Se va muy lenta la tarde,
mientras puntea la noche
y el viento como reproche
lo castiga al pastizal.
Pero cruzando los campos
se ve un paisano llegando
y en su mochila llevando
la guitarra nacional.
Lleva un poncho por bandera,
un pingo que es un primor,
una mirada sincera
y una promesa de amor.
Es la gran nobleza gaucha
que no precisa control,
camina sobre la escarcha,
como va de frente al sol.
Al llegar junto a mi rancho,
gritando con alegría,
apareció, Virgen mía,
el alma del payador.
Lo reciben dos ojazos
dando más brillo a la noche
y un beso cerrando el broche
dándole paso al amor.