Por
Ricardo García Blaya

ste eximio bandoneonista es, sin duda, uno de los grandes arregladores de nuestra música porteña, requerido por maestros de la talla de Osvaldo Pugliese y Alfredo Gobbi, supo ganarse un singular prestigio en el difícil arte de embellecer la melodía.

Siempre respetando la esencia de cada pieza, tal cual fuera ideada por el compositor, Mamone hace sus arreglos y orquestaciones con equilibrio y detallada dedicación, teniendo especialmente presente el estilo de la orquesta comitente y las características del cantor.

Conservo en mi memoria un recital de María Volonté, en el Café Tortoni, al que concurrimos con los amigos Bruno Cespi, Héctor Lucci, Oscar Himschoot y Néstor Pinsón, —invitados por Juan Francisco Saénz Valiente— en que el acompañamiento del cuarteto dirigido y orquestado por El Cholo imprimía el clima ideal para el lucimiento de esta sugerente cancionista.

Alguna vez nos contó que era un niño cuando se enamoró del tango y del bandoneón y que sus primeros estudios fueron en una academia de su vecindario donde aprendió teoría y solfeo.

En 1936, con más voluntad que conocimiento, participó en la orquesta de José Otero, una formación menor que tocaba en los barrios. Pero, tres años más tarde, logra vincularse con su ídolo, Pedro Maffia, quien accede a enseñarle y a perfeccionarlo. Su notable crecimiento con el instrumento entusiasmó a su maestro quien, en 1942, lo invitó a integrar su orquesta.

Ya en 1944, y desvinculado de Maffia, comienza su carrera de arreglador destacándose sus trabajos para Pugliese, —desde 1949 y por durante quince años—; para Roberto Caló, donde también, en alguna oportunidad, formó la fila de bandoneones; para Alfredo Gobbi, José Basso, Enrique Francini y Pedro Laurenz, entre otros, en la década de 1950.

También actuó y orquestó en la orquesta de Florindo Sassone, a fines de los 40 y, un poco después, en la de Joaquín Do Reyes, para sus actuaciones en Radio El Mundo y en escenarios del interior del país.

En 1954, se sumó a la orquesta de Alberto Morán, en su doble condición de primer bandoneón y arreglador, que estaba dirigida por el pianista Armando Cupo. Diez años después se repite la fórmula con Miguel Montero, pero son años difíciles para el tango, decide no tocar más, emprende otros empleos, pero sigue arreglando para importantes músicos como Atilio Stampone y Leopoldo Federico.

La declinación del género se hizo muy notoria a partir de 1960, por esa razón los músicos buscaron expresiones alternativas, algunas más culturales que comerciales, otras, todo lo contrario. Entre las primeras se destaca el Cuarteto de Cámara del Tango, una idea del violinista Leo Lipesker, quien encargó los arreglos a Mamone. El conjunto estaba integrado por: Lipesker y Hugo Baralis (violines), Mario Lalli (viola) y José Bragato (cello). Grabaron dos discos larga duración, el primero para la empresa Odeon, en 1961 y el otro para Microfón, en 1965. Fue un válido intento de resistencia tanguera, aunque insuficiente para paliar la transculturación producida a favor de otros géneros.

Vuelto a la actividad como músico, en 1974, dirige nuevamente la orquesta de Montero y graban un disco LP.

Fueron muchos los cantores que requirieron sus oficios, entre ellos recordamos a: Rodolfo Lesica, Juan Carlos Cobos, Reynaldo Martín, Ricardo Pereyra, Francisco Llanos y, entre las cancionistas a: Norma Ferrer, Choly Cordero, Silvana Gregori, Patricia Lasala y María Volonté.

Los últimos años del siglo veinte, lo encuentran en plena actividad, al frente de pequeñas formaciones, acompañando y grabando con distintos vocalistas, también como director de la Orquesta Municipal del Tango de la ciudad de San Martín, Provincia de Buenos Aires, contando con las voces de Choly Cordero y Luis Linares.

En su obra como compositor, sus éxitos mayores fueron la milonga “Cuando era mía mi vieja”, que Julio Sosa convirtiera en un verdadero suceso. Otros títulos interesantes: “Te quiero más”, con Abel Aznar, “Al latir de Buenos Aires”, con Norberto Rizzi, “Noche de duendes” y “Platea”, con Haidé Daiban y los instrumentales “Negroide”, “Con lirismo” y “Vislumbrando”.

Paradójicamente, su obra más popular y difundida, el tango “Bailemos”, la registró a nombre de su padre Francisco Mamone por motivos personales. No fue la única que inscribió así, pero sí la más importante comercialmente.