Por
Marcela González
| Pablo Tomasello

Osvaldo Montes y un merecido homenaje

n octubre de 2007, la Academia Nacional del Tango hizo un plenario-homenaje al maestro Osvaldo Montes. En esa oportunidad, el académico Alberto Romeo intercambió una interesante charla con él.

Allí nos enteramos, entre otras cosas, que su apodo surge en los años del servicio militar —que Montes cumplió en la marina— y, especialmente, por haber embarcado en el buque Bahía Thetis con su bandoneón y haber recorrido el mundo.



Esta nota reproduce extractos de la charla y de la película que produjimos para este acto:

«Soy nacido en Rosario (provincia de Santa Fe) y a los ocho años mi padre estaba internado y mi madre acudía todos los días a ayudar a mi papá y, en un momento, me dijo:
—Estás perdiendo mucho tiempo, ¿querés que te compre un instrumento musical?
—Si mamá un piano.
—Hijo, ¡si le debemos a cada santo una vela! ¿Cómo querés que compre un piano?
«A los pocos días apareció mi madre con un bandoneón que había comprado en treinta cuotas de diez pesos por mes. Hubo algún mes que no se pudo pagar.

«Yo nací en la calle Garibaldi 732, tengo como patria fundamental el club Hertz de Rosario. De los muchachos de mi barrio, que eran mayores que yo, recuerdo a Avelino Sánchez, a Petete, a la madre de ellos, a Aurelio. Me llevaban al cine y yo era pibito y compraba por cinco centavos una torta frita.

«Debo agradecer muchísimo a gente que me ayudó, como a Atilio Peceti, que fue el primero que me enseñó el bandoneón. Luego a Don Pedro Caifano, que me perfeccionó. Y no quiero olvidarme de uno, cuando ya estaba en la orquesta de Raúl Bianchi, Don Miguel Martino, me ayudó en todo lo que podía, como si fuese su hijo. Cuando me tocó hacer el servicio militar, vinieron a Retiro a despedirme. Era un primero de enero de mil novecientos cincuenta y cinco.

«Yo iba a Radio El Mundo porque me invitaba Víctor Lavallén y decía: “Hay viene El Marinero, quiere tocar”. Y yo tocaba, hasta que un día apareció un oficial y me levantó en peso. La orquesta era Miguel Caló, después la de Joaquín Do Reyes.

«El momento más brillante de mi musicalidad, fue actuar con Leopoldo Federico y con Julio Sosa. Sentía mucha admiración por el cantor, era un trabajador del escenario. El estar con él me enaltecía, me enorgullecía, también tocar con Federico, con Rossini, eran capos, capos. Lo siguen siendo en la actualidad.

«Grabé mucho con cantores; con Néstor Fabián en la orquesta de Atilio Stampone. Como si fuese mi hermano. Grabé con Alberto Marino, con Floreal Ruiz, con Edmundo Rivero, con Roberto Goyeneche. He trabajado con Alfredo Gobbi, con Miguel Caló, con Mariano Mores y su hijo Nito. También, con Pedro Laurenz, con el Quinteto Real, con Horacio Salgán, mucho con Libertad Lamarque y con Mercedes Simone. No sé a quién no he acompañado en una grabación».

Recuerda con Romeo su participación en Concepto, ese bellísimo long-play de Atilio Stampone.

«Bueno, viví muchísimos años con Alfredo Belusi, cantor de José Basso y de Osvaldo Pugliese. Cuando murió Alfredo, se fue el amigo más grande de toda mi existencia».

Leopoldo Federico recuerda: «Fuimos con la orquesta a Rosario a tocar con Julio Sosa. Estábamos cenando, no recuerdo en qué lugar, cuando alguien dijo que en Rosario había un pibe que toca fenómeno. Lo trajeron a la mesa y era un pibe, la verdad. No recuerdo la edad que tendría, pero le trajeron unos ñoquis, que casi se le caían en las rodillas y, delante de todos nosotros, se puso a tocar. Nos maravilló. Lo que menos me iba a imaginar yo que, con el tiempo, iba a ser mi primer bandoneón.

