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Por
León Benarós

Villoldo rinde homenaje a Mascagni

oeta, crítico de arte, abogado e investigador de la vida cotidiana y de la ciudad de Buenos Aires. Es miembro de la Academia Porteña del Lunfardo.

En 1911, de visita en Buenos Aires, el notable maestro italiano Pierto Mascagni (1863-1945) dirigió en el Teatro Coliseo su ópera Isabeau. Poco después, Ángel Villoldo (1861-1919) rendía al gran compositor de Cavallería rusticana un homenaje popular, con la edición del tango “Don Pedro” (instrumental) que Villoldo dedicó «al eximio maestro italiano Pietro Mascagni» y que editó en Buenos Aires Alfredo O. Francalanci, con domicilio comercial en la calle Viamonte nº 1702.

En la tapa de la edición, aparece Mascagni en el acto de dirigir su ópera Isabeau, cuya partitura se insinúa en el atril.

La personalidad musical de Villoldo no ha sido todavía debidamente justipreciada. En el pericón nacional que denominó “El granadero”, introduce novedosamente en la melodía el trote de los caballos del escuadrón. En “Chiflale, que va a venir” (tango), utiliza el chiflido como elemento melódico.

Villoldo hizo mil cosas para ganarse honestamente la vida. Fue tipógrafo (con tal oficio aparece en un padrón electoral), cuarteador, payador, payaso de circo, autor de letras para comparsas; hombre-orquesta (había creado un dispositivo que le hacía pender del cuello otra armónica, que tocaba al propio tiempo que una guitarra).

Noble criollo, hombre bondadoso y cordial, nos expresaba el editor Andrés Pérez Cuberes que Villoldo concurría a visitar enfermos y amigos, a los cuales distraía con sus ejecuciones en guitarra.

Ha pasado a la historia del tango con composiciones tan perdurables como los tangos “El choclo” y “El porteñito”, o la letra de “La morocha”, pero fue también un interesante escritor de sabrosos romances populares, vivaces cuadritos de la vida popular porteña, que publicó en Caras y Caretas y Fray Mocho.

Como ejemplo, vaya un fragmento del que titula “Los cabreros”, ilustrado por Juan Peláez, que apareció en Fray Mocho, en el número de la Navidad de 1913:

— Güenas noches, che.
— Pa algunos,
lo qu’es pa mí, no es muy güena.
— ¿Ya empezás con los resongos?
¡Cha digo, que sos cabrera!
— Como que tengo razón.
No se te ve la silueta
desde ayer que t’espiantaste.
— No me vengas con sonseras
que no te llevo el apunta.
Servime pronto la cena
Que traig’ un hambre feroz.
— Al momento, su ex... celencia.
— Dejate de retintines
qu’es lo mejor, Magdalena,
pues ya sabés que conmigo
tenés que andar muy derecha,
porque si no, v’a ligarte
sin quererlo, una “miqueta”.
— Venís pesao esta noche.
— Vengo... como me convenga.
Hacé lo que t’he mandao
y dejat’e cantileras
mirá que traig’ un estrilo
fulminante en la cabeza,
y si seguís machacando
v’a calentarse la mecha
y es fácil de que reviente
la bomba de la pasencia.


Originalmente publicado en la revista Desmemoria vol. 4 nº 16, Buenos Aires.