Por
Gaspar Astarita

úsico de primera línea, tuvo la decisiva influencia de dos escuelas tangueras de marcada individualidad y hondo arraigo popular, las de Alfredo Gobbi y Osvaldo Pugliese.

Pero, este marcado esquema canyengue y evolucionadamente milonguero podía llevarlo a la imitación, pero lejos de ello, este excelente instrumentista creyó honestamente, y así lo demostró, que entre esas dos posiciones estéticas, tan perfectamente manifiestas, podría caber su propia formulación, y así resultó. Las veces en que incursionó con su propio conjunto, mostró su propia definición estilística.

Hizo gala de un tango de grata y particular división rítmica que lo afilió, inmediatamente, a la concepción de avanzada, con permanente juego de figuras canyengues. Un linaje tanguero con fondo adusto, denso, arrastrado por momentos, por el permanente y ceñido empleo del contrabajo ajustándose al sector grave de la cuerda. Y todos, con prudente acentuación, amalgamándose a la mano izquierda del piano, que hacía memorar por momentos al músico que aportó esa rica y novedosa acentuación bordonera: Orlando Goñi.

Y el bandoneón cadenero del director, personal y vigoroso, llevándose el conjunto tras de sí. Ahí está, para demostrarlo, la admirable versión de su propio tango, “Solfeando”, interpretado por la orquesta que formara en 1965, que ratifica sin ninguna duda esta evaluación de su particular estilo.

Nació en Buenos Aires. Estudió bandoneón con Joaquín Clemente y, luego, armonía y contrapunto con el maestro Julián Bautista.

Antes de 1940, y sin descuidar sus estudios, comenzó a trabajar profesionalmente como acompañante de cantantes solistas, para integrar al poco tiempo las orquestas de Antonio Rodio y Juan Canaro.

En 1942, pasó a la orquesta de Alfredo Gobbi, conjunto en el que comenzó a mamar su futuro y particular estilo y a perfilarse como hombre de punta en la fila de bandoneones. Fue en esa orquesta donde se encontró de pronto con el lenguaje musical con el cual se identificaba.

Con Gobbi arrancó en el local Sans Souci con la siguiente alineación: Toto D'Amario, Deolindo Casaux, Ernesto Rodríguez (Tito) y él en bandoneones; Alfredo Gobbi, Bernardo Germino y Antonio Blanco en violines; Juan Olivero Pro en piano; Juan José Fantín en contrabajo, y los cantores Walter Cabral y Pablo Lozano.

Permaneció en esta agrupación hasta 1951 y en esa época dio a conocer una de sus obras más perdurables: “Entrador”, un bellísimo tango instrumental de corte milonga, grabado por la orquesta de Gobbi y por la de Osvaldo Pugliese.

Sobre los finales de ese año formó su propia orquesta: Mario Demarco, Alberto Garralda, Tito Rodríguez y Ricardo Varela (bandoneones); Luis Piersantelli, Antonio Blanco, José Singla y Jorge González (violines) —también en algunas instancias José Carli y P. Cabrera—; Ernesto Romero (piano), Luis Adesso (contrabajo) y los cantores Jorge Sobral y Raúl Quirós.

Actuó en el dancing Casanova, en bailes y otros lugares nocturnos, dejando grabados en el sello Pathé 18 títulos.

Tuvo buena acogida de los entendidos, pero con el gran público no pasó nada, y tuvo que disolver la orquesta a mediados de 1953. Ingresó en la orquesta de Julio De Caro en ese mismo año y, a principios de 1954, don Julio dio las hurras, dispersándose una prestigiosa escuadra de fuelles: Carlos Marcucci, Marcos Madrigal, Mario Demarco, Alfredo Marcucci, Alberto Garralda y Arturo Penón.

En junio se incorpora a la orquesta de Osvaldo Pugliese para cubrir el alejamiento de Jorge Caldara. También le tocó cumplir tareas de arreglador y dejó en ese conjunto varios trabajos que ratificaron su personalidad musical. Serafín Magna, vocero de la orquesta, comentaba su arribo: «Nadie mejor que Demarco, para completar la fila de bandoneones pues es bien reconocida su ductilidad como ejecutante, y que a la vez reforzará el plantel de orquestadores integrado por Pugliese, Balcarce y Peppe».