«Y tenemos un estilo bastante parecido, el de andar transitando de un lado para el otro con distintas agrupaciones. En muchas en las que él toco yo también toqué. Tuvimos un destino similar, de tener que ir a enfrentar de repente y cumplir con un compromiso en una orquesta donde todo era de golpe, sin tiempo para ensayar, de apuro. Y siempre fue al frente con toda la valentía y con toda la humildad. Vivimos momentos muy felices, tocamos juntos, y ahora con Aníbal Arias, está haciendo cosas que son más que hermosas. Estoy muy feliz de participar en este homenaje que tanto te merecés».

Continúa Osvaldo: «¿Hay algo más lindo en el mundo que viajar? Tuve la fortuna de tocar en trece ciudades de las quince capitales de las repúblicas socialistas. Es increíble que sin saber el idioma, la cantidad de cartas que me llegaban, expresándome su afecto.

«Pero no cabe duda de que, no obstante todos los viajes y todas las cosas que he hecho, nada me pegó tan duro como estar al lado de Julio Sosa. Después seguí con los viajes. Fuimos a Holanda, Bélgica, Dinamarca. En Copenhague enseñé a tocar tango, no se puede creer, en una escuela musical bellísima». Además, destaca su actuación en el Museo Smithoniano de Washington.



«Bueno, Japón es casi como mi casa, tengo amigos a patadas. Hemos tocado doce veces, la mayoría con Aníbal Arias. También toqué con Antonio Agri, con Aníbal Marconi, que es uno de los grandes en el mundo. En Japón alguien me gritó: “¡Maestro, es un honor tenerlo en casa!”, y yo me acordé de mi madre que me ayudaba a las tres de la mañana a estudiar el bandoneón».

Horacio Ferrer dirigiéndose al bandoneonista, le dice: «Osvaldo, Marinero querido. Tu nombre es símbolo del bandoneón de nuestra época. Y tu apodo, tan gracioso y tan cierto, es la representación viva del prestigio que has logrado para el tango por todo el mundo. De manera que esta Academia que te tiene como Académico de honor, honrándose a sí misma con tu designación, quiere trasmitirte el beneplácito por tu éxito, y por este homenaje que es absolutamente justificado y merecido. Hermano, Marinero querido».

Nuevamente Osvaldo retoma la palabra: «Hace ya veintitrés años que estoy con la Orquesta de Tango de Buenos Aires y con Aníbal Arias, quien me ayudó muchísimo. Juntos hicimos un dúo por allá, hace tiempo, cuando en la orquesta faltaba alguien y hacíamos una parrilla sin ensayar. Con Arias tenemos posibilidades muy lindas, vamos a ir a París, a hacer tres o cuatro recitales y a Japón por décima segunda vez. Aníbal es mi compañero de música y es mi amigo.

«Me olvidaba de un músico al cual he querido muchísimo: mi padre. Él no sabía nada de música pero me decía, esto está bien, esto está mal y no le erraba.

«Está a la venta el nuevo disco del dúo, en donde ponemos una frase de Carlos García: “Es muy difícil, muy difícil, tocar fácil.” El disco está dedicado a él.

«Tuve la fortuna de tener una familia, se lo debo al fueye. Mi esposa Beatriz, mis hijas Marina, Paula y Celina, todas son un poquito hijas del bandoneón».

Aníbal Arias, muy emocionado, le dice al Marinero: «Estoy orgulloso de participar en este homenaje, vos te mereces esto y mucho más. Te deseo lo mejor y estoy muy agradecido de ser amigo tuyo. Conformamos un dúo que cuando tocamos nos hace vivir un momento especial, nos apartamos del planeta, y nos transportamos a la vivencia del tango, de esos tangos que vos interpretas tan magistralmente».

Finalmente, el maestro Montes, a modo de despedida, nos confiesa: «Lo que más me gustó toda la vida es tocar el bandoneón». Y así, la noche termina con un solo de bandoneón, “Silbando” y luego, en dúo con Arias, con una serie de clásicos que concluye con “La cumparsita”.