Por
Néstor Pinsón
| Abel Palermo

u temprana muerte hizo breve pero fraternal nuestra relación personal. Al estilo de antes, diría. De cuando uno va en busca del otro y salen a caminar a partir de la medianoche por la avenida Corrientes, no la de hoy, desabrida, peligrosa, bastante canalla, sino la que fue. Y hablábamos en voz baja de cosas personales, de momentos vividos y, por supuesto, de tango. Algunas veces, me tomaba del brazo para acercarse más y soltarme una confidencia, casi un secreto podía parecer a la vista de otros.

Concurrente asiduo a mi programa radial, cuando estaba en el aire un tango bien antiguo, instrumental, si tenía letra y él la conocía, se alejaba un poco del micrófono y haciendo un gesto como pidiendo mi aprobación, se largaba a cantarlo. Luego, preguntábamos a los oyentes si podían identificar la voz. De la catarata de respuestas, por supuesto, no había ninguna acertada. Una noche no llegó pero, entre tema y tema sonó el teléfono, era su voz que me decía: «Estoy en el hospital. Me acaban de enyesar una pierna. Te vas a reír. Me fui a cambiar de ropa y al sacarme los pantalones no me apoyé en nada, me enredé y me fui al suelo, me fracturé».

Me causó mucha gracia. En realidad, me reí un año entero. Y digo más, ahora mismo que estoy escribiendo me vuelvo a reír. Recuerdo, lo compungido que estabas cuando te enteraste por boca de tu tío político, Armando Moreno, de ciertas intimidades de un famoso director de orquesta que, ambos admirábamos. O sonriéndote -pues ya era historia vieja-, la razón de tu leve renguera por culpa de la escalera de la vieja Radio Nacional en la que, un día al bajar, metiste el pie justo donde el mármol de un escalón estaba roto. Y yo también te hice reír, cuando una noche calurosa en el balcón de tu departamento de la calle Yerbal, me contaste toda tu trayectoria y, al finalizar, nos dimos cuenta que me había olvidado de colocar la cassette en la grabadora.

Pero una tarde de invierno, no recuerdo quien me informó de tu muerte. Pasaron muchos años y aún me acongoja aquel momento.

Arana estudió canto con el maestro Ricardo Domínguez, por recomendación de Carlos Acuña y, a los 17 años, debutó como cantor profesional y ya con su nombre artístico, en el café El Nacional de la calle Corrientes, con la orquesta de Jorge Argentino Fernández, con quien permaneció durante 1948 y 1949.

En el año 1951, se presentaba en el Tango Bar acompañado por un cuarteto dirigido por Alberto Pugliese, uno de los hermanos mayores de Osvaldo. Al año siguiente, junto con su colega Orlando Verri, integró el conjunto de Emilio Orlando.

El maestro Florindo Sassone lo incorporó a su orquesta en 1956, junto a Carlos Almagro, para actuar en LR3 Radio Belgrano y en varias locales: «Es pésimo el recuerdo que tengo de Sassone», me confesaste alguna noche.

En 1959, fue por una temporada, cantor solista en LR1 Radio El Mundo, acompañado por guitarras. Y, al año siguiente, volvió por un breve lapso a esa emisora con Emilio Orlando, junto al cantor Oscar Gravié, primero y a Héctor Omar, a continuación.

En 1964, lo encontramos primero con Ricardo RuÍz y luego con Héctor Montes en la orquesta de Alberto Di Paulo, con quien debutó en el disco con cuatro títulos: “Como nadie” de Lucio Demare y Manuel Mujica Láinez del disco 14 con el Tango, “Entre la gente” de Juan José Paz y Roberto Lambertucci, “El puente” y “Sollozos”. En 1966, hizo un paso fugaz por el trío formado por Lucio Demare, Máximo Mori y Humberto Piñero (contrabajo). También, por la orquesta de Leopoldo Federico para unos programas en Radio Belgrano.

Durante buena parte de los años 1968 y 1969, integró la orquesta de su admirado Osvaldo Fresedo. Lo acercó su gran amigo y poeta, Oscar Fresedo, sobrino del maestro. En esa época, Arana fue protagonista de un hecho curioso que confundió a más de un especialista.

Sin ocultarlo a nadie, utilizó cuatro pistas de la formación de Fresedo: “Sobre el pucho” y “Viejo Buenos Aires” que había grabado Oscar Luna; y otras dos que llevara al disco Roberto Yanés: “Barrio pobre” y “Bandoneón amigo”. El director aceptó la idea, como un souvenir del paso de Arana por su memorable orquesta.

Se dice que cronológicamente fue su último cantor, pero esto es discutible si tenemos en cuenta, las grabaciones de Hugo García, Daniel Riolobos y Argentino Ledesma, que fueron posteriores a él, aunque debemos reconocer que fueron intervenciones especiales y no como integrantes de la orquesta.

Retornó a las grabaciones junto a Di Paulo primero —entre 1970 y 1972— e incluso, se reunieron nuevamente para otro registro en 1983. Posteriormente, grabó un tema con el bandoneonista Alberto Caroprese, un par con la orquesta de Leo Lipesker y muchos con su amigo Víctor D'Amario, en ese período. Las últimas dos fueron con las agrupaciones de Heberto Sassone y de Ángel Cicchetti.

Me obsequió varias tomas radiales con temas que no figuran en su discografía que supera largamente los 70 títulos. Es difícil hacer un detalle fehaciente.

Al comenzar los noventa, y por un par de años, formó parte del elenco de Jueves de Tango, un ciclo organizado por la Municipalidad de Morón que se realizaba en la sala Gregorio de Laferrère y que yo conducía. Allí, eran habitués Alberto Morán, Jorge Casal, Osvaldo Ribó, Héctor De Rosas, Choli Cordero, entre otros.

En los últimos tiempos se desempeñó como empleado administrativo en Radio Nacional.

Bien se sabe que la muerte no pide permiso, pero su temprano adiós nos sorprendió a todos sus amigos. La partida de su mujer, muy poco tiempo antes, pudo haber sido el detonante.

No fue un cantor de popularidad, pero su espíritu arremetedor lo llevó a estar siempre presente, por eso este reconocimiento, a un amigo que vivió, sintió y hasta respiró tango.