Por
Gaspar Astarita

ureza y riqueza melódica, frases de personalísima inventiva y perfecto desarrollo, clara inspiración e inalterable e inconfundible jerarquía musical respira toda la frondosa obra de composición de José Dames. Desde que comenzó su labor en nuestra música popular a mediados de la década del 30 y hasta el presente, su imaginación ha producido más de 350 piezas.

Pero si hubiera escrito únicamente estas tres, “Fuimos”, “Nada” y “”, toda la adjetivación prodigada en este párrafo quedaría ampliamente justificada. En esos tres tangos —verdaderos e imperecederos aciertos de creación—, está el ejemplo de toda una manera de acoger, sentir y tratar un tema musical a través del mandato de la inspiración, y expresarlo luego enriquecido con el contenido emocional de quien dispone de esa especial sensibilidad que es aptitud y actitud de los verdaderos creadores.

Pertenece José Dames —si bien inició su labor profesional como músico mucho antes—, a la famosa generación del 40. Porque su bandoneón y su inspiración comenzaron a registrar sucesos perdurables a partir de 1941 y porque su trabajo creativo, que se circunscribió en su mayoría a la especialidad del tango para cantar, estuvo estrechamente asociada a los grandes letristas de esa época: Homero Manzi, José María Contursi, Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo, entre otros.

Él fue un acertado socio para la concertación de música y palabras. El refinado desborde de lenguaje y metáforas de Manzi en “Fuimos”, el encuentro esperanzado de José María Contursi en “” o la tristeza de Horacio Sanguinetti en “Nada”, hallaron en Dames las correctas frases musicales que necesitaban.

Nació José Dames en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe, a 300 km al norte de Buenos Aires). Desde muy niño sintió la atracción de la música, no obstante pertenecer a un hogar humilde, sus padres le costearon estudios musicales, aprendió el violín.

A lo 18 años se traslada con su familia a San Fernando (provincia de Buenos Aires, distante 20 km da la capital). Comenzó a estudiar el fueye con el maestro Gómez, posteriormente se perfeccionó con Carlos Marcucci, e inició su actuación profesional en tríos y cuartetos.

En esos primeros años de su carrera, integró la fila de fueyes de la orquesta de Julián Divasto y también participó en el conjunto del bandoneonista Carlos Tirigall.

Hacia 1934 forma el rubro de Las Dos D: Dodero-Dames, con el pianista Rolando Dodero actuando numerosas temporadas en Radio Excelsior y luego en La Voz del Aire. Más adelante se puso al frente de su propio conjunto, José Dames y sus Paisanos, el cual se disolvió para reagruparse años más adelante, accediendo en esa última etapa al registro discográfico en el sello Philips.

Pero nunca dedicó sus mejores afanes a la ejecución ni tuvo condiciones como para erigirse en director, pues le faltó la obligada disposición empresarial. Su vocación apuntó siempre hacia la composición.

A partir de 1940, comenzó Dames una prolongada y permanente carrera de ejecutante integrando los conjuntos de Anselmo Aieta, Juan Canaro, Ricardo Pedevilla, Emilio Orlando, Rodolfo Biagi, Atilio Bruni y Francisco Rotundo, y participó en los acompañamientos orquestales de los cantantes Roberto Rufino, Roberto Flores, Andrés Falgás, Héctor Palacios y Alba Solís. Paralelamente a todas estas actuaciones formó siempre algún trío, flanqueado su bandoneón por dos guitarras. El último fue el que actuó en Radio El Mundo en 1957, secundado por los guitarristas Vicente Spina y José Sabino.

Y su trayectoria como instrumentista profesional culminó en 1982, en La Farola, un reducto tanguero de Buenos Aires del cantor uruguayo Mario Ponce de León.

«Nunca me senté, con el bandoneón en las rodillas, a escribir un tango. El proceso de creación ha tenido para mí otras características. Las melodías me llegaban en la calle, en el tranvía, en cualquier parte. Siempre tuve la precaución de anotarme el tema que me surgía así, espontáneamente. Después sí, lo desarrollaba musicalmente», comenta José Dames.

Aunque en sus comienzos produjo tangos que denunciaban ya al músico con vocación y disposición creativa, la expresión mayúscula de su producción se gestaría a partir de 1940, cuando los letristas importantes del tango descubren su especial facultad melódica.

De su asociación autoral con Horacio Sanguinetti salió desde el comienzo de la década una serie exitosa: “Los despojos”, “Tristeza marina”, “Por unos ojos negros”, “Milagroso” y “Nada”, el tango que alcanzó las casi 300 grabaciones de intérpretes diferentes.

Con José María Contursi dieron a conocer “” (que estrenó y grabó la orquesta de Aníbal Troilo en impecable versión con Edmundo Rivero), “Fulgor”, “Brindemos en silencio”, “Mientras vuelve el amor” y, siempre en esos años del '40, en plena agitación tanguera, aparece “Fuimos”, tango que a nuestro juicio es su más acabada composición, o en todo caso la que mejor define su estilo, con versos de Homero Manzi.

De ese mismo tiempo son “No me importa su amor” con letra de Enrique Cadícamo, “Sin ti” con Abel Aznar, “Tan lejos” con Marvil, “Horizonte azul” con Héctor Marcó y un tango, bellísimo tango, con versos de Cátulo Castillo titulado “Detrás del turbio cristal”, que inexplicablemente no trascendió (o que no encontró el intérprete y la grabación que merecían). Luego siguieron, en años posteriores, una serie de composiciones con el poeta Julio Camilloni: “No era el amor”, “Otra vez arlequín”, “Canción del ángel”, “La vida que te di”, con Juan B. Tiggi “La luna cae en San Telmo” y con Mario Ponce de León “Simplemente Laura”.

Entre sus piezas instrumentales: “El buscapié” (grabado por Osvaldo Pugliese), “Muy picante” (registrado por Mario Demarco), “De muy adentro” (en colaboración con Héctor María Artola y grabado por Aníbal Troilo), “A bailarlo”, “Alma y violín”, “El cometa” y su serie de milongas: “La coqueta”, “Sencilla y briosa”, “La luciérnaga”, “La juguetona”, “Chispeando”, “Vayan abriendo cancha” y “Repiqueteo de taquitos” (esta última en colaboración con Ernesto Baffa).

También escribió un vals de estilo europeo, “Canción de primavera”, y una pequeña obra de música sacra que dedicó a la iglesia de su barrio: Nuestra Señora de Pompeya.

Este sintético apunte de su prolongada trayectoria como instrumentista y compositor me lo relató José Dames una tranquila mañana del verano de 1983 en su casa del barrio de Pompeya.

Extraído del libro: Estos Fueyes También Tienen su Historia, de Gaspar Astarita, Ediciones La Campana, Buenos Aires, 1987.