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El tango, cosa de negros. Juan Carlos Cáceres, un argentino en París.
l multifacético artista Juan Carlos Cáceres cree en la teoría del origen negro del tango, y por lo tanto en el candombe como padre de la milonga, madre a su vez del gotán. Y a esa idea le dedica su nuevo CD, Tango negro, el quinto de los álbumes que grabó desde 1993, siempre en París. Sin embargo, en las catorce bandas del disco van desplegándose varias de las facetas de este artista aluvional, creador compulsivo, notable pianista, cantautor que desborda ideas y salta de los ritmos desaforados —rioplatenses o latinoamericanos— a la confesión íntima de cafe en tarde lluviosa.
Como no cabe en la música, Cáceres también pinta (es profesor de artes plásticas), y junto al lanzamiento de este compacto inauguró en la Galerle Monde de l'Art, en el Barrio Latino, una exposición de cuarenta cuadros que desarrollan el tema de la presunta raíz africana del tango. En algunas de las telas retrata, con su vivaz estilo neofigurativo, a soldados negros o mulatos que combatieron en la guerra contra el Paraguay y que luego reaparecerían empuñando clarinetes y bandoneones.
Cáceres estudió artes plásticas en Buenos Aires (donde expuso años atrás en la galería Van Riel una serie sobre la historia latinoamericana), frecuentó el trombón, se volcó al jazz, y en los 60 se fue a Espafia, de donde pasó a Francia precisamente en mayo de 1968. Sabe contar como nadie el exilio argentino, tal como lo hizo en su tema “Sudacas”, que dio a su vez nombre a otro notable CD, editado en 1995. Cáceres establece siempre un sugestivo juego de distanciamiento y nostalgia. Mientras retrata a los argentinos con la perspectiva de quien pudo alejarse, canta y dice con las inflexiones arrabaleras y las porteñas expresiones de quien en realidad, como Troilo, nunca se fue del barrio.
Entre cachador y sentimental, de verso casual y desprolijo, decidor y ronco, se reconoce seguidor de Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche, evocador de fracasos amorosos y ayeres en los que todo era posible, Cáceres deja revolotear sobre sus temas unas briznas de filosofia, para entregarse en la banda siguiente de cada compacto a algún ritmo frenético o a una profunda marcación tanguera. Con esa paleta se mostró con éxito desde Estambul a Quebec, pero, como es debido, es un desconocido en Argentina. Igual que en su notable CD anterior —Juan Carlos Cáceres íntimo— también en Tango negro hay un rescate de piezas más o menos clásicas, como “Malevaje”, “Como dos extraños”, “Serafín” y “Vuelvo al sur”. El resto es creación propia, empeñosa, por momentos atropellada. Dos músicos del nivel del bandoneonista César Stroscio y del pianista y arreglador Juan Carlos Carrasco contribuyen a esta contagiosa celebración de las raíces, honradas desde el desarraigo.
Publicado en la revista Tres puntos, mayo de 1999.