Ray Rada

Nombre real: Radaelli Bernasconi, Raimundo Félix
Letrista
(7 enero 1900 - 25 agosto 1987)
Lugar de nacimiento:
Montevideo Uruguay
Por
Guido Espel

onocí a Rada en 1984. Él vivía en un apartamento en Luis De La Torre y 21 de Septiembre, en el barrio de Pocitos, en Montevideo, y yo tenía una rotisería a dos cuadras.

Un día me contó que además de periodista había sido compositor de tangos, y que un amigo de una radio le había preparado una cassette. «¡No podés ser tan bohemio!», le había dicho el amigo, porque Rada no tenía ni uno solo de sus temas grabados.

El problema era que no tenía un aparato para escuchar esa cinta. Yo le ofrecí para que lo hiciera allí, en mi comercio. Lo dejé solo, escuchando, y me fui a seguir atendiendo. Cuando se terminó un lado de la cinta, fui a darlo vuelta y lo vi en el rincón mirando hacia el piso y lleno de lágrimas. Cuando acabó el último tema me pidió otro favor:

«No quiero abusar de su amistad pero, como usted sabe, yo tengo muchos años (84 en ese momento) y a mi suegra viva. Ella está en una casa de salud y los domingos la traemos a almorzar. Usted, después que termine de comer con su familia ¿podrá venir hasta mi casa con este equipo así le hacemos escuchar estos tangos?»

Yo le propuse que se llevara aquel radiograbador de la época pero al intentar explicarle el funcionamiento, nos dimos cuenta que iba a ser difícil.

El domingo como a las 2 llegué a su casa. Allí estaba él, con su esposa, su cuñado y su suegra. Lo primero que me contó fue la anécdota con Carlos Gardel, cuando se presentó a un concurso en la sala Teatro 18 de Julio (estaba frente a lo que fue diario El Día). Allí iba a cantar Gardel y luego iba a elegir un tango de compositor uruguayo para agregar en su siguiente disco.

«Presenté uno con música de Manuel García Servetto. Lo recuerdo porque en el liceo utilicé los libros de apreciación musical de él. Cuando terminó el espectáculo, los que nos habíamos presentado para el concurso nos pudimos quedar.

«Entró el maestro y todos en silencio. Fue junto al pianista y le iba poniendo las partituras de a una. El maestro canturreaba un poquito mientras el pianista tocaba. Luego los iba apilando sobre el piano. En un momento, casi al final llegó la mía. La canturreó y le dijo algo al pianista y volvió a empezar. Agarró las hojas y las puso aparte. Yo me empecé a reír porque me puse nervioso, no había dudas de que las había elegido. Gardel, sin mirarme le dijo al pianista "¿De qué se ríe ese señor?" Yo me paré y le dije "Discúlpeme, maestro, yo soy el humilde autor de esa letra y creo que hay muchas otras que son mejores que la mía", Gardel sin mirarme le dijo al músico "Dígale al señor que el que va a elegir soy yo". "Por supuesto, Maestro", le dije y me senté. Ese día El Zorzal eligió dos tangos, uno fue el mío».

Después, algo increíble, una confesión inesperada pero hecha con una naturalidad que le sacaba todo dramatismo. La historia comenzó cuando se fue a vivir a Buenos Aires, la meca cercana para poder triunfar. Su novia no quiso acompañarlo por no dejar a su madre sola. Vivió en una pensión y todas las semanas se escribía con la novia en Montevideo. Un día dejó de recibir noticias y le empezaron a devolver las cartas.

«Vio mi cuñado —me dijo— bueno no es mi cuñado, es el esposo de mi mujer. Siempre fue un inútil y ella se casó por despecho. Cuando me enteré que se había casado con este tipo me desesperé y casi enloquecí. Pasé una semana sin salir de la pieza y lo único que hacía era leer y releer las cartas de ella. Esas son las “Cartas viejas”».

«Yo me volví a Montevideo, seguí viéndola y el romance continuó, luego empecé a viajar muy seguido a Buenos Aires, a veces con ella, donde la conocían como la señora de Radaelli». Y no obstante mi asombro continuó; «El marido nunca sirvió para nada, yo los banqué siempre».

En aquel entonces, Radaelli tenía un apartamento en el Palacio Salvo (donde José Razzano se quedó varias veces). Ella vivía con su marido (a quien me había presentado como «el cuñado») en el apartamento de Luis De La Torre y 21 de Setiembre.

Como ya dijimos, Radaelli sostenía que el marido nunca había servido para nada y que él los había bancado siempre. «Fíjese, los otros días estábamos en el sillón mirando la comedia y nos habíamos agarrado de la mano, y vino el inútil y nos armó una escena ¿Se da cuenta? ¡A esta altura del partido!»

Es una historia asombrosa. Hoy día no llamaría tanto la atención, pero estamos hablando de un triángulo amoroso que él me relata en 1984 y que se venía dando de hacía por lo menos 50 años.

Además de haber compuesto tangos, Radaelli había sido periodista. Trabajó en el viejo diario colorado El Día y, en las épocas de Don Pepe Batlle, también en El Ideal, que era la versión de El Día que salía a la tarde.

Fue la primera voz que salió al aire cuando empezó a transmitir La Voz del Sol (que era la emisora afín del Partido Socialista) y fue directivo de AGADU cuando se fundó.

Después, su sustento se basaba en la compra de cuadros, antigüedades y objetos de arte en Uruguay, para luego venderlos en Buenos Aires. También, a pedido de coleccionistas argentinos, buscaba piezas en Uruguay.

Ray Rada, como podemos comprobar, fue todo un personaje, tanto por su sensibilidad poética como por lo multifacético y, fundamentalmente, por su insólita vida amorosa.