La llamaban la Santa,
en toditos los valles
por su cara de virgen
y los ojos de cielo,
la adoraba un serrano
de otro pago lejano
que una noche de luna
cantó vidalas de amor galano.
Era grande el cariño
que por ella sentía,
que jamás en la vida
latió tan fuerte su corazón.
Por vos mi sol
pelearía a mandinga
y del cerro maldito
robaría la flor;
la flor de amor
pa' adornar tu cabeza
y llevarte enancada
en mi mula baquiana
hasta el mismo altar.
Una tarde de nieve,
según cuenta un arriero,
por cumplir la promesa
se marchó para el cerro.
Han pasado tres lunas
desde entonces no ha vuelto
y la Santa de amor se murió
pensando verlo en el cielo.
Desde entonces le rezan
en toditos los valles
por las almas puras
que ayer soñaban con su querer.