Me puso en cada labio la fruta del infierno,
con mesas de mil bares talló su oscura cruz.
Vapores del escabio ya suda mi pellejo,
y vago en las esquinas buscando aquella luz.
Su lengua fue el acierto del eco más sombrío,
bebí de sus tinieblas el trago de perder.
Sangrando están las uvas el plomo de su olvido,
y el barro de la ausencia goteando en el papel.
Sediento voy ahora por el mundo,
cosiendo a cuchilladas mi dolor,
saliva hecha de alcohol, salvaje incendio,
¡creciendo en los barriales de mi voz!
Girando están sus pájaros oscuros,
echando picotazos por la sed,
su boca es un puñal, yo soy un perro
ladrándole a la luna de su piel.
Dejé en los mostradores montón de azules huesos,
y anduvo su fantasma la niebla de mi alcohol.
Sangré sin preguntarme ¿fue miel o fue veneno?
y adentro de su copa mojé mi corazón.
Me crece en la garganta la hiel de su tridente,
me acusa por las noches el drama de quien fui.
Mi lengua vive alerta, recuerda sus rompientes,
su trueno de oro muerto, su viejo folletín.