Por
Abel Palermo

ació en Rosario, Provincia de Santa Fe. Su papá se llamaba Simón Suárez y su mamá Haydé Villanueva.

Siendo un niño aún, sus padres lo enviaron a estudiar piano al conservatorio Williams de Rosario. En dicho instituto adquirió una gran formación musical, no sólo del instrumento, también lo relacionado a la armonía y la composición.

A mediados de la década del treinta decide radicarse en la ciudad de Buenos Aires, se instalará en la histórica Pensión de la alegría, de la calle salta al 200. La mayoría de sus habitantes eran músicos, cantantes, autores, compositores que luego fueron baluartes en el desarrollo del tango, en la década del cuarenta. Parte de los huéspedes eran oriundos de su ciudad natal: Julio Ahumada, Antonio Ríos, Manuel Sucher, Carlos Parodi y otros, de la provincia de Buenos Aires: los hermanos Homero y Virgilio Expósito, Argentino Galván, Enrique Francini, Héctor Stamponi, Armando Pontier, Emilio Barbato, entre otros.

Al poco tiempo de estar en Buenos Aires, inició una importante amistad con Enrique Cadícamo, quien lo vincula con Juan Carlos Cobián. El creador de “Mi refugio” le enseñó algunos de sus secretos en el piano, para la ejecución del tango.

En 1937, compuso junto al poeta Evaristo Fratantoni, los tangos “Ráfagas” y “Din don”, este último tema fue estrenado por Libertad Lamarque ante los micrófonos de Radio Belgrano, emisora en la que actuaba Suárez Villanueva como pianista.

En julio de 1938 el maestro Lucio Demare, con su orquesta y la voz de Juan Carlos Miranda, grabaron “Din don”, para el sello discográfico Odeon y, en enero de 1939, Francisco Canaro, con su cantor Ernesto Famá, registraron su tango “Al subir, al bajar”, con letra de Cadícamo.

Al iniciarse el año 1940, su amigo el pianista Carlos Parodi deja la dirección de la academia de los hermanos Rubistein (de Callao y Corrientes) —a la que había accedido en reemplazo de Mariano Mores— y lo continúa en esa labor Suárez Villanueva.

A partir de ese momento, nació una gran amistad con Oscar Rubens y, también un nuevo rubro autoral, muy significativo en el género, cuando unen sus talentos en la creación tanguera.

Así nació, “Lejos de Buenos Aires”, tango que fue grabado inmediatamente por Miguel Caló con Raúl Berón en el sello Odeon, en julio de 1942 y por Aníbal Troilo con Francisco Fiorentino, en septiembre, para R.C.A-Victor. Es, sin duda, una obra maravillosa, tanto poética como musicalmente que treinta años después, en la década del setenta, Roberto Goyeneche con el acompañamiento de Atilio Stampone, interpretó de modo magistral.

Otro gran suceso fue “Al compás de un tango”, que grabó Alberto Castillo con Ricardo Tanturi en marzo de 1942, y que se convirtió en el primer éxito del inolvidable cantor.

En los años siguientes, sus temas formaron parte en los repertorios y las discografías de las más grandes orquestas: “Es en vano llorar”, Miguel Caló con Raúl Iriarte; “Lloran las campanas”, Carlos Di Sarli con Alberto Podestá; “Tu melodía”, Domingo Federico con Carlos Vidal y Rodolfo Biagi con Jorge Ortiz; por último, “Mientras duerme la ciudad”, Osmar Maderna con Luis Tolosa y “Mar”, Federico con Vidal.

Pero todavía faltaba aparecer el tema consagratorio del pianista: “La luz de un fósforo”, con versos de Cadícamo, que grabó Troilo con la voz de Alberto Marino, una verdadera joya tanguera y que llevaron al disco los más importantes intérpretes.

En 1946, el pianista se convirtió en director y armó su propia orquesta. Debutó en el mítico escenario del Café Marzotto, de la calle Corrientes, con los cantores José Berón y Oscar Ferrari.

Durante muchos años fue figura exclusiva de dicho Café, donde realizó búsquedas de nuevos cantores, surgiendo de esas selecciones: Horacio Casares, Carlos Fontán, Carlos Marcos, entre otros.

En 1949, los cantores de su orquesta eran, el consagrado Héctor Palacios e Ilda Soler.

Al año siguiente, partió a Montevideo, contratado por el histórico Café El Ateneo, ubicado en Plaza Cagancha, en el que permaneció durante diez años.

Al regresar a Buenos Aires, a principio de la década del sesenta, instaló en el subsuelo de la desaparecida galería de avenida Callao 182, una academia de formación musical, donde participaron los maestros Dante Gilardoni, Carlos Parodi, Joe Rispoli, Carmelo Izzo, entre otros. A dicho lugar tuve la suerte de concurrir, a partir de 1965, para perfeccionarme. Allí trabé una linda amistad con Suárez Villanueva, compartiendo su experiencia musical, sus enseñanzas, sus consejos y, además, sus amigos, entre ellos, al gran Enrique Cadícamo.

Otros temas suyos que vienen a mis recuerdos, los tangos: “Nadie”, con letra de Evaristo Fratantoni, “La huella”, con Cadícamo y “Mi madre tierra”, con Gerardo Adroher.

Alberto Suárez Villanueva fue un notable músico de nuestro querido tango, que jerarquizó al género tanto por su aporte interpretativo, en lo melódico y en lo rítmico, como por su tarea compositiva.