Por
Oscar Bianchi

Diciembre 15 de 2003, cena de tangueros o crónica de un doliente

unque crea que sí, yo no sé si mi infancia fue feliz, pero que es larga, es larga... Tanto que todavía creo en Los Reyes Magos y en Papá Noel aunque, con éste último, desde hace un par de años estoy un tanto alarmado. En vez de venir el 24 de diciembre con su traje rojo y su trineo y sus renos, se me está apareciendo la noche de la cena de Todotango, vestido de elegante sport, perfectamente rasurado, con unos ojitos verdes picarescos y diciendo: "La crónica de esta cena la hacés vos", por todo "regalo". Y encima me deja una tarjetita que dice Director de www.todotango.com.

Así resulta que ahora estoy frente al teclado tratando de hacerle una gambeta al Dr. Alzheimer para recordar que pasó anoche. Lo primero que me viene a la cabeza es que el amanecer del 15 de diciembre me encontró con un hermoso dolor de panza que arrastré a lo largo de todo el día en la esperanza de que fuera pasajero: craso error. A las 20 seguía aferrado como un adicto a mis pobres tripitas a las que traté de rescatar con esa otra adicción argentina que es la "automedicación". Pero les confieso que la Buscapina Compositum no es el mejor aperitivo para un ágape como el que nos congregaba...

Para peor de males a eso de las siete y media, Buenos Aires sufrió el coletazo del tornado de Santo Tomé o algo parecido que hizo descender varios grados la temperatura y terminó desencadenando un chaparrón de aquellos.

Tal vez ese meteoro fue el culpable de la deserción de algunos anotados, lo que redujo la asistencia a no más de cuarenta o cincuenta comensales lo que el año pasado hubiéramos considerado un éxito total pero que ahora, cebados por los resultados anteriores nos hizo sentir un poquito huérfanos, sensación aumentada por la demora ya que tácitamente todos estuvimos de acuerdo en esperar a los más rezagados.

Mientras tanto los consabidos y anhelados reencuentros, besos, abrazos y apretones de manos iniciaban charlas de entretiempo tratando de disimular que todos relojeábamos la puerta esperanzados en la llegada de un malón.


Federico García Blaya, Néstor Pinsón, Ricardo García Blaya y Mario Pino
Entre los recién llegados que saludé estuvo la siempre fresca y espontánea Verónica que me besó dos veces mientras me explicaba que el segundo era de parte de la Mondonguito que así intentaba disculpar su ausencia.

Instantáneamente sentí una corriente de aire frío en la espalda y me volví para ver si se había abierto la puerta pero descubrí que allí estaba el Zar mirándome con toda la calidez de su amada Siberia.

Para zafar opté por saludar con un respetuoso beso a la tía de Verónica quién venía -ahí me enteré- acompañada por su cónyuge, un simpático señor pero un tanto más grande que el Zar.

Por suerte a eso de las diez Arturito decidió que o servía las empanadas o iba a tener que auxiliar a más de uno porque, como es tradición, las botellas circulaban desde el primer momento.

Ahí hice un primer inventario y descubrí que en la mesa en que habitualmente se instalan Ricardo, Federico, Guada y Néstor faltaban los inefables Lucci, Cespi y Ben Molar y otra vez mi panza me impidió cualquier reflexión.

No obstante las ausencias quedaban casi disimuladas por la presencia de Leo Neirotti un cacique mendocino que hace tiempo está radicado en la provincia de Verbania junto al Lago Maggiore, Italia, y que se trajo toda la toldería (eran como doce entre grandes y chicos) donde reinaba la "cautiva rubia" por quién cruza nadando el susodicho lago varias veces por semana.

En otra mesa se habían asentado varios amigos que me fueron presentados por Coco, el Jefe del Ceremonial mientras él mismo se acomodaba en otra donde se destacaba la presencia de Pucherito Chico, es decir Alejandro Medina hijo del célebre Roberto Medina, cantorazo que además creó "Pucherito de Gallina" pieza que todos recordamos en la voz de Rivero.

A Alejandro lo acompañaban Adriana Roldán (de quién ya hablaremos), Dr. Tango, Orlando Castillo y señora. Verónica y sus acompañantes junto con el lesionado José Pedro, Stella, mi consorte, Miguel Durante, mi invitado personal, profesor de Historia que insiste en que el Tango es parte fundamental de la argentinidad, y Alberto Rassore compartieron la mesa conmigo y aprovecharon el pollo y el postre que mi estado de invalidez gastronómica rechazó. ¡Ah! Hablando de José Pedro no quiero olvidarme de decirle: Gracias, Flaco, sin tus apuntes esta crónica hubiera sido imposible.

Cerca de la ventana las infaltables cuñadas de Miguelito Ahumada disfrutaron de la inestimable compañía de doña Elsa Rivas (Sí, la misma Elsita Rivas que en su larga trayectoria fuera cancionista de Ricardo Tanturi) junto con otros amigos.

