ació de madre negra; pero lo crió un orfanato. Era de esos chicos que se hicieron a las piñas, hasta que un día se convirtió en el Pibe 10 y en El Leopardo de Titanes en el ring.

Omar Vega había llegado justo cuando el tango enflaquecía como un traje viejo. Después, por un acuerdo con una amiga durante el triunfo de Tango Argentino en Broadway, entró al tango. «Yo andaba por los 25 y recién había terminado séptimo grado», contará a Paulo de Santis. Entonces jugaba campeonatos de billar y alternaba con el paso básico en el Centro Cultural Fortunato Lacámera.

En el Salón Canning estrenó los primeros papelones, hasta que Pepito Avellaneda le dejó una tarjeta. «Tomé un par de clases y me largué para bailar a mi manera».

Con el tiempo se fue a Brasil, donde estudió diferentes ritmos; amó bailar «bien agarradito» los tangos picados de Rodolfo Biagi y Edgardo Donato. Realizó exhibiciones; creó un estilo propio en milonga y se volvió maestro. Así recorrió varios países de Europa y ciudades de Estados Unidos. Dejó videos de enseñanza, legiones de alumnos.

Nunca tuvo vueltas, excepto para con él. «El tango es como una droga, si no sabés administrarlo te rompe la cabeza», dijo, y se hizo inmortal.

El autor es profesor, bailarín e investigador del tango danza. Es autor de Nuevo glosario de tango danza, La pista del abrazo y Tango FAQs. www.tangosalon.com.ar / info@tangosalon.com.ar