Con esa orquesta, estrena otro de sus mejores tangos: “Pata ancha”, que graban en Odeon —el 13 de mayo de 1957—, con un inmejorable arreglo propio y, curiosamente, en esa placa Osvaldo Pugliese estuvo ausente, lo reemplazó Osvaldo Manzi. También hizo los arreglos de “Suipacha”, “Emancipación” y “Quejumbroso”.

En 1959, se desvinculó de Pugliese porque la orquesta inició una gira por China y la Unión Soviética, pero Demarco no pudo viajar, pues su esposa estaba enferma. Lo reemplazó Julián Plaza. Finalizó ese año actuando y como arreglador en las orquestas de Raúl Lavié y Héctor Stamponi.

Compuso además: “Sensitivo”, junto a Máximo Mori; “Aquella deuda” y “Pavada”, con letras de Julio Camilloni; “Astillas”, letra de Jacinto Alí; “Sin un adiós”, con Reinaldo Yiso; “Para Pirincho”, con Santiago Adamini y “Barro y asfalto”, con Jorge Sobral y Roberto Vilar.

Entre 1960 y 1963, forma algunos conjuntos para acompañar a cantantes solistas, entre ellos: Edmundo Rivero, (Discos Philips), Argentino Ledesma (Odeon) y Jorge Sobral (Columbia).

En 1964, Alfredo Gobbi reagrupa su conjunto y lo vuelve a convocar. Debutan en Patio de Tango, pasan a Sans Souci y actúan en Radio Splendid. En esos días, estrena su tango más representativo: “Solfeando”. Pero esta nueva etapa de Gobbi concluye ese mismo año.

Siempre en 1964, pasa a la orquesta de Joaquín Do Reyes. La fila de bandoneones la forman Máximo Mori, Mario Demarco, Santiago Cóppola y Antonio Marchesse; en el piano Carlos Parodi, Osvaldo Monteleone en contrabajo y los violines de Roberto Guisado, Aquiles Aguilar, José Nieso y Claudio González y la voz de Ricardo Aguilar.

En agosto de 1965, formó orquesta propia con elementos noveles, desconocidos casi todos en las grandes carteleras del tango, más el valioso aporte del violín de Roberto Guisado. Para el sello Solfeando registró 4 temas instrumentales —de impecable interpretación: “Solfeando”, “Sensitivo”, “A San Telmo” y “Muy picante”, junto a 4 cantados por Marcelo Soler y Jorge Román.

Toda su vigorosa personalidad artística quedó plasmada en esas grabaciones: su formación decareana, las influencias de Gobbi y Pugliese, sus conocimientos musicales, su fuerza interpretativa —milonguera y zapadora—,y al ejecutante de fibra, marcando su inconfundible canyengue a la orquesta, o fraseando desde su bandoneón, tierna y emotivamente.

Después de esta fallida experiencia vuelve a acompañar cantores, rebuscándosela como mejor puede. En el año 1966, se destaca un disco que graba con Rodolfo Lesica, en el que sobresalen dos títulos: “Destellos” y “Quiero verte una vez más”.

Al año siguiente, lo tenemos en la cantina Ernesto, de Corrientes y Gallo —en pleno barrio del Abasto—, formando un trío con Norberto Ramos en piano y Enrique Maldonado en contrabajo, acompañando a una verdadera legión de cantores por noche. También vuelve a acompañar a Edmundo Rivero en la grabación de un disco.

En 1968, siempre en actividad pero con marcados altibajos, comenzó a grabar acompañando al cantor Gerardo Mancini, completando apenas la mitad de la placa. Desde hacía un tiempo sentía fuertes dolores en una mano, aviso de un grave mal que fue detectado más adelante. La rápida y desfavorable evolución de la enfermedad obligó a la amputación de la mano izquierda.

La muerte lo sorprendió antes de lo esperado, tomando un café en la confitería El Aguila, al lado de SADAIC. Fue un paro cardíaco.

Se me ocurre, para finalizar esta breve reseña, que son oportunos unos versos de Julio Camilloni: «Estrella que se apaga repentina y dolorosamente... Bandoneón cadenero en toda orquesta y orquestador de tango, tango y tango».