Por
Néstor Pinsón

n alguna de mis frecuentes charlas con Osvaldo Requena, surgió su nombre y me dijo: «Agri, fue un notable intérprete de su instrumento. Hubo el tiempo de Elvino Vardaro, luego el de Enrique Francini, después el suyo». Y continúa: «¡Que se destaque la palabra intérprete!, porque eso fue lo suyo. La composición recién llegó en sus últimos años. Como director correcto en lo suyo. ¿Y sabés? no sé si sus estudios fueron de más de dos días. Por ahí estoy exagerando, pero no mucho. Fue un intuitivo notable. Utilizaba un violín de poca calidad, pero el sonido era de primer nivel. Se plantaba frente a la partitura, ya que no hacía gala de memorioso —algunos con una leída ya no la necesitan— y allí aparecía su otra virtud. Sin apartarse de lo escrito creaba sus cosas y fijate si lo haría bien, que Piazzolla, que por supuesto lo advertía, se quedaba callado la boca. Es que estaba haciendo un aporte... ¡Ah! si algún importante violinista de hoy te llega a decir que Agri no le gusta, no hagas caso, es asunto de competencia entre colegas. En este momento estoy grabando con un noneto, catorce temas que se van a editar en Japón. Empresarios de allá pusieron el dinero; veremos si llega a nuestro país. Los temas me pertenecen y el primero es mi homenaje a Antonio. Lo titulé “Agridulce”, como es para dos violines, junté a su hijo Pablo y a Fernando Suárez Paz».

En el Libro del tango, de Horacio Ferrer, encontramos algunas precisiones sobre sus comienzos. Su maestro de música en Rosario, su ciudad natal, fue Dermidio Guastavino. A los quince años, debutó profesionalmente en la provincia de Córdoba integrando un cuarteto. Luego, en Rosario, integró las orquestas de Julián Chera, Lincoln Garrot y José Sala y otro cuarteto: Los Poetas del Tango, con Antonio Ríos, José Puerta y Omar Murtagh. Además,condujo el Quinteto de Arcos Torres-Agri.

Fue Nito Farace, por décadas violinista de Aníbal Troilo, quien lo recomendó a Astor Piazzolla. Éste lo aceptó y el debut se produjo en abril de 1962, en el Quinteto Nuevo Tango. Más tarde, prosiguió en el Nuevo Octeto (1963). Al mismo tiempo, intervino como refuerzo para algunos trabajos en las orquestas de Osvaldo Fresedo, Horacio Salgán, Mariano Mores, Alberto Caracciolo y Roberto Pansera. En 1968, fue el violín solista de la operita María de Buenos Aires, de Piazzolla y Ferrer y en varios discos larga duración. Siguió con Astor en el Conjunto 9, grabando para el sello Victor.

Tocó desde su atril en Roma, en Estados Unidos, en el Olimpia de París, en Caracas, en el Brasil, en el Uruguay y también en nuestro Teatro Colón. En 1976, formó su propia agrupación de instrumentos de arco (violines, violas, chelos y contrabajo).

En la década del 90, grabó como solista invitado con la Royal Philarmonic de Londres; en Estados Unidos acompañó al famoso chelista Yo-Yo Ma en su gira de presentación del disco Yo-Yo Ma Soul of tango, dedicado íntegramente a la música de Piazzolla y, además, se presentó en París junto al virtuoso guitarrista flamenco Paco de Lucía.

Ferrer lo define con precisión: «Marcadas semejanzas de estilo, sensibilidad y temperamento interpretativo con Elvino Vardaro, perfilaron al principio, su personalidad inconfundible. Se destacó por su particular manera de ejecutar y decir la frase, de un modo hondo, rico, que valora y expresa cada nota ejecutada. Vayan como ejemplo su tarea en “Retrato de Alfredo Gobbi”, “Ciudad triste”, “Los mareados”, “Éxtasis”, “Romance del diablo”, “Milonga del ángel”, “Otoño porteño”».

Formó su propio quinteto, con sede en París, codirigido con Juan José Mosalini y en el que hacía dúo con su hijo Pablo. Y fue cofundador del Nuevo Quinteto Real de Horacio Salgán junto a Ubaldo De Lío, Leopoldo Federico (luego reemplazado por Néstor Marconi) y Omar Murtagh (después, Oscar Giunta).

En la nota necrólogica del diario Clarín, publicada al día siguiente de su fallecimiento, Irene Amuchástegui concluye: «... se había convertido en claro ejemplo de un contraste extendido: en giras europeas concitaba un interés, que no acompañaba ni de lejos un público local. Casi autodidacta, estuvo la mayor parte de su carrera junto a Piazzolla, y sólo dejó de ser su músico cuando optó por un sitio en la Orquesta Estable del Teatro Colón. Años más tarde recordaba: “Astor me dijo de todo, que yo lo dejaba a él por un oscuro atril del Colón, que lo que buscaba era la seguridad de una jubilación. Y tenía razón. Yo jamás trascendí tocando Mozart o Vivaldi. Si llegué a grabar con la Filarmónica de Londres, se lo debo al tango”».

También a raíz de su deceso, Julio Nudler opina para el diario Página/12: «Su historia no se parece a la de otros violinistas del tango, porque no integró ninguna de las consagradas orquestas, su mayor militancia fue junto a Piazzolla desde 1962».

Y continúa: «A los buenos conocedores les bastaran pocas notas para reconocer a Agri, sobre todo por la calidad de su sonido dulce que lo situó en la estela del mítico Vardaro, el primer gran violín que dio el tango, pero además, por sus amplios recursos técnicos que rememoran la línea virtuosística iniciada por Raúl Kaplún y que alcanzó su culminación con Francini. Los entendidos disfrutan con el intenso sabor a tango que lograba a merced de sus golpes de arco, y si lo habían visto alguna vez, imaginaban su postura desafiante, el pecho saliente y las piernas abiertas para afirmarse bien sobre la tarima».

Una frase describe su modestia: «El violín me eligió a mí. Por eso soy músico. Además, como dice Yupanqui, «hay quien deslumbra y quien alumbra». Yo no pretendo deslumbrar...».

Como compositor podemos mencionar sus obras, “Carambón”, “S P de nada”, que están en su disco compacto titulado Antonio Agri-Tango Sinfónico, grabado meses antes de su muerte. También, con aire de tango y junto a José Carli, “Kokoró Kará”, que en japonés significa “Desde adentro”, registrado en París en 1996 por el Quinteto Mosalini-Agri. Otras obras de su autoría: “S P de nada dos”, “Sueño en gris”, “Con su permiso”, “Agripito”, “Concierto para violín”, “Nada queda ya”.

Falleció una madrugada en Buenos Aires. Padecía un cáncer incurable. Sus restos fueron inhumados en el cementerio privado Gloriam de Burzaco, provincia de Buenos Aires.