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CREADORES MENCIONADOS EN ESTE ARTÍCULO
Aníbal Troilo
Carlos Di Sarli
Dimas Lurbes
Félix Verdi
Ismael Spitalnik
José Libertella
Juan Cruz Mateo
Julián Plaza
Julio De Caro
Leopoldo Federico
Leopoldo Thompson
Osvaldo Fresedo
Pedro Laurenz
Pedro Maffia
Roberto Firpo
Por
Norberto Chab
Verdi - El paradigma “disarliano”
erdi es uno de los ejemplos más típicos de compenetración con un estilo determinado. De su larga trayectoria, 26 años los pasó junto a
Carlos Di Sarli
, logrando así una total adecuación al particular modo de ejecución del maestro. Pero antes y después le ocurrieron otras cosas.
«Soy músico porque mi padre, como buen Verdi, se propuso que debía serlo. Fue por eso que me puso a estudiar música desde muy chico. A los seis años ya tocaba el violín con Darío Grassi, un gran maestro. Enseguida el tango me encandiló. Y empecé a tocarlo aún sin saber su idioma.
«Comencé muy joven. Hacia 1930 me mandaron a ver a Ernesto De La Cruz que trabajaba en el café El Nacional, porque necesitaba un violín. En ese momento se le iba
Juan Cruz Mateo
, e ingresé yo como segundo. Así empecé a conocer a algunos músicos, aunque a decir verdad, no frecuentaba el ambiente. Lo curioso es que a mi padre le encantaba que yo tocara. No le importaba que fuera tango o clásico.
«Lo cierto es que una noche vino José Lorito, quien tocaba con
Osvaldo Fresedo
a invitarme a la inauguración de la Casa Ricordi, en la calle Florida. Como yo terminaba a las siete y media de la tarde, tenía tiempo para llegar, porque tocaba
Julio De Caro
y Lorito quería que yo lo escuchara. Yo no sabía ni quien era De Caro, pero me insistió porque se presentaba con su violín corneta y eso, se suponía, debía interesarme.
«Justo cuando llegamos bajaron de un taxi los seis integrantes, eran los hermanos Emilio, Francisco y Julio,
Pedro Maffia
,
Pedro Laurenz
y El Negro
Leopoldo Thompson
. Yo tenía que haber mirado el violín. Pero miré el bandoneón. Había un magnetismo en ese hombre, que se acentuó cuando escuché “
Buen amigo
”, el primer tango de esa noche. Por un lado, el estilo incomparable de la orquesta y, por el otro, el influjo de Maffia. Esto me decidió a dejar el violín y a comenzar los estudios de bandoneón.
«Yo tenía un bandoneón en casa porque mi hermana estaba de novia con un muchacho que tocaba, pero que al fin dejó. Entonces le pregunté si me dejaba el instrumento, y comencé a tocar. Con mucha dificultad por supuesto, porque no conocía el teclado. Pero al final saqué dos o tres piezas, y esa tarde me presenté a De La Cruz pidiéndole tocar el bandoneón. Toqué “Amadeo”, un tango de él y advirtió enseguida que ese era mi instrumento. Entonces me escribió unas escalas para que las estudiara. Cuando terminé la temporada con De La Cruz pasé a la Richmond Suipacha, allí había una orquesta que tenía un bandoneón algo débil y fui yo el que tenía que tirar, aunque en realidad sabía muy poco. Pero en pocos meses me fui solventando.
«Al poco tiempo me apersoné a Maffia, que tenía su orquesta en la Richmond Lavalle y le pedí que me enseñara. Aceptó encantado, pero solamente estuve un mes. Porque como nosotros jugábamos al fútbol en la cancha de Argentinos Juniors, cada vez que yo llegaba a su casa se pasaba el tiempo hablando de fútbol. «Vos jugás bien.» —me decía—, «Maestro, yo quiero aprender.», le respondía yo. «Sí, sí, claro». Pero al rato volvía a olvidarse del bandoneón y seguía con el fútbol. Así no pude aprender nada, lo lamenté mucho, pero la otra pasión podía más.
«Tuve la posibilidad de ingresar a la orquesta de
Roberto Firpo
y estuve a punto de debutar en el Teatro Casino. Pero Nicolás Pepe, también citado por Firpo, me habló de la posibilidad de ir a la orquesta de Roberto
Dimas Lurbes
, a un cabaret. Lo pensamos y nos decidimos por el cabaret (1929). Así trabé amistad con Dimas con quien cenábamos juntos diariamente. Además de esto estuve junto a José María Rizutti y en la Orquesta Típica Novel.
