Fisurao, con un vino toraba,
en la ochava y armándose un faso
murmuraba pa’dentro un fracaso
como quien se cuenta a sí mismo un dolor...
Me arrimé para ver qué decía
aquel flaco tirao en la vereda
y asombrao me di cuenta que el quía
que se confesaba con pena era Dios...
No sé cómo entender por más que quiero
este sainete de malandras y muleros,
al usurero y su oro vil,
al chupasangre y al servil,
al indecente... que miente y miente.
¡Mirá, no ves, qué flor de gil, qué pobre otario!
el que creyó que la verdad está en los diarios.
¡Qué estupidez, cuánta maldad!
la Tierra está en liquidación
y el hombre en guerra con su propio corazón.
De asesino te acusa el que mata.
De haragán, el que a otros explota.
Al que sabe lo toman de idiota
y al burro lo visten de sabio doctor.
Si parece Sodoma y Gomorra
este vértigo de odio iracundo,
todo el mundo pirao de la gorra
detrás de la horda, peleados con Dios...
Por eso estoy tirao en la vereda,
crucificao por treinta míseras monedas.
Mandinga baila en el zaguán,
si pido pan, ¡minga me dan!
¿De la justicia...? ¡No hay ni noticia!
Pero si viene un turro y vende la Argentina
la gente corre al que se afana una gallina.
¡Qué estupidez, cuánta maldad!
la Tierra está en liquidación
y el hombre en guerra con su propio corazón.