Por
Eduardo Visconti

De Bassi - Arturo De Bassi, su historia y un reportaje de 1937.

ianista, fue también clarinetista como su padre, Cayetano De Bassi. Nació Arturo en el porteño barrio de la Recoleta el 24 de abril de 1890 y falleció de un síncope cardíaco, en esta ciudad, el 18 de junio de 1950.

Vinculado al mundo teatral y musical de la ciudad desde temprana edad y, consecuentemente al éxito, puede verificarse que su primer obra inscripta en el registro público de la propiedad llevó el número 505, en 1911, haciéndolo ese mismo día entre otros, un tema que le daría grandes satisfacciones: “La catrera”.

Para tener idea de lo capaz que fue considerado, baste señalar que Alfredo Améndola, dueño del sello Atlanta, le confió la dirección de su rondalla con la cual imprimió 100 temas, y de la banda, realizando 73 matrices bajo su responsabilidad.

Tenía 26 años de edad cuando había registrado ya 38 temas, lo que nos da idea de su actividad.

Participó como músico en muchas obras teatrales de las cuales se le confió la partitura musical, especializándose en sainetes y revistas. No fue ajeno su hermano mayor, Antonio, comediógrafo y autor de algunos tangos.

Tuvo trayectoria gremial y empresarial. Así ocurrió que se retiraron de la Sociedad Argentina de Autores para ingresar al Círculo de autores y compositores en pleno conflicto gremial en 1921, entre actores y empresarios, sacando entonces su repertorio de aquella, que llevó a decir a un diario de nuestra ciudad, de gran tirada: «¡Qué lástima! Ante tanta desgracia no nos queda otra cosa que rogar a los De Bassi, por el arte lírico, por los músicos, por los coros y por los hijos de las coristas que no se vayan». No escucharon sino sus intereses.

Arturo De Bassi, después de un período en el que estuvo alejado de la música, formó en 1942, su propia orquesta típica y actuó en Radio Splendid. Eran otros tiempos, otros gustos, otros aires.

De su trayectoria han quedado como los temas más destacados en el repertorio que trascendió a su creación, a su época, “El caburé”, “La catrera” y “El incendio”.

Transcribimos a continuación, un reportaje publicado en la revista Radiolandia el 2 de octubre de 1937.

«Arturo De Bassi está más allá de las presentaciones. O mejor, debería estar. Por su labor cumplida, por los frutos de su creación, por lo que significó para la historia de la música popular porteña. Por eso y mucho más, que las generaciones de hoy, en contacto con ídolos pasajeros, olvidaron o desconocen en absoluto. Para ellos, que desconocen la capacidad de esta vida, hacemos este reportaje. Y también como una propicia recordación dedicada a los que siempre lo aprecian y valoran en la justa medida del merecimiento.

«Créame, amigo, —dice De Bassi— que generalmente prefiero no hablar de las cosas de ayer. Un poco por coquetería ¿sabe? ¡A uno lo hacen más viejo que a Matusalén!»

«—¿Y el otro poco?»

«—El otro poco por respeto. Se dicen tantas cosas del ayer cercano. Se urde tanta fábula. ¡Se arrima tanta opinión! Callar en medio de este juego de opiniones equivale a respetar.»

«—Háblenos de usted, amigo De Bassi. ¿No le parece?»

«—No me parece interesante...»

«—Eso corre de mi cuenta...»

«—Largue con la resposabilidad...»

«—¿De qué barrio fue usted?»

«—Del Norte. Más bien dicho, nacimos en el norte. Pero nos criamos en el sur, por Balvanera. Mi padre era músico. Y todos los hermanos estudiamos música. Pero profesionalmente nos dedicamos a ella tres, Antonio, Tomás y yo. En especial yo, que siempre sentí más vocación.»

«—¿Cuál fue su iniciación profesional?»

«—En el teatro Apolo, integrando la orquesta que dirigía el maestro Antonio Reynoso. Orquesta de la compañía de zarzuelas integrada por Pepe, Antonio y Pablo Podestá, Lea Conti, Olinda Bozán, Herminia Mancini y las tres hermanas Borda. ¡Yo era un muchacho de trece años! Me asomaba a la vida con el asombro en los ojos. Y para mí era todo maravilloso, ¡como para no serlo! Intervine en el estreno de Los Disfrazados, maravilloso sainete lírico de Pacheco. Y también en Las Empanadas, de Soria y Payá.

