Por
Julio Nudler

a familia provenía de Ekaterinoslav, en Ucrania. Los padres, el zapatero Motl y María Kaplán, maestra de escuela hebrea, decidieron emigrar ante el azote del antisemitismo, recrudecido en tiempos de la guerra ruso-japonesa, y llegaron a Buenos Aires a comienzos de 1906 con tres hijas. En la Argentina tendrían siete hijos más, el segundo de los cuales fue Luis, venido al mundo en 1908 y con quien se inició la dinastía tanguera. En los documentos de algunos de los Rubinstein desapareció la "n", pasando a apellidarse Rubistein, como en el caso de Luis. Este, como varios de sus hermanos, nació en la humilde casa familiar de la calle Catamarca 945, del barrio de San Cristóbal, trozo del profundo sur de la capital argentina. En esa vivienda ejercía el padre su oficio de zapatero remendón y la familia se hacinaba en dos cuartos.

Carlos Gardel llegó a grabar sólo uno de los tangos de Luis Rubistein: “Tarde gris”, con música de Juan Bautista Guido. Eso ocurrió en junio de 1930. Ya muerto el Zorzal, Armando Defino, que fuera su representante, le acercó a Luis una música inédita de Gardel para que la versificara. Así nació Amor, un tema que nunca alcanzó repercusión, pese a la grabación de Francisco Canaro con Roberto Maida en 1936. Pero, como en tantos otros casos, el disco de Gardel le aseguró perduración a “Tarde gris”, que sólo en 1946 tuvo tres magníficas grabaciones, por Aníbal Troilo con Floreal Ruiz, por Osmar Maderna con Pedro Dátila y por Miguel Caló con Raúl Iriarte.

Luis había sido echado del colegio en tercer grado por tirarle un tintero a la maestra, que lo reprendió al descubrirlo escribiendo versos. En ese momento concluyó su breve carrera estudiantil. Ni siquiera completó la escuela primaria. Pese a ello, además de letrista prolífico fue periodista en la revista del editor Julio Korn La Canción Moderna, luego devenida Radiolandia, y dirigió Sintonía, creada en 1933 por Emilio Kartulovic, «Kartulo», publicaciones que acompañaban el auge de la radiofonía y del tango en ésta.

Callejero, indomable, Luis se mezcló muy pronto en los ambientes del tango, con su ambición y su voracidad, que con los años lo convirtió en un obeso incontrolable. Cuando conversaba con el popularísimo cantor Agustín Magaldi, que era tartamudo como Luis, parecían estar mofándose mutuamente. Siendo todavía un adolescente, Luis cantó con Juan D'Arienzo, pero luego abandonó ese intento. Hizo del cabaret su mundo, con todo lo imaginable.

En mayo de 1935 creó una escuela de arte popular en la casa familiar de Tejedor 154, en un barrio chato, algo apartado. Aquella academia, que terminaría absorbiéndolo por completo, se mudó rápidamente a Callao 420, casi en el centro, en los altos de la funeraria de los Iribarne, la familia de la esposa del presidente Ortiz (quien gobernó entre 1938 y 1940), dueña de todo ese vasto edificio. Allí fue bautizada como PAADI, Primera Academia Argentina de Interpretación.

Bajo aquel techo se concentraría el imperio de los Rubistein: la editorial Select, la mencionada PAADI, cuyo negocio consistía en proveer artistas a las radios, y PACA, Primer Archivo Cinematográfico Argentino, que pretendía surtir de extras a los estudios de cine. PAADI estaba tan orientada a explotar el auge radiofónico que hasta contaba con una sala de transmisión, desde la cual se irradiaban por línea telefónica programas en los que actuaban alumnos seleccionados. Las audiciones de PAADI cesaron con el golpe de Estado derechista de junio de 1943, que prohibió esa modalidad, entre tantas medidas de represión y control.

Cadenas”, el primer tango que lleva música y letra de Luis, es de 1933. Tema de trazo grueso, fue estrenado por Mercedes Simone. Allí comenzó una seguidilla de éxitos que le pertenecen totalmente, como “Venganza”, de argumento despiadado y estilo burdo, que sin embargo conmovió al público, a punto tal que un cantor como Oscar Ferrari, que lo grabó con José Basso en 1950, quedó identificado con él y debió seguir cantándolo por décadas, aun a su pesar.

