Del ciego musicante la música manida,
la tonada gangosa de un lejano acordeón
revive en una estampa borrosa y desvaída
el alma arrabalera del turbio callejón.
La muchacha modista que cegó una quimera
dorada, que no pudo jamás satisfacer,
flor que duró tan sólo lo que una primavera
y pasó como todo lo que no ha de volver.
Qué profunda tristeza
tiene la calle sola.
La música lejana
solloza una milonga.
Todo está como entonces,
cuando tú eras la novia
que gustaba los versos,
los besos y las rosas...
Yo también como tú me perdí en el camino
y entre sombras extrañas paseo mi tristeza
y no le pido cuentas de mi vida al destino,
aunque es larga la ruta y ruda la maleza.
El mismo torbellino nos lleva al mismo puerto,
la misma sed de olvido nos une en hermandad.
Qué lejos nuestras almas del callejón desierto
donde la vida un día nos vino a despertar.