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CREADORES MENCIONADOS EN ESTE ARTÍCULO
Alfredo Dalton
Fernando Ochoa
Fulvio Salamanca
Juan D'Arienzo
Juan de Dios Filiberto
Juancito Díaz
Julio César Sanders
Manuel Pizarro
Por
Carlos Inzillo
Díaz - Entrevista a Juancito Díaz
e dijo: «Yo nací en un pueblo de Santa Fe, Peyrano. Mi padre era empleado del ferrocarril y tenía ese destino. Allí me recibí de profesor de piano, solfeo y armonía. Ya a los 17 años empecé a foguearme en Rosario y en 1940 me llamó para integrar su orquesta
Manuel Pizarro
, veterano embajador del tango en París.
«Al poco tiempo, me convertí en orquestador del conjunto y entonces me llamó mi primo,
Fulvio Salamanca
, que estaba con
Juan D'Arienzo
, para incorporarme a la orquesta que necesitaba tener dos pianistas, dado el gran despliegue que realizaba necesitaba tener cambios idóneos. Pero resultó que D'Arienzo no participaba de la idea, pues al ser familiar de Fulvio ante algún conflicto podía hacer causa común con él. Pasaron los días y por alguna razón mi primo se enchinchó, largó el piano y se mandó a mudar. A la mañana siguiente me vinieron a buscar para que me presentara en Radio El Mundo para tocar con la orquesta. Empezamos a ensayar, entró Juan y me saludó. Pero cuando faltaban cinco minutos para que empezara la audición, entró Fulvio, y me levanté y le cedí su banqueta. Entonces me fui al control para ver como ajustaban el sonido y los micrófonos. Juan estaba asombrado porque yo fui para cumplir sin otro interés. Desde entonces me tuvo cariño. Estuve unos dos años colaborando.
«¿Cómo nació mi apodo, lo del Caballero Solista? Era costumbre de Juan irse toda la temporada veraniega a Montevideo. En ese ínterin cuatro o cinco muchachos se fueron haciendo hinchas míos y me vinieron a buscar a casa. Salimos a caminar y andando por Paseo Colón, cerca de la cortada San Lorenzo llegamos a un local que se llamaba Vieux París. Mis amigos querían que tocara “¡Cómo voy a tocar solo!”, contesté. Pero insistieron y me senté al piano. Y parece que gustó mucho mi programa. Al día siguiente los muchachos vinieron a buscarme por Barracas, porque el dueño del local quería contratarme por cinco mangos por noche. Era 1943, tenía un piano de cola blanco y me mandaban whisky a rolete por los pedidos de temas. La casa me daba un peso por cada uno y como era un importado muy bueno yo tomaba un par nada más, porque si seguía me mamaba y no podía continuar tocando. Pero la barra alentaba y se tomaba mis copas y las minas... ¡qué mujeres! Alguien, no recuerdo quien, salió con lo del Caballero y así continué hasta ahora.
«En el Teatro Politeama tuve mi noche, fue en septiembre de 1951, Buenos Aires me consagró el primer concertista de tango de la historia de nuestra música. La sala estaba repleta con muchas personalidades en los palcos. El recital abarcó cuarenta páginas de oro, entre tangos, milongas y algunos valses.
Juan de Dios Filiberto
, dijo esa noche: «
Juancito Díaz
lleva el tango en los caracúes».
«Uno de mis recuerdos más gratos fue el de las actuaciones por la provincia de Buenos Aires, en embajadas culturales, por Mar del Plata, Tandil y cantidad de pueblos y ciudades. Allí, la figura era
Fernando Ochoa
. Primero salía él con sus versos, luego yo hacía veinte minutos de música y después, Fernando nuevamente caracterizado de su personaje Don Bildigerno. En el final solíamos hacer un bis y yo le hacía un acompañamiento de fondo criollo. Fue todo un éxito y nos recibían con gran cariño. Al morir Ochoa tomó su lugar un gran actor, Santiago Gómez Cou.
