Herencia (a Carlos Gardel)

Poema evocativo

En mi ciudad
el imperio del barro desplegaba
sus opacas banderas:
viriles frustraciones,
resignadas derrotas maternales,
amores atacados de impotencia...

En mi ciudad
crecían, infructuosos, los ocios y trajines;
ardiente, la pobreza;
cabizbajos, los odios...

En mi ciudad
lo triste acontecía.

Las calles reclamaban una siembra de sal.
Soñaban sus noctámbulos perfiles
con cales y con yesos de guitarras.
Cada niño buscaba un sol de leche
para entibiar sus rangos y rayuelas,
un bandoneón de arroz
para entonar su destino sin música.

Por eso, en tu partida,
decidiste dejarnos una herencia:
esa ofrenda de espuma,
ese dulce esqueleto alborozado,
los pacíficos y amables alfileres
de tu sonrisa.

Tiene la misma edad que tu voz sin edades.
Lleva un alto pregón en su silencio.
Su elocuente mutismo
despedaza los gritos del asfalto,
hace morir de fe a los adoquines
y le demuestra al duende de los tangos
que es posible
una historia sin pecado concebida.

Gracias por el legado,
por ese mar que hoy reluce blandamente
en las oscuras venas del cemento.


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