Por
Bartolo - Francisco A. Hargreaves y la verdadera historia del tango “Bartolo”
ra hijo de un ferretero —tal vez el primero que estableció una ferretería en Buenos Aires—, y tenía ciertos ancestros norteamericanos. Pocos se acercaron a lo criollo con tanta sensibilidad y saber musical.
Había nacido en Buenos Aires, el 31 de diciembre de 1849 (plena época de Rosas) y falleció, joven aún, a los 51 años de edad, el 30 de diciembre de 1900. No alcanzó, pues, a inaugurar el siglo XX.
Se le considera el primer argentino que estrena una ópera La gatta bianca, curioso juguete casi surrealista en el que un mozo se enamora de una gata y, para hacerlo entrar en razón, le ponen ante sí a una mujer vestida de blanco que hasta, para estar en papel, maúlla.
Hargreaves adquirió una sólida formación musical en Florencia, como discípulo del maestro Maglioli. Pero es su obra criollista y nativista la que nos interesa.
En 1874 publicó “El pampero”, polka para piano, a cuatro manos. Sus “Aires Nacionales” comprenden gato, vidalita, décima, estilo y cielito. Elaboró correctos «caprichos» de gato, pero sin hacerle perder al género el sabor criollo.
Se lo tiene por el aulor del tango “Bartolo”, pero sólo es —y no pretendió otra cosa— quien llevó a la partitura para piano una obra seguramente anónima, popularizada, incluso, en diversos países de América. La picaresca letra local enuncia:
Bartolo tenía una flauta
con un aujerito solo
y su madre le decía:
tocá la flauta, Bartolo.
Esta composición, en tres partes, se publicó en su primera edición (que fue nuestra y naufragó, prestada a la revista Que) en 1900, poco antes de morir.
Hace largos años, don Elías Martínez Buteler nos dio una reveladora versión sobre el origen de Bartolo. Nos dijo que su señora abuela había visto cómo, en una isla del Tigre, Hargreaves —que en el lugar había concurrido con una pequeña orquesta de cámara, formada por amigos— llamó a unos guitarreros negros que ejecutaban “Bartolo” en la cercanía de aquel sitio veraniego y tomó, con experta taquigrafía musical, los compases del tango famoso.
Las milongas de Francisco Hargreaves merecen especial atención. Dos de ellas —las tituladas “Tercera milonga” y “Hay de mí”— las presté al distinguido músico Alberto Ginastera quien las ejecutó en un concierto, luciéndose con la novedad. Me costó no poco trabajo recuperarlas.
Hargreaves es también autor de “La rubia”, linda habanera que el maestro Sebastián Piana nos hizo oír en el piano.
El escritor y músico C. Saúl Villar había escrito un interesante estudio sobre Hargreaves, que creemos ha quedado inédito. Rastrear ese trabajo puede ser una importante contribución para poner al día los muy estimables créditos de Hargreaves, y su precursora incursión en nuestra música tradicional, llevada al piano con impecable pericia, conservando el primitivo sabor criollo.
Una foto juvenil de Hargreaves nos lo muestra delgado, de alta frente y ondeados cabellos. Las noticias tradicionales dicen que era un hombre de muy agradable compañía, ocurrente, lleno de oportunos chistes, buen jugador de ajedrez y con una vocecita en falsete, que hacía olvidar con sus chispeantes ocurrencias.
Originalmente publicado en la Revista Desmemoria Nº 6, Buenos Aires.