Por
Gardel, bailarín de tango
l negro, el compadrito y el hombre de los Corrales Viejos, así, en ese orden y entreverados, figuran en las crónicas como los responsables de haberle dado vida a nuestro tango. Un tango que, como danza, cortes, quebradas y alardes coreográficos, nació alegre y retozón en la década de 1870. Un tango que, después, ya más sosegado, comenzó a infundir en quienes lo bailaban un respeto casi litúrgico por esos pasos y figuras que se iban creando despreocupadamente, sin otra intención que la de lucir habilidades y demostrar saber bailarlo.
Y así fue que de un estilo vertical de pareja abrazada nacieron tres constantes: el hombre debe arrancar siempre con el pie izquierdo, bailar hacia adelante sin retroceder nunca, y girar en el espacio en sentido inverso a las agujas del reloj. Y todo esto, llevando a la mujer como a su sombra, acaso «como dormida», con solemnidad, sin darse a los susurros confidenciales y haciendo del baile un fin en sí mismo.
Después, el carácter auténtico de fenómeno cultural popular es el que le aseguró trascendencia. Con el tiempo, la proeza coreográfica se proyectó internacionalmente y el tango pasó a ser nuestro mejor embajador. Basta recordar los nombres de Enrique Saborido, Casimiro Aín, Jorge Martín Orcaizaguirre Virulazo y Juan Carlos Copes, en distintas épocas y sólo por nombrar a los más representativos. Y en este punto recordemos también a Carlos Gardel. Y no precisamente por haber cantado “Bailarín compadrito”, el magistral tango de Miguel Bucino, sino por dos hechos que rescatan a nuestro Zorzal como bailarín, y que por venir a cuento paso a contarles:
Miguel Angel Morena, en su libro Historia artística de Carlos Gardel, refiriéndose a las actuaciones del dúo Gardel-Razzano, en Chile, en 1917, dice lo siguiente:
«El 5 de octubre, en el Teatro Olimpo de Viña del Mar, se presentan los cantores, compartiendo los programas con la tonadillera Roxana. Para hacer más interesante la velada del debut —como grato número extra— Gardel y Roxana bailan el tango “Montevideo” de Roberto Firpo».
Y otro dato, que creo importante destacar, considerando que lleva la firma de Homero Manzi. Luego del accidente de Medellín, el autor de “Milonga del 900” publicó en la revista Radiolandia un homenaje al cantor que terminaba con estas palabras:
«En una de las últimas películas que filmó Carlitos Gardel, en Tango Bar, aparece en un determinado momento vestido con el traje característico de los muchachos porteños de hace muchos años: pantalón a cuadritos y en bombilla, saquito con trencilla, el botín enterizo con un taquito en punta, lengue al pescuezo y funghi a lo Massera. Y allí, muchacho lindo, nos hizo el regalo de un tango canyengue bailado por él. Y Gardel era un gran bailarín de tango. En ese aspecto no lo conocía el público, pero en el ambiente de sus colegas y amigos se lo sabía capaz de traducir al tango, también, el compás decidido de sus piernas, moviéndolas sin alardes grotescos, pero con sensibilidad de hombre conocedor de la simpleza en el sentido rítmico».
En síntesis: ¡Hasta bailando el tango, Gardel era Gardel!