«Un día, Dimas me dijo que había una orquesta en el Café Guaraní, de Lavalle al 900, que tenía ganas de escuchar. Fuimos y cuando llegamos a la puerta yo sentí algo especial, que nunca antes había escuchado. Me gustaba el estilo, la forma, la fuerza. Claro, era Di Sarli. A tal punto me impactó que luego del cabaret me quedaba ensayando según ese mismo estilo.
«Un tiempo después, llegó Pepe con la noticia que Di Sarli necesitaba un bandoneón y que vendría a escucharme. Esa noche me sentí realmente nervioso. Cuando terminamos de tocar se acercó a mí y me citó para un negocio. Así fue como me llamó para integrar su orquesta. Debuté a los pocos días y él se quedó sorprendido porque enseguida me adapté a este estilo.
«Esa orquesta tenía algo que la diferenciaba de las demás. Poseía algo que ya es difícil encontrar, que yo le llamo «fuego sagrado». A mí me gustaba todo: la fuerza que le imprimía en los crescendos, el stacatto fuerte con la derecha, esa manera de comenzar livianito, llegar al fuerte y quedarse en un acorde, mientras arrancan los violines. Yo me identifiqué absolutamente con ese estilo. A partir de 1932, fecha que debuté, sigo admirando plenamente esa forma de ejecución.
«Yo me separé de Di Sarli dos veces. La primera fue en 1941. En aquel entonces formó la orquesta y a mí no me citó. Entonces, decidí formar mi propio conjunto. Ya estaba por debutar con bailes programados y actuaciones en Radio El Mundo, cuando una noche que estaba en la puerta de la radio con
Aníbal Troilo
, se acercó Di Sarli, me llevó aparte y me dijo que me precisaba. En ese momento sentí un orgullo profundo y me olvidé de todo lo que debía hacer. En aquel tiempo entre mis músicos estaban
Ismael Spitalnik
y Ricardo Cannataro. Y como dato curioso recuerdo que terminábamos en los cabarets y nos íbamos a jugar al fútbol a la cancha de Argentinos Juniors, directamente, ¡una cosa de locos!
«Años más tarde, en 1948, tuvimos un cambio de palabras y me fui otra vez. Es que el maestro era un obsesivo de la perfección y era fácil que se enojara cuando había algunas fallas. «Muchachos, ustedes son profesionales.», nos decía. Pero no era cuestión de técnica sino de interpretación. Al tiempo me encontré con
Leopoldo Federico
, que se había incorporado en mi lugar y me dijo: «Yo respeto mucho a tu maestro, pero es preferible que vuelvas, porque sos el que más lo entiende». Le aclaré que todo sería cuestión de tiempo, de adaptación y le sugerí que siguiera hasta amoldarse: «No, esta noche dejo.», me contestó. Yo no le presté mucha atención a esas palabras, pero lo cierto es que dejó de inmediato y la orquesta se desintegró. Hasta que en 1950 me llamó por teléfono. Me dijo que quería volver. Le respondí que me parecía bien.
«Regresé y seguí hasta 1956, fue cuando los músicos abandonaron al maestro. Allí estaban Freddy Scorticati, Ángel Ramos, Luis Masturini y Juan Carlos Matino. Le expliqué a mi amigo Di Sarli que me iba con los muchachos. Así nacieron Los Señores del Tango. Empezamos en la Richmond Suipacha, y recuerdo, que los nuevos músicos de Di Sarli venían a vernos para aprender nuestro estilo. Según ellos, el maestro, en lugar de darle indicaciones les contaba chistes.
«Lo cierto es que, a la vez que él abandonó definitivamente su idea de seguir con una orquesta, yo también dejé la práctica a nivel profesional. Es que ya no había una orquesta para mí. Desaparecido Di Sarli, mi único recurso fue volcarme a la enseñanza del instrumento. Así, seguí hasta ahora».
Es posible que lo haya olvidado, pero en 1958 retornó al conjunto donde lo acompañaron
José Libertella
,
Julián Plaza
, Alfredo Marcucci y Domingo Sánchez. Más de dos décadas juntos, Di Sarli lo absorbió totalmente y
Félix Verdi
supo ser fiel exponente de la personalidad de su maestro.
Extraído de “Tango, un siglo de historia 1880-1980” Editorial Perfil.
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