Por
Néstor Pinsón

Nichele - Confesiones del violinista

o nací en la Argentina, en la ciudad de Zárate, el primero de junio de 1918. Fue de casualidad, tendría que haber nacido en Montevideo porque allí vivía mi familia. Mi padre era italiano y técnico en refrigeración, mamá era uruguaya y la empresa lo mandó de apuro, por unos días y yo me adelanté a la fecha prevista. A los pocos días ya estaba de regreso en Montevideo.

«Solamente hice la escuela primaria, estudios secundarios no tengo, hice primario y cabaret. El primario mezclado con estudios de música. Imaginate que a los trece años comencé profesionalmente, fue la nochebuena de 1931 en el Casino de Carrasco con la orquesta de Carlos Warren.

«Yo estudié con un virtuoso del violín cuyo nombre no trascendió porque era un hombre tímido, se llamó Carlos Giucci. Con él también estudió Edgardo Donato, pero lo echaba a cada rato, porque a Edgardo le gustaba hacerse el loco y arrancaba con pizzicatos cuando no correspondía y cosas así, después lo tomaba de nuevo.

«Mis primeros años fueron para conjuntos de cabaret, tango e incluso jazz. Estuve con Juan Baüer, trabé una linda amistad con Quico Artola... parecía un fósforo apagado, era flaco, alto y negro, hasta que un día se fue a Buenos Aires. Pasó poco tiempo y asuntos de «mujeraje»... bueno, una mujer me trajo a mí también. Comencé haciendo algunas cositas para vivir hasta que me llamó Troilo, a quien ya conocía, para su primera orquesta, aquella del debut en el Marabú el primero de julio de 1937.

«Estuve dos años con Pichuco y después me llamó Roberto Zerrillo para acompañar en las giras a Libertad Lamarque, pero no intervine en ninguna de sus grabaciones. Después me quedé en la vía, meta caminar por Corrientes sin trabajo. Un día me encuentro con Troilo que estaba completo, pero como era muy dadivoso me llevó igual y no paré por veinte años.

«Aníbal Troilo anduvo bien hasta los años cincuenta, luego comenzó su decadencia y ya fue barranca abajo. Finalmente me cansé y lo dejé. Entré por concurso en la Sinfónica Nacional, el director de la mesa de admisión era el propio director, Juan José Castro. También estuve como veinte años. Allí me jubilé. Hice mucha televisión e integré muchas orquestas que acompañaban a los cantantes extranjeros que estaban de moda y llegaban al país en sus giras.

«No llegué a tener orquesta propia, aunque la escasez de trabajo nos llevaron a formar un cuarteto con Eduardo Rovira, Atilio Stampone y Fernando Romano en el contrabajo. También alternaron Orlando Tripodi y José Colángelo. Hicimos varias giras y bastante radio, pero para no repetirnos nos propusieron cambiar la denominación cada tanto y así fue el Cuarteto de Rovira, el de Stampone y también el mío. Cuando me tocó llegaron unas grabaciones para varios casettes que fueron comercializados en el Japón, entonces allí apareció como Cuarteto Reynaldo Nichele.

«Me preguntás sobre Fiorentino... mirá, fue un cantor cariñoso, y así era como persona. Troilo sabía conducir a sus cantores. Como se trabajaba mucho lo trajo al tano Marino para colaborar y el tano se empezó a llevar buenos aplausos, es posible que esto afectara a Fiore y se fue. Hizo mal en irse, nunca más fue el mismo.



«De los músicos de Troilo el más destacado fue Orlando Goñi, una cosa muy grande, para poner aparte. Cuando no había orquestaciones él ponía todo. Hubo un bandoneonista, Alberto García (Pajarito), que reemplazaba al gordo cuando empezó a no tocar. Troilo metía los dedos pero el primero era García. Muchos no se daban cuenta. José Basso tenía mucha fuerza, le decíamos el furioso. Me gustaba Osvaldo Manzi, muy delicado, pero era otra cosa. Piazzolla era un gran técnico y metía mano en los arreglos hasta que Troilo lo paraba, si no le cambiaba el estilo. El Gato era medio jodido y además jodón, de bromas pesadas. Tenía una tendencia rítmica, se pasaba el tiempo escuchando a Bela Bartok, a Schomberg, Weber, todos músicos modernos cuyas obras eran de gran base rítmica, y eso le quedó. Era mas ritmo que melodía, en el exterior lo entendieron, aquí no, el cambio fue muy brusco.

«¿Y D'Arienzo?... Hace años que me peleo con mis compañeros cuando se quejan que hay poco trabajo. Les digo que nos salvaría la aparición de otro Juan D'Arienzo. De pronto los jóvenes saldrían a bailar, aparecerían nuevas orquestas, la televisión se interesaría... en ese caso, luego vendríamos nosotros, los buenos, y estropearíamos todo otra vez.

«Y sí, Di Sarli fue un fenómeno. Tocando fue el tango mismo. No hubo mejor. Fue una maravilla. Los ritmos, el manejo de los bajos, las milongas. Junto a Goñi y Francisco De Caro fueron los mejores pianistas.

«Y de mis colegas, Heifitz. Es tanto lo que me gusta que no me lo aguanto. En el tango, Vardaro. Cuando de muchacho lo ví en Montevideo exclamé: «ese es el que me gusta». También Alfredo Gobbi, Enrique Camerano, muy tangueros los dos. Con respecto a Enrique Francini, el era en la orquesta de Raúl Kaplún el segundo de éste. Y cuando se fue, Francini era Kaplún, por supuesto con lo que le agregó en vehemencia, en sonido, lo suyo, lo que tenía adentro. No hay que olvidarse de Tierrita Guisado, nació para tocar con Carlos Di Sarli. Así como fue Antonio Agri para Piazzolla, pero fue el menos tanguero de los nombrados.

«¿Y yo ?... siempre toqué tango. ¡Y en cada lugar!, cabaret y del peor. Así mamé el «yeite».

«En un cabaret del Uruguay me presentaron a Gardel, me saludó y le extrañó que tan joven estuviera tocando allí. También acompañé por unos meses a Malena de Toledo, nos hicimos amigos, ella salía con un compañero mío y yo con una amiga de ella. Para mi Manzi le hace una fotografía, para mi se inspiró en ella cuando la escuchó cantar, porque en realidad tenía una voz aguardentosa, las dos grabaciones que escuché de ella no reflejan su verdadera voz, en público no era así. Y había en ella mucha sensación de tristeza, de alejamiento, incluso solía sentarse sola junto a una mesa apartada. Pero no pasaba de una cancionista de cabaret. Cuando le pedían un bis siempre hacía “Lamento borincano”.

«Hice muchas giras a Europa, muchas veces en Japón y otros países de Asia, fui con Osvaldo Requena, con Carlos García con Néstor Marconi...»

Reynaldo Nichele se enfermó un mes antes de emprender un viaje, nuevamente con Requena con quien discutían mucho y se querían mucho. Y falleció en la misma mañana que el conjunto partió, fue el 25 de abril de 1998.