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El ciruja Tango
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Por
Carlos Achával

Edmundo Guibourg y sus recuerdos con Gardel

.A.: En 1915 el cumpleaños de Gardel tiene ribetes dramáticos...

E.G.: «A la vuelta de la gira al Brasil, con la compañía teatral de Guillermo Battaglia, Gardel celebró su cumpleaños con sus amigos. Era el 11 de diciembre de 1915 y cumplía 25 años. Y a la noche resuelven hacer un farra. Salen cuatro personas: un maestro de porteñismo, que después fue administrador de la compañía Muiño-Alippi, de apellido Abelenda, el actor Carlos Morganti, que empezaba como partiquino, Elías Alippi, que ya era un galán considerado de prestigio, rival de Francisco Ducasse y Gardel. Y se van al Palais de Glace. Allá, un pendenciero borracho se la toma con la flacura de Alippi y empieza a molestarlo, a desafiarlo, a buscar pendencia.

E. Alippi«¿Y quién sale a defender a Alippi? Gardel. Gardel que nunca fue compadrito acepta la lucha. Pero aparecen otros compañeros de parranda del borracho. Gardel acepta pensando que no se «van a ir a mayores». Toman un coche para ir al Armenonville y pasan por Libertador y Agüero, donde los intercepta el coche de los matones. Bajan todos a pelear, suena un tiro y cae Gardel herido. La bala entró en un pulmón, sin orificio de salida. El cirujano no quiso operarlo de ninguna manera, y Gardel aguantó toda la vida esa bala en el pulmón, que no le impidió cantar. Pero seguramente, esa bala dio que hacer en la autopsia de sus restos, dando pie a todo ese infundio de la lucha en el avión, que no existió nunca. Es un infundio mentiroso de Aguilar.

C.A.: Es aquí, a raíz del balazo que Gardel viaja a Uruguay, dando pie a que ahora haya quienes crean que nació en Tacuarembó, ¿no es así?

E.G.: «Sí, Gardel hace una escapada a Tacuarembó para la convalecencia. Allí, se encuentra con el hermano menor del caudillo Traverso, Cielito Traverso, que se había escapado de Buenos Aires porque había matado a un cajetilla en el Armenonville. Gardel se encuentra con Cielito, a quien conocía del comité, naturalmente. Pasa su convalecencia allá —aproximadamente un mes— lo cual explica el conocimiento con gente que puede prestarle ayuda para sacar ese documento falso en el que aparece como nacido en Tacuarembó.»

C.A.: ¿Para qué quería obtener ese documento? ¿Para no ser llamado a pelear en las filas francesas durante la guerra que estaba librándose en ese momento en Europa?

E.G.: «Claro, no había cumplido con la guerra del ’14, era desertor. Quería hacerse ciudadano argentino. El documento uruguayo es totalmente apócrifo.»

C.A.: Esto refuta las afirmaciones del periodista uruguayo Avlis, que sostiene que Gardel nació en Uruguay...

E.G.: «Claro. Avlis es un hombre de buena fe. Pero él, como Tabaré y Matamoros, cuando no han sabido explicar y fundamentar sus teorías, han recurrido a decir que el verdadero Gardel, el verdadero hijo de Doña Berta, murió y que fue substituído por otro chico... Son novelas, todas novelas, llenas de mentiras y de intenciones, sensacionalistas, puramente.»

C.A.: Para terminar con este capítulo, ¿podemos decir que en 1915 empieza su amistad permanente con Gardel?

E. GuibourgE.G.: «Sí, a partir de esa época empieza nuestra amistad entrañable e inseparable, de toda la vida. Por eso coincide nuestro viaje, en septiembre u octubre del 27. Yo iba a hacerme cargo de la corresponsalía de Crítica en París, donde estuve seis años seguidos. A Gardel lo dejo en España, se vuelve a Buenos Aires, después vuelve a París y tiene sus grandes triunfos. Y así recorremos todo el mundo, menos Norteamérica y el interior de nuestro país, porque en esas oportunidades no lo acompañé. Pero sí lo acompañé a partir de Barcelona, Valladolid, Madrid, Sevilla... Y después nos encontramos en París, en Ruán...

