ue contra “Cambalache”. No sólo por la cantidad de estropicios, sino también porque se metió con una de las letras emblemáticas de la poesía tanguera. Y encima la consagró como su versión más famosa.
Quien conoce algo de la historia, sabe que a Enrique Discépolo los tangos no le salían como hongos, ni que los escribía en una servilleta de bar, después de tomarse un par de ginebras.
Trabajaba sus letras con el buril de poeta. Y si algo le obsesiona al poeta es la palabra. Y para el poeta, ninguna palabra es igual a otra, aunque se le parezca.
Puedo imaginarme el momento en que Discépolo tuvo que seleccionar los nombres donde se mezclaban “biblias” y “calefones”, es decir, símbolos opuestos del mundo desquiciado que asomaba allá por los años 30. Es muy probable que Discépolo haya elegido con gran cuidado los personajes emblemáticos de su época (debe haber anotado y tachado nombres una y otra vez) hasta escribir finalmente: “Mezclao con Stavisky, van Don Bosco y la Mignon/ Don Chicho y Napoleón/ Carnera y San Martín”.
Es evidente, que el Varón del Tango confundió a Stavisky (Alexandre, un estafador ruso de alto vuelo) con el músico también ruso Igor Stravinsky. Con ese convencimiento, reemplazó al supuesto Stravinsky por Toscanini (Arturo), un nombre más cercano al oído de su público que el del autor de “La consagración de la primavera”.
De paso, sacó de la lista a Carnera (Primo Carnera, campeón mundial de box en la década del 30, de origen italiano) y lo reemplazó por Carrera (probablemente el billarista argentino casi contemporáneo de Sosa).
Pero ahí no para la cosa. Además del incalificable “se vamo a encontrar” (cuando el original decía “nos vamo a encontrar”), Julio Sosa traiciona la ideología anarquista del viejo Discepolín. En la última de las antinomias, el autor pone del lado de los “calefones” a los que “viven de los otros” y no a los “que viven de las minas”. Es decir, a los patrones y no a los cafishios.