«—¿Qué cosa recuerda con más cariño de ese año?»

«—Era en 1906. Yo era casi un niño. Un día la inspiración me regaló un tango concebido sobre los toques de los bomberos. Bautizado "El incendio", fue estrenado en el mismo Apolo, durante un entreacto. El tango todavía no se había ganado al ambiente familiar. Sin embargo, el mío llegó a límites inconcebibles de popularidad.»

«—¿Cuál fue su editor?»

«—Yo mismo. Pagué los ejemplares a la casa Ortelli Hermanos y con ellos debajo del brazo me recorría todos los negocios del ramo dejando la obra en consignación. Llegué a vender 50.000 ejemplares. Cómo sería la cosa que todas las semanas daba una vuelta por los negocios donde había colocado piezas y llegaba a mi casa con tres o cuatro «canarios» en el bolsillo.»

«—¿Siguió componiendo?»

«—Seguí. Así vieron la luz “El auxilio”, con la pitada del chaferola, “El recluta”, con los toques militares. De todo esto habían pasado cuatro años. Yo ya era popular. Le advierto —dice De Bassi con inteligente acento— que ahora comprendo lo que vale la popularidad. Sigamos: Última Hora había organizado un concurso de tangos, el primer concurso. ¿Se da cuenta lo que significaba para nosotros? Me presenté con el tango “La catrera”, tuvo mala suerte. No obtuve ni un accésit. Indignado, con ese impulso de los pocos años —dieciocho—, lo publiqué con la siguiente leyenda: «Tango no premiado en el concurso de Última Hora». Fue un suceso extraordinario. Durante veinte años se vendió infatigablemente. Se ejecutaba en todos lados».

«—¿Hasta cuando duró la leyenda?»

«—Hace poco tiempo, al volver a editarlo, le retiré la frase vengativa. Ya había pasado la juventud. Además ya me había vengado durante mucho tiempo.»

«—¿Qué compositor obtuvo el primer premio?»

«—Un buen compositor. Se llamaba Eduardo Bolter Bulterini. Vea lo que son las cosas. Hace tres meses lo conocí. Cuando me lo presentaron se puso contentísimo. Me dijo que él era el primer admirador de “La catrera”. Según él, mi tango era la cumbre de la danza porteña. ¡Qué satisfacciones nobles tiene la vida!»

«—Siga con la serie de sus triunfos.»

«—En 1911 escribí uno de los tangos que más quiero. “El Caburé”. Está inspirado en una frase mía, perteneciente a la obra del mismo nombre. ¿Se acuerda? "Me llaman caburé, caburé porque soy..."»

«—¡Como para no acordarme! ¿Cuál es el origen del tango a su entender?»

«—Para mí el origen del tango es la habanera. En la primera época el tango tenía el ritmo de la habanera. Ahora ha cambiado. Pero su origen fue ese. Si uno toma “La morocha” se da cuenta de su origen.»

«—¿Cuántas épocas conoce del tango?»

«—El tango tiene tres épocas. La primera, la heroica, yo la desconocí. Llegué a la vida cuando ya terminaba. Era cuando existían los bailes privados donde iban a divertirse los niños bien de Buenos Aires a la sombra del secreto. Cuando se bailaba a escondidas. Era la época de Manuel Campoamor, Ángel Villoldo, Rosendo Mendizábal, Alfredo Bevilacqua, El Pibe Ernesto Ponzio, Juan Carlos Bazán, Roberto Firpo, Luis Chiappe Ducca, Ernesto Tornquist. Cuando el tango era actividad del hampa y se practicaba, popularmente, en las esquinas, al margen de los organitos y danzado entre muchachotes de sombrerito Masera, como dice la “Milonga del novecientos”.»

«La segunda época se iniciaba cuando aparecí para la música popular. Entonces el tango era aceptado pero como cosa extraña. Nosotros lo ejecutábamos, como le dije, en el Apolo. Pero no entraba a las casas de familia. Eso se produjo cuando volvió de París. En los escenarios el tango entraba de casualidad. Había un género más usado que el tango: la milonga.»

«La época tercera es la del tango canción. Se debilita la danza y se enriquece la canción. Ahora estamos en una vuelta al pasado. Hay síntomas interesantes. Esta vuelta la preside Francisco Canaro con su orquesta, que mantiene una personalidad criolla. Y la robustecen compositores nuevos de edad y viejos en estilo y en alma. La resurrección de la milonga, debida a sus mejores cultores del momento, los autores de “Milonga sentimental”, es otro síntoma.»

