Por
Horacio Loriente

ace unos años, interesados en su figura, le preguntábamos a Héctor Artola —que fue su amigo— si Atilio Supparo había nacido en San José, porque teníamos la información de que su niñez y adolescencia las había vivido allí. Rápidamente nos dijo: «No, Atilio Supparo era de Salto». La realidad es que, nuestro personaje había dejado su fecunda huella en ambas ciudades, pero lo cierto es que nació en Montevideo.

Recurrimos también, a la importante obra de Tito Livio Foppa, Diccionario teatral del Río de la Plata, de la que extractamos que en 1889, Supparo levantó un escenario en su propia casa para representar con otros jóvenes las obras del español Francisco Camprodón: “Flor de un día” y “Espinas de una flor”. Foppa lo consideraba poeta intuitivo que cultivó con gracia y espontaneidad la poesía campera.

Fue consejero y asesor literario de la Compañía de los Hermanos Podestá en el año 1900, en el Teatro Doria de Buenos Aires (después Marconi). Estuvo brevemente con Florencio Parravicini y luego, pasó a dirigir el elenco encabezado por Pablo Podestá.

Salteando etapas, en el año 1912 formó compañía con el actor Enrique Arellano y estaban actuando en Montevideo en el Teatro Cibils, de la calle Ituzaingó, cuando se produjo el incendio de esta sala que jamás fue recuperada, en la madrugada del martes 2 de julio de 1912. La obra pasó a presentarse entonces, en el Teatro Politeama, de Colonia y Paraguay.

El 15 de febrero de 1914, el gobierno uruguayo lo designa director interino de la Escuela Experimental de Arte Dramático reemplazando a Jacinta Pezzana, cargo que asume inmediatamente.

Para finalizar esta somera información de Atilio Supparo en el teatro, señalemos que fue autor de varias obras, la primera Taco, suela y punta (1906) y, que hasta su lamentada muerte, fue una figura señera, querida y respetada en el ambiente teatral.

Actor junto a Libertad Lamarque en Ayúdame a vivir (1936), primer gran suceso de la celebrada actriz y cancionista en el cine.

Y procediendo a una nómina que no pretende ser completa de sus versos para la música popular, significar finalmente, el buen gusto para las estrofas de los temas ciudadanos y la belleza sincera del aporte campero. Su “Ya pa’ qué” y “Pa’ qué más”, dos tangos inmortalizados por Carlos Gardel y “Gaucho sol” y “Luna gaucha”, estilo el primero y cifra el segundo, expresiones exquisitas, lamentablemente ausentes en los repertorios actuales.

Señala el diario El Pueblo de Salto, en una nota que le dedica en su edición del 17 de enero de 1993, que Tarvas chicas fue su único libro de poemas, editado y publicado allí y, que su deceso se produjo en el escenario del Teatro Apolo de Buenos Aires, tras recibir el cerrado aplauso que epilogaba una actuación del elenco que dirigía.

Quizá pueda considerarse que Supparo fue más figura del teatro que del tango, pero su aporte a la música popular fue a nuestro juicio tan digna, como importante y merecedora de este recuerdo.

Sus versos para la música popular:

“Alfombrita de flores” (canción criolla), con José Vázquez Vigo.
“Alhaja falsa”, “Cursilona” y “Por donde andará” (tangos), con Salvador Merico.
“Amén” y “Cabecita negra” (tangos), con Agustín Bardi.
“Ayudame a vivir” (tango), con Héctor Artola y Alfredo Malerba.
“Canto a la vida” (marcha), con Artola.
“En la trampa”, con (tango) J. A. Salido.
“Es mía” (tango), con Malerba.
“Gaucho sol” (estilo), con Santiago Rocca.
“Luna gaucha” (cifra-milonga), con Virginia Vera.
“Mi pibe” (tango), con Orestes Castronuovo.
“Nota policial” (tango), con Francisco Canosa.
“Pa’que más”, “Saludo y se fue” y “Veneno” (tangos), con José Ceglie.
“Pobre muñequita” (tango), con Emilio Iribarne, Víctor Troysi y Emilio Sola.
“Rezongame en las orejas”, “Ya sabe porqué” e “Y se apagó el puchito” (tangos), con Luis Bernstein.
“Se va la canción” (tonada), con Fernando Catalán.
“Te llevo en la cruz” (zamba), con Julio Sánchez Gardel.
“Tierra adentro” (tango), con Julio De Caro.
Volveme el cariño” (tango), con Iribarne
“Ya pa’ qué” (tango), con Rafael Iriarte