En la profusa obra de Luis son raros los momentos de poesía, las ideas originales. Entre sus pocas letras significativas figura la de “Noctámbulo”, un hermoso tango que en 1930 escribió con música de Armando Baliotti y del que quedaron las versiones grabadas de Roberto Maida y de Julio De Caro con el estribillista Luis Díaz, pero luego fue olvidado. Aquellos versos terminan así: «Es un noctámbulo sin fe/ que por la noche del dolor busca olvidar/ la luna llena del hastío/ y el imposible de su soñar». Desde luego que «la luna llena del hastío» es una frase bella pero contradictoria. Si a Rubistein le sonaba bien, ¿para qué iba a preguntarse por el sentido?

Otro punto alto fue “Carnaval de mi barrio”, de 1938, que le pertenece íntegramente a Luis y que ese mismo año grabó Mercedes Simone. Rubistein caracterizó a su obra como «Pintura callejera en tiempo de tango». Se sentía sin duda orgulloso de aquellos versos agridulces, cuyo narrador confiesa que «una ternura extraña» le invade el corazón. En la misma línea y con igual inspiración forjó “De antaño”, una milonga que Juan D'Arienzo grabó con Alberto Echagüe.

Pero la pieza cumbre llegaría en 1940 con “Charlemos”, historia de un acercamiento romántico entre dos desconocidos a través del teléfono: «Charlando soy feliz,/ la vida es breve./ Soñemos en la gris/ tarde que llueve./ Hablemos de un amor,/ seremos Ella y El,/ y con su voz/ mi angustia cruel / será más leve...» Como impactante final, el golpe bajo de la anécdota: él es ciego. «No puedo... no puedo verla;/ es doloroso, lo sé./ ¡Cómo quisiera quererla!/ Soy ciego... Perdóneme.»

Algo que ocultar para lograr la aceptación del otro. Algo por lo que pedir perdón. ¿No se habrá estado refiriendo Rubistein, inconscientemente, a su condición de judío? ¿No sería el verdadero final de su tango: «Soy judío... Perdóneme»? Esa letra la escribió cuando en Europa había comenzado el exterminio, la Shoá, el Holocausto, y en la Argentina campeaban los fascistas. Había llegado al mundo el cataclismo que cinco años antes presagiara Luis en “La caída de la estantería” (música de Edgardo Donato) de manera farsesca, hasta torpe, pero certera, anunciando que «se aproxima el ciclón».

Charlemos”, que en menos de un año tuvo cinco grabaciones diferentes, Carlos Di Sarli con Roberto Rufino, Enrique Carbel, Francisco Canaro con Ernesto Famá, Ignacio Corsini y Alberto Gómez, conmovió a los públicos, desde Buenos Aires hasta La Habana. Condensaba en menos de tres minutos toda una radionovela, y en cierto modo dejaba abierto el final. ¿Cómo reaccionaría ella? Tal vez lo amase igual, a pesar de su ceguera. Quizá pasaría Él a ver a través de aquellos ojos de mujer.

El teléfono como mediador ya le había inspirado en 1933 la letra de “Cuatro palabras”, que grabaron Mercedes Simone y Charlo: «Que te vaya bien, me dijiste / colgándome el tubo de tu telefón./ Que te vaya bien, murmuré,/ mascullando entre dientes una maldición». En 1936 dio a conocer “Olvido”, en colaboración con Luis César Amadori, un tango de particular belleza, que grabaron desde Charlo hasta Roberto Goyeneche, pasando por Lágrima Ríos, y en el que el personaje repasa su caída de la opulencia a la privación: «Si pensara alguna vez en lo que fui / no tendría ni la fuerza de vivir...».

