Auténticos Decadentes y consiguió ganarse a la juventud de fin de siglo, tal como lo había hecho con la de los '40. Su voz continúa siendo una de las más identificadas con la canción ciudadana y, seguramente, lo será para siempre.

Originalmente publicado en el fascículo 28 de la colección Tango nuestro editada por Diario Popular.