Por
Ricardo García Blaya
| Néstor Pinsón

aballero elegante y ameno, eterno galán, penitente del amor de las mujeres, recitador, cantor y poeta, Leopoldo Díaz Vélez reúne todas las facetas del arquetipo del porteño.

Nuestro querido amigo, nació en la ciudad de Buenos Aires, en el Barrio Norte, avenida Santa Fe entre las calles Ecuador y Anchorena. A su casa asistían músicos y poetas amigos de su padre, de la talla de Alfredo Bevilacqua, compositor del tango “Independencia” y Gerónimo Gradito, autor de la letra de “El flete” de Vicente Greco.

Su papá le contagió el gusto por el tango. En 1925, con apenas ocho años, fueron juntos a escuchar a Gardel al Teatro Olimpo que quedaba muy cerca de su casa.
Empezó haciendo versos de pibe y él mismo nos cuenta: «eran versos fatales, siempre al final moría alguno... Allá por 1937 fuimos a un baile con Julio Benítez que tenía una orquesta, y fue ahí cuando le propuse hacer un tango para estrenarlo en Carnaval. Así nació mi primer tango: “Hoy quiero vivir”, que ni siquiera fue registrado».

El poeta trabajaba entonces en el Correo Central, y allí, conoce al bandoneonista Juan Spósito quien fue el primero en aconsejarle que se inscriba en la sociedad de autores y compositores (SADAIC). Para poder cumplir con las normas de esa institución tenía que presentar cinco temas y pasar un examen. Entre las obras que entregó para esa ocasión, estaba un interesante tango que después grabara Ángel Vargas y que se titula “1910”.

Su comienzo artístico fue como cantor y recitador, después con el tiempo se desarrolló su entusiasmo de letrista y compositor, pero nunca abandonó el canto. Sin llegar a ser un profesional, ni a grabar ningún disco, llegó a cantar en muy importantes formaciones: Emilio Balcarce, Francisco Rotundo, Emilio Orlando, entre otras.

Dijimos que su poesía era densamente dramática, casi naif, pero con el paso del tiempo, ese rasgo juvenil se fue transformando en una obra romántica y delicada. Como eterno enamorado sufrió muchas decepciones amorosas que sirvieron de argumento a sus versos.

Buscó músicos para sus temas y, muchas veces, cuando se sentía inspirado, entonaba la melodía que andaba por su cabeza y se la tarareaba a quien, en definitiva, la plasmaba en el pentagrama.

En sus años mozos adquirió mucha fama como recitador y el mismo nos dice: «Recitaba aquellas milongas de Juan Manuel Pombo, “La cama vacía”, “El huérfano y el sepulturero” y otras que los cantores entonaban por milonga. Pero con el recitado adquirían una fuerza tremenda y así me llamaban de todos lados, festivales de barrio, clubes, etc.»

Con el conjunto de armónicas de Rodolfo Ferreira, famoso porque actuaba en la obra de teatro de Enrique Discépolo Caramelos surtidos, Leopoldo declamaba y ellos ponían la música de fondo. Así actúan en la radio y en muchos salones y clubes de barrio. También en el cine Mignón en el barrio de Belgrano, donde actuaban estrellas como Ignacio Corsini, Agustín Magaldi, Azucena Maizani, entre otros, haciendo de relleno al programa.

En las muchas veladas que pasamos con Leopoldo en compañía de Héctor Lucci y Bruno Cespi, nos comentaba de su admiración y respeto por Carlos Gardel, pero se confiesa hincha de Charlo.

Ángel Vargas le grabó además de “1910” cuatro temas más: “Boliche de cinco esquinas”, “Si es mujer ponele Rosa”, “Quién tiene tu amor” y “Embrujo de mi ciudad”.

En 1980, se presentó como cantor en los bailes del Centro Lucense con la orquesta de Armando Pontier. «Era muy lindo, porque me presentaba el propio Armando y hacíamos “La milonga y yo” y “Quién tiene tu amor” con un éxito bárbaro». Y nos sigue diciendo: «De modo que mi trayectoria de cantor fue muy extensa y me dio muchísimas satisfacciones. Pero mi gran sueño era el de ser autor. Hacia 1941, lo conocí a Luis Porcel, bandoneón punta de la orquesta de Carlos Di Sarli. Yo iba muy seguido a escucharlo. Así conocí también a Roque Di Sarli, hermano de Carlos, quien había compuesto un tango que esperaba que Carlos Bahr le pusiera letra y como se demoraba en concretarla me preguntó si me animaba. ¡y como no! Así nació “Llanto en el corazón” que cantó Roberto Rufino».

Más adelante relata: «Para entonces había compuesto “Muchachos comienza la ronda” cuyo título original era “Muchachos se armó la milonga” y que tuve que cambiar por disposición del gobierno militar que impedía las letras lunfardescas». Este, su primer gran éxito, lo canta Alberto Castillo con la orquesta de Ricardo Tanturi. «Cuando Castillo cantaba el tango en el Palermo Palace yo no lo conocía. Pero una noche fui....Y entonces lo veo por primera vez y lo escucho cantar mi tango. Cuando termina de actuar, viene a mi mesa y me elogia el tema augurándole un gran éxito.....Pero Castillo se desvinculó de la orquesta sin grabarlo pese a que Tanturi ya lo había incorporado a su repertorio. El 6 de agosto de 1943 debuta Enrique Campos y a la tarde de ese mismo día lo graba en Victor».

Con el paso del tiempo, el propio Díaz Vélez se sorprende cuando en SADAIC le informaron que tenía más de cuatrocientas obras registradas, de las cuales más de la mitad llegaron al disco, algunas con gran repercusión fuera del país.

Las voces más destacadas y exitosas cantaron su temas: Charlo, Tita Merello, Alberto Castillo, Enrique Campos, Alberto Podestá, Floreal Ruiz, Miguel Montero, Armando Laborde, Héctor Mauré, el trío Los Panchos, etc.

Desde 1944 integra la comisión de Ceremonial y Homenajes de SADAIC, encargándose entre otras cosas, de despedir los restos de los socios fallecidos.

Gran amigo y compañero de todos los componentes del grupo de coleccionistas es, sin duda alguna, uno de los grandes autores románticos de nuestra música ciudadana.