En “Decime”, de 1938, Luis presenta dos variantes para la misma letra: una femenina y otra masculina. Parece suponer que los sentimientos amorosos son iguales en el varón y la mujer. De hecho, sólo una cantante, Mercedes Simone, grabó este tango. Pero el relativo fracaso de un tema no podía preocupar a un autor que durante dos décadas acumuló una serie interminable de sucesos, muchos de ellos con múltiples grabaciones. Entre sus tangos más cautivantes se cuentan el ya mencionado “Nada más”; “Juro”, con música de Ciriaco Ortiz, de 1936; “Yo también”, de 1940, con Nicolás Luis Visca, y del mismo año “Igual que ayer”, con Luis Bayón Herrera; “Ya lo ves”, con D'Arienzo, de 1941, como también “Cautivo”, con Egidio Pittaluga, que se oye en la película La tregua, de Sergio Renán; “Si tú quisieras”, de 1943 (música de Francisco Pracánico); “Marión” (aparente plagio musical de un tango llamado “Sentimientos”) y “Dos palabras por favor” (éste con música de Visca), también de 1943; “Rosa de tango”, de 1944 (en el que reutilizó la melodía de su anterior “Cuatro palabras”); “Dos ojos tristes” (música de Oscar de la Fuente) y “Plomo”, de 1947, y “Tu perro pequinés”, de 1948. Este último es, quizá, el mejor tango de todos los que concibió Luis, y aunque sólo fue grabado por Aníbal Troilo con Edmundo Rivero, esta inigualable versión bastó para mostrar todo su valor.

Aunque Rubistein nunca fue una letrista sutil, qué lejos estaba ya de aquél que escribiera Dominio veinte años antes, superponiendo a la fina melodía de Elvino Vardaro aquellos versos brutales: «Yo sé que sos tan falsa y tan canalla / como la vil serpiente ponzoñosa./ Sos tan ruin mujer, tan venenosa,/ que está en tu ser la víbora del mal». En 1948 escribía, en cambio: «La vida, tal vez,/ se ensañó y a sangre fría / me regala la ironía / de este cuadro hecho al revés./ ¡Cómo quisiera tener / para mi frío espantoso / ese abrigo tan celoso / de tu perro pequinés!». Así es otra cosa.

Luis podía idear varios temas en un mismo día. Hubo épocas de su vida en que se convirtió en un verdadero fabricante de canciones, acumulando una obra indeterminable. En 1928 utilizó como seudónimo Nietsibur, leyendo su apellido al revés, para firmar “Callejas solo”, con música de Juan D'Arienzo, dedicado a un jockey. Este tango se había llamado en 1926 “Rodolfo Valentino”, con su primera letra, que exaltaba al actor tras su prematura muerte, y se llamaría “Nada más”, en 1938, con la tercera, convirtiéndose recién entonces en un éxito.

La vasta creación de Luis incluyó algunas obras comprometidas. La más primitiva de ellas fue el tango “El camino de Buenos Aires”, con música de Francisco Pracánico, grabado por éste y por Juan D'Arienzo con Carlos Dante, ambos para el sello Electra y en 1928. Esta pieza está inspirada, desde su nombre mismo, en «Le Chemin de Buenos Aires (La Traite des Blanches)», libro que en 1927 publicó el periodista Albert Londres para describir y denunciar el tráfico de mujeres sometidas a prostitución entre Europa y el Río de la Plata. Esta letra de un Rubistein aún muy rudimentario, que habla de un «caften (rufián) criminal», lo enfrentaba con la poderosa Zvi Migdal, mafia de tratantes judíos.

En 1942 Luis escribió la letra de “Yánkele (Mi muchacho)”, intercalando algunos versos en ídisch y con música de su hermano Elías. Esta canción, que grabó dos veces el conjunto del acordeonista Feliciano Brunelli, fue compuesta especialmente para Soy judío, una obra de Luis Pozzo Ardizzi que se propalaba por Radio del Pueblo con enorme éxito, al mismo tiempo que en Europa ser judío equivalía a una condena al suplicio y a la muerte. La actriz que cantaba el tema era Teresita Padró, que debió aprender fonéticamente las frases en ídisch. En “Yánkele” una madre judía le canta a su niño, en medio de «esta vida horrible y atroz», pidiendo que acaben los sufrimientos. Pero estaban muy lejos de haber terminado.

Extraído y sintetizado por el autor del capítulo "Los cuatro Rubinstein: el primer holding tanguero", del libro Tango judío, del ghetto a la milonga, Editorial Sudamericana, 1998.