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Antiguos códigos de la noche porteña: Taka Taka y Rodríguez Peña
abía corrido un lustro del albor del siglo sin que se produjera el fin del mundo que anunciaron los agoreros. Figueroa Alcorta presidía un país de vacas gordas que hacían abortar algunas conspiraciones flacas. El tango porteño, a espaldas de la vida circunspecta, dejaba de ser asunto exclusivo de los pies y buscaba auditorios para el solo gusto de los oídos.
«Venía de los Corrales Viejos (luego barrio de Parque de los Patricios) y de ser bailado allí por hombres y mujeres que tenían por mitades el arrabal y el campo. Ellos eran por arriba, compadres de chambergo alto y pañuelo al cuello anudado en galleta; por abajo gauchos de facón a la cintura, bombacha y bota. La pueblera y la china se mezclaban en la pinta de sus compañeras de “cortes”, entre el peinado de bucles y la almidonada pollera arrastradiza.
«Salteado entre callejones de un lado y el otro de Puente Alsina, ese tango encontró su auditorio en los cafetines de la ribera del Riachuelo —que los dueños con ampulosidad ingenua, llamaban cafés-concert—, donde se reunía gente de todas las razas, respaldadas por barcos de todas las banderas. Allí el tango de Buenos Aires se hizo universal.
«Los nombres de los cafetines entraban en el cifrado familiar de los parroquianos. Muchos de ellos perdieron lo inscripto en el letrero de la puerta de entrada y fueron designados simplemente por el origen o alguna característica de sus propietarios. Así, Vicente Greco tocaba “en lo de la Turca”, Agustín Bardi en “el café del Griego”, Ángel Villoldo en “lo del Marsellés” y Gardel-Razzano, “en el café del Pelado”.
«Roberto Firpo le contaba, años atrás a un periodista, que fue el primer músico que por 1910 llevó el tango a la Avenida de Mayo, haciendo dúo con el bandoneón de Bachicha Deambroggio: “Era una confitería ubicada frente a lo que es hoy el Pasaje Barolo. Tenía un público de familias, de modalidad más española que argentina, como la propia avenida. Primero fui a tocar solos de piano romanzas, sonatas, valses. Un día convencí al patrón que me dejara tocar tangos en dúo. Se corrió la voz enseguida y llamaban a los mozos con palmadas estruendosas. Pedían a los gritos los tangos de su preferencia, con alusiones confianzudas. El público de familias se hizo humo y el patrón nos dijo que nos fuéramos con la música a otra parte”. “-¿Cómo se llamaba la confitería?”, le preguntó el periodista a Firpo. “Taka Taka”, respondió.
«Cuando consulté algunos escritos, no pude hallarla, nadie la nombraba. Pero la dirección que había dado Firpo coincidía, en cambio, con una confitería llamada “El Centenario”. Cuando lo consulté a Firpo, ya anciano, para que me sacara de dudas, exclamó: “¡Claro, hombre, ahora me acuerdo del verdadero nombre! Pero resulta que había un mozo japonés que apenas se le podía entender y sus palabras sonaban como “taka taka” y así comenzaron a llamarlo al japonés y al lugar, los muchachos gustadores del tango. Entonces, cuando a uno le preguntaban donde iba o donde había estado, respondían: en el Taka Taka, aquella ocurrencia sustituyó el nombre verdadero”.
«La proximidad de la calle Corrientes, con sus teatros y sus cenáculos de artistas e intelectuales, proporcionaba al salón de baile concurrentes de mayor jerarquía y pública notoriedad. “Te espero en Rodríguez Peña” fue una frase campechana de la noche porteña. Y si la categoría se la dio al lugar, en principio, el reputado bandoneón de Vicente Greco, su feliz inspiración de compositor hizo el resto con su melódico y famoso tango que lleva como título el nombre de la calle.»
Aquí finaliza la nota de García Jiménez, publicada en el diario La Prensa en 1972.
En la “Antología del tango rioplatense”, dirigida por Raúl Castelli —editada en enero de 1983—, se expresa que eran tres los salones ubicados a metros de la esquina nombrada.
El Salón La Argentina, denominado igual a la asociación mutualista a la que perteneció y que fuera creada a fines del siglo XIX.
El Salón San Martín, ubicado en la vereda de en frente en el número 344, y al que los concurrentes denominaban “Rodríguez Peña”, que más adelante fuera ocupado por la Sociedad Francesa de Socorros Mutuos y luego por el llamado “Teatro del Arte” y, a pocos metros aún existe la Casa Suiza, donde solían presentarse, también, conjuntos tangueros. Todas estas posibilidades para escuchar nuestra música llevaban a los interesados a citarse en la calle Rodríguez Peña para luego decidir a donde concurrir.
«En el San Martín, los bailes eran organizados por Enrique “El Oriental”, “El lecherito Aín” o “El Pardo Santillán”, secundados por “El pesado Cardillo", hombre de acción. Los lunes se realizaban concursos de baile y de vestuario. Las mejores bailarinas eran “La Chata” y “La Parda Loreto" (veterana profesional que ya era famosa en los prostíbulos de la zona del Temple, antiguo nombre de la calle Viamonte, por 1880). Los sábados y domingos estos bailes reunían a los mejores bailarines de la época.
«Actuaba la orquesta de Vicente Greco, que dedicó su tango Rodríguez Peña a los muchachos del “Salón”, y otro, titulado “María Angélica” para la bailarina de ese nombre. Lo acompañaban a “Garrote”, su hermano Domingo Greco (guitarra) Francisco Canaro y “Palito” Abatte (violines) y “El Tano” Vicente Pecci (flauta). Al mismo tiempo, con el agregado del bandoneonista Lorenzo Labissier (según algunos investigadores), se presentan de lunes a viernes en el café “El Estribo”. Para otros, Labissier, integró el conjunto en ambos lugares. Greco lo consideraba un alumno suyo y a él le dedicó su tango “Lorenzo”.