Por
Néstor Pinsón

na de las tantas ocurrencias que surgieron del afán de Francisco Canaro y permitieron que su nombre quede para siempre en la historia del tango fue cuando las orquestas —todas con repertorios puramente instrumentales— incorporaron un nuevo integrante: el cantor, que hasta entonces era solista. Aparecieron, tímidamente, los cantores de la orquesta, los estribillistas. Los tangos hacía rato que tenían letra y ellos, solamente se adelantaban en el escenario para entonar unos pocos versos.

Fue Roberto Díaz el primero, según relato del propio Canaro en su libro de memorias. Afirmaba que con ello podía llenar más la orquesta, darle otro tono en la grabación de los discos.

Este joven y pionero cantor ya había grabado con otras formaciones en carácter de solista, es el caso del conjunto de Carlos Vicente Geroni Flores o del de Eduardo Pereyra, pero estos le hacían el acompañamiento, el vocalista no era una parte o un componente más de los mismos.

Con Canaro registró los títulos iniciales, en febrero de 1926: “Así es el mundo”, de Mario Canaro y “Ay ay ay”, de Osmán Pérez Freire.

Con el paso del tiempo, los estudiosos del tango reconocen tres estilos de cantores que, además, el consenso popular ubicó en el plano mas alto: Gardel, Corsini y Magaldi.

De Gardel parten la mayoría, algunos por casualidad o copia salen de Corsini y los otros son los «magaldianos». En esta última línea, pero seguramente sin intención de copiarla, está Roberto Díaz, aunque más parco que Magaldi. Ignoramos si se conocieron, pero seguramente se escucharon, lo cierto es que siguen un similar estilo interpretativo. Además, llegaron al disco al mismo tiempo, Magaldi en 1924 y Díaz un poco antes.

Se ha sabido poco de sus circunstancias de vida. Hasta de su nombre se duda. En los listados de SADAIC figura como Roberto F. Díaz Carvalho, pero conforme nos cuenta Oscar Zucchi, un reportaje publicado en la revista Antena, en marzo de 1935, se lo presenta como Roberto Pablo Carvalho.

Aprendió de adolescente a acompañarse con la guitarra y con un amigo recorrieron varias ciudades chilenas ofreciendo su canto. Más tarde, se une a Julio Vega para formar el dúo Vega-Díaz, con el acompañamiento del guitarrista Manuel Parada. Incorporados al sello Víctor, debutaron en el disco, en 1922, con el estilo “Amargura” y la zamba “Ojos chilenos”.

Como dúo dejaron más de treinta registros y cantando solamente Díaz, con los dos restantes en la guitarra, otro buen número de grabaciones. Posteriormente, también fueron sus laderos: José María Aguilar, Vicente Spina y Reynaldo Baudino. De esta etapa se pueden rescatar algunos títulos, por su significado social en cualquier época: las canciones “Morfinómano” y “El alcohol”. Por su belleza: el tango de José María Rizzuti y Emilio Fresedo, “Cenizas”; de Francisco de Caro, “Flores negras”; de Julio de Caro, “Boedo” y “El monito” y “Los dopados”, de Cobián, Doblas y Weisbach, luego con letra de Cadícamo, pasó a ser "Los mareados".

Como solista, fue acompañado por los seis ases de Julio de Caro, en marzo de 1925, cantando los tangos “Por qué” y “Piedad”.

En 1929 hace un hermoso dúo con Libertad Lamarque, interpretando el gato “Gaucho lindo”. También debemos citar otros con Alberto Vila, Carlos Lafuente y Juan Carlos Delson, siempre en la casa Victor, salvo un par de meses que fue vocalista para Roberto Firpo en el sello Odeon (de mayo a julio de 1932), donde se destaca el tango “Mosqueteros de arrabal”.

También grabó con la Orquesta Típica Victor y en otros conjuntos creados por la firma, en las que actuaban los mismos músicos: Orquesta Víctor Popular, Orquesta Típica Porteña, Orquesta Típica Los Provincianos, Orquesta Típica Ciriaquito. También intervino en las orquestas de Luis Petrucelli, Cayetano Puglisi, Carlos Marcucci y Adolfo Carabelli. Entre tantos registros, resaltan: “Pestañas negras”, “Romántico bulincito”, “La cumparsita”, con la letra de Gerardo Matos Rodríguez. “Cómo se pianta la vida”, “Recuerdo”, “Mi noche triste (Lita)”, “Qué sapa señor”, “Mi dolor”, “Tinieblas”, y el 22 de marzo de 1935, poco antes de su despedida del país y acompañado por Osvaldo Fresedo, los tangos “Retazo” y “Casate conmigo”.

Pasó un par de años en Europa y en 1936 eligió Chile como lugar de residencia. Continuó como cantor e ingresó, entre otras, en la orquesta mas importante, la de Porfirio Díaz. Compartió el escenario con las dos voces chilenas más populares de ese país, la de Pepe Aguirre y la de Jorge Abril. A la muerte de éste último, en 1946, le cupo cantarle el tango homenaje, “Adiós a Jorge Abril”. También dejó con Porfirio Díaz, los registros del tango “Marchant solo”, título en alusión a un caballo de carrera y del vals “La culpa fue mía”.

Fue autor de una buena cantidad de temas, valen destacar el tango “Agüelita qué hora son”, su obra más conocida, el estilo “Aurora del peregrino”, la zamba “La canción del boyero” y la milonga “Mi poncho tucumano”.

Falleció en Chile, aún joven, a los 61 años.

Aquellos que están comenzando a bucear en la historia del tango se encontrarán con su grato registro de tenor y sus variados matices, en un repertorio correctamente elegido e interpretado.