Y ya empecé a sacar la cámara fotográfica que según José Pedro es "digital" pero sólo porque la manejo con los dedos, nada más. La siempre cálida Soledad del Valle, convocó a Ricardo García Blaya para que reseñara un año más de trayectoria de la WEB y luego rompió el fuego de tangos con "Yuyo verde", "Como dos extraños" y "Al compás del corazón".

Ya calentado el clima se apropió de la herramienta Adriana Roldán que, sin tomarse la molestia de calentar la gola se despachó con una versión tan maravillosa de "Nostalgias" que mis tripas, saltando de alegría me recordaron que habían venido conmigo.

Luego se hizo notorio que esa noche todos preferían los gnocchi al "fierrito" (micrófono) y fue la ocasión que aprovechó Marito Pino para leernos el breve pero sentido mensaje de adhesión y disculpa por no asistir de Adolfo Sozzi, como símbolo de los que también hicieron llegar por la ruta cibernética Betty, Enrique Limonchi, Antonio Benegas, Carlos Gutiérrez, Daniel Beller, H.J. Dobalo, Walter Penfold, Rodolfo Parisi, Miguelito, Jorge Gutman, Leonardo Pérez Varela, Irene, Osvaldo, Aníbal, Jaime Goldstein, José Carvallo (José Carbó), Carlim, elapostol (tal vez para disimular su presencia entre nosotros) y otros que escapan a mi memoria.

Pero también su simpatía habitual se iba diluyendo ante el reclamo del pollito que le habían servido y tuvo que rescatarlo nada más ni nada menos que doña Elsa Rivas que próximamente actuará en "Il vero Arturito" y que con sencillez no desdeñó la invitación de su "ahijada" Soledad aunque nos engañó diciendo "...no me olvido las letras pero sí los tonos..." antes de transportarnos al paraíso de los tangos con "Suerte Loca" y "Parece mentira", éste último a pura garganta porque dejó el micrófono de lado.

Demás está decirles que a estas alturas, mis tripas ya estaban bailando con corte y quebrada, decididas a ser más que meras espectadoras.

A falta de los tangos de Dobalo, las vesreadas de Adolfo y los "souvenirs" de Osvaldo Serantes, fueron Mario Pino y Coco los encargados de las sorpresas: el primero se despachó con unos bien entonados tangos como nos tiene acostumbrados (Senda florida, Recuerdo Malevo y Cuesta abajo) pero además nos obsequió con un poema de su autoría y una clase magistral de cómo se compone una poesía.

Y en cuanto a su Excelencia el señor Jefe de Ceremonial también nos presentó un hermoso trabajo suyo acerca de la Mesa del Tango pero, como corresponde a su jerarquía, se la hizo leer al querido "Chiche" Val, Melena para los gomías.

La misma calidez que reinaba en el ambiente y la insistencia de los comensales, sedujo nuevamente no sólo a Adriana que nos deleitó con "Tarde" sino a Soledad que retomó el escenario para interpretar "Milonguita" y volver a convocar a Elsa para hacer "Cautivo" a dos voces.

Pero Elsita es de raza y no nos iba a dejar con las ganas así que trascartón se despachó con "Nada más" y nos enrojeció las manos ya rotas de tanto aplaudir.

Otra vez sentí un feroz llamado de mis tripas y, al atender la comunicación me recordaron que estábamos en deuda con nuestros aplausos con alguien al que, de tanto apreciarlo por sus obras, casi no conocemos su rostro: don Arturo, el Mago de "Il Vero Arturito". Bastó nombrarlo para que los aplausos y vítores atronaran el salón.

Como no me siento muy seguro para manejar el fierrito se lo volví a pasar a Soledad para que nos despidiera con "Ciego" y "Milonga del Trovador" en adaptación femenina tanto como para que no tiemble Jairo.

Ya las copas de champagne estaban agotadas, algunos amigos habían partido pero no se había acabado la noche. De demostrarlo se encargó Sergio Crotti, el violero que durante toda la velada había acompañado a quién fuera pero que decidió decir "presente" con "Adiós, Nonino".

Y aquí permítanme hacer una acotación. Sé que entre nosotros basta con nombrar a Piazzolla para que las aguas se dividan como si se lo ordenara Moisés pero, y esto corre por mi exclusiva cuenta, creo que si don Astor solo hubiera escrito esta pieza, fanáticos y detractores conformarían un único coro de admiradores.

Agreguemos que para mí "Adiós, Nonino" tiene connotaciones que me afectan en lo personal y que, a excepción de la de Cacho Tirao, no conocía versiones en solo de guitarra, para que todos comprendan por qué mis tripas terminaron por ocupar toda mi cavidad torácica con estrellitas y luces de colores.

Terminó la noche y cuando, ya en el taxi, le dije a Stella "Me parece que esta cena no estuvo al nivel de las anteriores" su respuesta fue como es habitual, dulce y nimbada de amor: "Vos estás loco!"

Para mis adentros me pregunté:¿Yo o mis tripas?
Ustedes ¿qué piensan?