«Después nos vamos a Londres. Anduvimos por Roma, por Hamburgo. En fin, por toda Europa. Una Europa muy hospitalaria, muy visitable. Hicimos hermosos viajes, siempre tratando de caminar las ciudades, para conocerlas «a patacón» por cuadra... Con lo cual parecía que él había inventado lo que se llamó, después, aerobismo. Son prácticas que había aprendido él en la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde iba a hacer gimnasia y aerobismo con un empresario, marido de la actriz Camila Quiroga. Y en esas caminatas nos acompañó nuestro querido compañero Juancito Caminador (en este momento de la charla, Guibourg señala una gran caricatura enmarcada que hay en una biblioteca), el poeta Raúl González Tuñón

C.A.: En esos viajes habrá estado en Toulouse...

«¡Sí! Fue dos o tres veces. Dos de ellas, a ver a la madre, que había viajado para visitar a sus parientes. Estuvo en su casa natal y conoció a los familiares de su madre y, por supuesto, lo habrán hecho cantar.

«Ahora le voy a relatar una cosa que me contó él. No puedo precisar con exactitud la fecha, pero ya era un hombre hecho y derecho. Seguramente estaba cerca de los 30 años. Un día me dice:
—Te voy a contar una cosa que no te conté nunca. Estuvo el viejo...
—¿Qué viejo?
—Mi padre.
—¿Cómo, lo viste?
—No. Vino de Toulouse a ver a mi madre, sabiendo que yo soy un artista ya conocido y ofreciendo reparación tardía. La vieja me dijo... Yo le pregunté: —Mamá, ¿qué le contestaste?; Y me dijo que dependía de lo que yo le dijera. Que todo dependía de mi voluntad, no de la de ella. «¿Vos lo necesitás, mamá?» Y me dijo que no lo necesitaba.
—Yo tampoco, no solamente no lo necesito. No lo quiero ver.»
«Se llamaba Paul Lasserre. Con dos eses y dos eres. Lo que te quería decir para que te rieras un poco conmigo, es que... ¿Sabés cómo me llamo? Charles Romuald Lasserre.»
Y le hacía una gracia. «¡Qué fenómeno!» —decía— «¡Qué fenómeno!».

C.A.: ¿Él no sabía cuál era su verdadero apellido, el de su padre?

«¡No! Ahí se enteró. El hombre vino de Toulouse, posiblemente para hacer una reparación de hombre modesto. Era un hombre de clase media, muy correcto, parece. Un poco rústico, hombre provinciano. Seguramente en el momento en que él sedujo a Doña Berta era casado. Y estará viudo cuando vino. No conozco nada más. Nunca profundicé esa historia. Recuerdo esa confidencia pasajera, a la cual no le di importancia y tendría que habérsela dado.»

Gardel y Jacinto BenaventeC.A.: Me gustaría terminar este diálogo con alguna anécdota suelta, del tipo de la que acaba de contarme. Por ejemplo, algo que nos ilustre sobre Gardel como estudioso del tango. Porque hay quienes dicen que se limitaba a cantar y nada más. Y de allí a sospechar que le daba lo mismo cantar tango o cualquier otra cosa, parece que no hay más que un paso. ¿Él teorizaba sobre el tema?

«Le voy a contestar como usted quiere. Con una anécdota. Muchas veces se le ocurrió explicar cosas relativas al tango. Hay un caso muy famoso, es cuando nos invita Don Jacinto Benavente, que acababa de recibir el premio Nobel. Lo encontramos en París, nos invita a almorzar, para profundizar en la letra del tango. Quería conocer las raíces de muchas palabras lunfardas. Y me acuerdo que esa vez Don Jacinto Benavente nos dio una lección magistral sobre lo que era el caló, el calé (que son distintas jerigonzas españolas), el lenguaje de la gitanería... Nos dio lecciones de argot francés, del slang inglés...»

C.A.: Todos equivalentes a nuestro lunfardo...

«Claro. Todo lo sabía él. Hasta quería hablarnos del papiamento del Mar Caribe, la lengua de los piratas y de los contrabandistas. Él mismo nos explicó los orígenes de gayola, de guita, de chamuyo, de fariñera, de bondi. Pero había algunos tangos que no podía descifrar del todo, por ejemplo, no entendía muy bien que «mosaico diquero» que menciona “El ciruja”, fuera una moza desafiante y sabrosa. Fue una conversación que habrá durado tres horas. Al final, después de mucho hablar, cuando nos levantamos de la mesa, me dijo Gardel: «Y yo que creí que era un cantor y resulta que soy un filólogo. ¿Te das cuenta?» Y con ese tema siguió unos cuantos días, buscando en las obras del Siglo de Oro español —en Lope de Vega, en Lope de Rueda, en Cervantes— las referencias que había hecho Don Jacinto Benavente.»

Publicado en la Revista Flash, 1985.