«El primer tango que se bailó en la escena con extraordinario éxito fue en la obra La beata. Los personajes centrales estaban encarnados por dos nenes. Pablo Podestá y Orfila Rico. Él hacía un malevito y ella una comadrona de conventillo. El muchacho le enseñaba a la vieja como se bailaba un tango. Lo hacían magníficamente. Una frase de Pablo quedó popularizada: «Mové lo que te dije». El tango era de Antonio Podestá

«—¿Se cantaban los tangos?»

«—Se cantaban en el varieté.»

«—¿Quiénes cantaban entonces?»

«—Las reinas eran Linda Thelma y Pepita Avellaneda. Los tangos de más popularidad eran “La morocha” y “Pica, pica”.»

«—¿Usted musicó zarzuelas?»

«—Varias.»

«—¿Ponía tangos en la música de la obras?»

«—Tangos no, precisamente. Aprovechaba el ritmo del tango y de la milonga para darle color criollo.»

«En El Rincón de los Caranchos, libreto de Novión, Esther Podestá cantaba un tango mío. Y en otra obra de Bayón Herrera, César Ratti, ¿se da cuenta?, cantaba otro tango.»

«—¿Todos los actores cantaban?»

«—Casi todos. Hasta de Ada Comaro recuerdo haberla oído cantar en la escena. Así le puedo nombrar también a Pablo Podestá —creador del estilo que se tocaba en La Piedra del Escándalo—, Pepe Podestá, Olinda Bozán, Segundo Pomar, Vittone, Florencio Parravicini, César Ratti, Alberto Ballerini, Nava, Lea Conti, Manolita Poli, Salvador Rosich. Había un actor, Robledo, que por los tipos que encarnaba se había especializado en cantar tangos.»

«—En esa época el teatro daba oportunidad para que se inspiraran grandes compositores. Olvidados, injustamente olvidados. Antonio Reynoso fue lo más grande que dio el teatro criollo. Era vasco pero tenía un sabor porteño que no se ha superado. Tenía grandes conocimientos. Y fuerte inspiración. Visitaba los barrios y los cafetines. Allí tomaba motivos —que escribía en el puño de la camisa—, y que desenvolvía con acierto ejemplar. El sexteto de Los disfrazados es un pedazo del alma porteña.»

«—¿Había otros?»

«—García Lalane era otro caso serio. En Ensalada Criolla, revista de la época, tiene el dúo de "Gabino, el mayoral", que es una página generosa del cancionero criollo. Y como ellos estaban Payá, Chelli, Miquez, Carrilero y, modestamente, yo también.»

«En mis tiempos la gente creía que para hacer tangos había que ser un compadrito. Se concebía al compositor con melena, trencilla y taquito militar. Cuando yo era presentado a alguien se resistían a creer que era el autor de “El Caburé” o de “La catrera”. Una vez me senté en una mesa del comedor del rápido a Rosario y los tres compañeros ocasionales de mesa hablaban del tango. Salió a relucir “La catrera”. Uno de ellos dijo que conocía al autor. Y me describió con brocha gorda. «Es un criollazo, dijo, tiene unos tremendos bigotes y siempre usa un facón a la cintura».»

«—Para mí, el tango triunfó en el mundo por dos razones. Primero porque como danza permite una intimidad arrulladora entre los bailarines. Es la danza hecha para el chamuyo. Segundo por su letra. El problema del amor fracasado es de todo el mundo. Por eso en todas partes se encontraban corazones dispuestos a dejarse sugestionar con el drama del tango.»

«—¿Cuál es su más grande deseo en este momento?»

«—Evocar a través de la radio toda la música del teatro porteño. Mostrar a este nuevo Buenos Aires las cosas de la ciudad vieja. Cuando no había rascacielos y el alma de la urbe tenía una definición rioplatense. Cuando el extranjerismo no se había adueñado del pueblo. Cuando lo mejor era lo nuestro. Cuando los artistas trabajábamos sobre el alma criolla con el amor del escultor que talla una idea sobre la madera del árbol que nació a su lado. Cuando lo porteño tenía un sentido claro. Cuando luchábamos por embellecer la realidad. Y mostrarlo a las generaciones de hoy como un homenaje a aquellos creadores y también como un ejemplo de que lo criollo tiene una historia respetable. E impartir esta lección con la lengua más fácil de entender: la música.»