Sumido en el confín, detrás del sol
que alumbra la ciudad;
bajando el tobogán del terraplén
asoma tu humildad,
tu pudor
de abrojal
y zanjón
donde ensaya el anuro su monótona canción.
Cuando embravecido y brutal,
suelta el Ludueña su aluvión,
cien crespones de negro
lloran después de la inundación;
Empalme Graneros, mi voz
que hoy se amalgama a tu penar,
un collar de lágrimas
te enhebra al recordar.
Horrible languidez del alba gris
que sublimó tu fe
reencuentro con la vida y la esperanza
en un abrazo fiel
de fervor,
ansiedad
y dolor
curtida en las tinieblas de una noche sin amor.