Por
Néstor Pinsón

onversando entre amigos y músicos tuve la sorpresa que a muchos de ellos les había pasado lo mismo que a mí: descubrieron tarde a Jorge Durán. Un hombre que debería estar mucho mejor considerado en el consenso popular, porque fue un excelente cantor.

Es difícil saber el por qué de la demora. Una posibilidad podría ser nuestro gusto por los vocalistas más dúctiles, tenores, de fraseo delicado. Es posible.

Durán, al que apodaban Cajón, fue un barítono que imprimía gran fuerza y dramatismo en sus interpretaciones, pero no caía en ningún exceso. Además, cuando lo escucha con atención y detenimiento, descubre que no le faltaba ductilidad y que muchas veces, su dramatismo era un lamento romántico.

En el ambiente nadie lo llamaba por su nombre, todos por su apodo. El asunto ocurrió en su primera etapa con la orquesta de Carlos Di Sarli. Los componentes de la misma ya habían llegado al lugar de actuación y él, como era su costumbre, apareció un rato más tarde. Su figura comenzó a recortarse al fondo de un pasillo que desembocaba en el cuartito donde esperaban los muchachos. Era un hombre de mediana estatura pero de gran contextura, ancho de cuerpo. Ese día estrenaba un traje gris, a la moda, amplio, de anchas solapas y generosas hombreras. Fue verlo aparecer y el bandoneonista Juan Carlos Bera exclamó: «¡Miren parece un cajón!».

Nació en la provincia de San Juan y sus padres eran andaluces y fruticultores, tenían también una pequeña bodega y todos cantaban en los momentos de descanso.

El muchacho ya se destacaba en el colegio, a tal punto que el profesor de música, al enterarse que viajaba a Buenos Aires acompañando a su padre en viaje de negocios, le recomienda un profesor de canto.

Finalmente, en 1942, la familia se instala en Buenos Aires y Durán comienza a cantar en algunos locales y confiterías. En uno de esos escenarios lo escucha el bandoneonista Jorge Argentino Fernández, lo lleva con su orquesta y de inmediato debuta en Radio Mitre. Al poco tiempo renuncia, tenía aspiraciones mayores.

De casualidad se conecta con Buenaventura Luna, famoso con su Tropilla de Huachi Pampa. Con ellos hace actuaciones, graba su primer disco y comienza a ganar sus primeros dineros. Estos primeros registros fueron “Zamba del gaucho”, el 13 de marzo de 1944 y “En las sombras” el 19 de septiembre del mismo año.

En San Juan cantaba temas folklóricos pero aquí, en Buenos Aires, sus amigos Roberto Rufino y Alberto Marino lo vuelcan hacia el tango.

Ingresa en la orquesta del bandoneonista Emilio Balcarce y graba “Mi Buenos Aires querido” y “Me están sobrando las penas”.

Su nombre trasciende y su fama llega a los oídos de Carlos Di Sarli quien lo va a escuchar en un local nocturno y lo contrata inmediatamente. No tenía nombre artístico y usaba el real: Alfonso Durán.

Un hecho curioso ocurre al día siguiente. Por la tarde canta en Radio Belgrano con la orquesta de Balcarce y a la noche debuta con Di Sarli por Radio El Mundo. El director le cambia su nombre por Jorge y le pide que cante un tono más alto, lo que hace sin inconvenientes.

Esta primera etapa con Di Sarli se prolonga por dos años y es la más brillante de Durán.

Tenía una personalidad bohemia, era muy mujeriego y resultaba imposible contabilizar el número de cigarrillos que fumaba diariamente.

Luego de Di Sarli, se incorpora en 1947 a la orquesta de Pedro Laurenz, pero no llega al disco. Ese mismo año pasa a la de Horacio Salgán con el que graba tres temas. En 1950 ingresa en la de José Basso, con quien permanece durante tres años dejando 12 registros. En 1954, está con la Orquesta Símbolo Osmar Maderna, con la que graba un solo tema y en 1955, con Francisco Rotundo con la que nos dejó dos grabaciones.

El 26 de abril de 1956, comienza su segunda etapa con Carlos Di Sarli que dura hasta 1958, grabando 19 temas.

En 1959, forma una orquesta propia junto a su entrañable amigo Roberto Florio, estando la dirección a cargo del pianista Orlando Trípodi.

En 1962, realiza una segunda etapa con José Basso y en 1968 colabora con Armando Pontier. En el año 1970 graba un disco con Oscar de la Fuente y al año siguiente un cassette con doce temas acompañado por las guitarras de Juan Carlos Gorrías, Domingo Laine, Rubén Morán y Héctor Estela, esta será su última producción.

Cómo pensar en “Porteño y bailarín”, de Carlos Di Sarli y Héctor Marcó, o “Un tango y nada más” de Armando Lacava, Juan Pomati y Carlos Waiss o “Whisky” de Héctor Marcó y no recordar su voz y su fraseo tan varonil y delicado.

Murió a raíz de un enfisema pulmonar típico de los grandes fumadores, pero nunca se resistió a seguir cantando, lo hizo hasta el final.