«Fui muchas veces al extranjero. Estando en Suiza, en Ginebra, me alojé en un gran hotel. Era una época invernal y nevosa. Le pedía permiso al gerente para acceder a la sala de piano y allí me ponía a ensayar. No me gustaba que entrara nadie, para estar a solas con mis tangos. En un momento, aparecieron dos personas detrás de la puerta. No me gustó en absoluto eso, pero no dije nada. Al ratito me hablaron en español: «El maestro Arthur Rubinstein lo quiere felicitar». Era un enamorado del tango desde que había estado en Buenos Aires. Aproveché la ocasión para decirle: «Maestro, ¿por qué no toca un vals de Chopin para mí?» La emoción fue muy grande y lo primero que pensé fue en tirar mi piano. Después, recapacité y me reía sólo, de agradecido.
«Estando en París, fui invitado por el presidente De Gaulle a Montmartre, barrio donde tenía su boite la famosa cantante Lady Patachou. Estábamos sentados a una mesa con una gente y ella se pone a hacer su show, en tiempos en que andaba en amores con Maurice Chevallier. Después, me anunció, tras cantar, y de una mesa sentí un grito: «¡
Juancito Díaz
, “
La cumparsita
”!» Por fin una voz en español, pensé. Y al rato nomás, gritaron cinco uruguayos. Les mandé “
La puñalada
”. De otra mesa: «¡Algo pa´Chile!», toqué “Las dos puntas”. La Patachou no les cobró nada a esas mesas, un buen gesto. Poco después me dijo: «Yo quisiera que actúe un mes conmigo aquí y después salir en gira por la Costa Azul, junto a Chevallier, los tres juntos». Pero mi Buenos Aires no me dejó. Tenía contratos firmados y a pesar que intervinieron abogados, me quedé con las ganas.
«En Suiza, al presentarme en el Teatro Cour St.Pierre, de Ginebra, empecé mi recital y me silbaron. Así siguió la cosa, tema tras tema. Terminé la primera parte, me mandé otro «wiscacho» y no entendía nada. Más tarde vinieron a saludarme el embajador argentino y muchos periodistas que me preguntaban cosas acerca de la milonga. Ahí me aclararon que el silbido era el signo de máxima aprobación para ellos. Al día siguiente el alcalde me condecoró con la banda de honor.
«En 1942, yo hacía El Chantecler hasta la medianoche y, después, me iba para el Tabarís. Un día, cuando ya volvía para mi casa de Barracas, un tipo se me acercó y me preguntó si podía tocar en una fiesta particular, con un buen pago. Vinieron a buscarme el día convenido en un auto grande. Pasaron por mi barrio y enfilaron para Avellaneda con una comitiva de autos muy grandes. Llegamos a una mansión bárbara y me dijeron: «Allí tiene su piano, maestro». Empezó la fiesta y fue subiendo de tono, con bellas damas. Cuando las papas quemaban, apareció el patrón y me dijo: «Mis choferes lo van a llevar». En el trayecto charlamos sobre viejos tangos. Al tiempo me enteré que el conductor era Ruggerito, el famoso pistolero y su acompañante El Pibe Cabeza. Y la persona que me había contratado, don Alberto Barceló, «el mandamás» de Avellaneda.
«Otra de Europa: yo no cazaba una con el idioma y estaba en la campiña francesa donde no me entendían nada. Una mañana, con un frío terrible, me desperté a eso de las diez y llamé al mozo para que me trajera el desayuno al cuarto. Tras mucha parla y señas, parecía que me había comprendido, porque yo lo que simplemente quería era “feca con chele” y medialunas. Al rato golpeó la puerta: Traía una bandeja con dos botellas de champagne helado. Y bueno, se las tuve que hacer dejar, nomás».
Como compositor nos dejó: “
Ladrón de sueños
”, “Pampa y güeya”, “Tango a Florida”, “Ya te hice el tango vieja” y “
Lloré por los dos
” (vals), entre otros. Una curiosidad fue verlo en el cine como protagonista de la película
Adiós muchachos
, donde en versión muy libre, interpreta al autor del tango que da nombre al film,
Julio César Sanders
. Fue estrenada el 29 de noviembre de 1955, primera película dirigida por Armando Bo, con la aparición del cantor
Alfredo Dalton
, en el rol del amigo íntimo de Julio (
Juancito Díaz
). Dalton, era el reciente ganador de un concurso de cantores cuyo premio mayor era justamente intervenir en dicho film.
Reportaje publicado en la Revista La Maga (28/6/1995).
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