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Por
Rómulo Berruti

La ñata contra el vidrio (algunos bares del cine argentino - Segunda parte)

ESUBIO
Heladería, pero de lujo. Corrientes entre Libertad y Cerrito, muy próxima al cine teatro Broadway. Todavía existe, aunque convertida en un típico híbrido de comidas rápidas, si bien conserva algunas de sus copas heladas.

Nació al despuntar los 30 y con la arrogancia de esa época: ambientación italiana de factura costosa, espejos biselados, sillas tonet y un vitraux que reproducía el célebre volcán napolitano. La hicieron famosa sus sundaes, copas melba y bananas split, pero también Carlos Gardel, que iba casi todas las tardes.

En el 33, una inspección municipal la cerró por atribuirle la intoxicación de una clienta, que no se pudo probar. El mismo día de la reapertura, Gardel era el primer parroquiano del Vesubio. Su helado más raro se denominaba Friar Inca (nunca se supo por qué) y consistía en tres bochas de chocolate, crema rusa y crema americana, todo bañado con jarabe de chocolate y dulce de leche. Lo disfrutó la actriz Leonor Rinaldi.

ROYAL KELLER
Corrientes casi Esmeralda, fue un local de los cogotudos, o sea los conservadores. Espacioso y muy bien puesto, este café y restorán atrajo un público diferente porque además de las reuniones políticas albergó una peña literaria y teatral. Esta tenía su santuario en el sótano, donde una vez por semana el escritor Alberto Hidalgo presentaba su Revista Oral al parecer con mucho éxito.

Aunque no estaba teñida de ideología, las figuras que participaban era bien grupo Florida: Oliverio Girondo (pocos saben que además de poeta era muy rico), Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández y Ricardo Güiraldes. Un dato curioso que tomé —como varios más— de la investigadora y pintora Ana María Moncalvo, quien también recuerda que en su drama Los muertos Florencio Sánchez incorpora una escena que rememora ese sótano.

LA COSECHERA
Avenida de Mayo 625. Tuvo dos locales más sobre la misma avenida, uno al 800 y el otro al 1200. No iban en general demasiados actores, pero sí autores y críticos (no a la misma hora). Por sus características —café de calidad y buenos productos lácteos— era el sitio ideal para el completo, café con leche, pan y manteca, que tantos almuerzos y cenas reemplazó en el estómago de artistas, escritores y periodistas. Edmundo Guibourg, Agustín Remón —un español de pésimo carácter—, Andrés Romeo, Julio Viale Paz, Carlos Gallo, Martín Lemos eran algunos de los que comentaban los estrenos teatrales para diarios capitalinos.

El ejercicio del humor filoso y zumbón, cuando no abiertamente malévolo, era gimnasia cotidiana en La Cosechera. De allí surgieron muchos dardos lanzados desde las columnas de chismes teatrales. También una rara ocurrencia de Remón: «Quiero viajar al país vasco antes de morirme, pero los pasajes en la línea de vapores Mala Real Británica son muy caros…» «¿Por qué no te vas en un barco italiano que tienen una segunda clase barata?» «Es que la Mala Real es la compañía en que se naufraga mejor…»

LA TERRAZA
Luego Premier, como todavía se llama, ahora convertida en pizzería y cafetería pero siempre en la esquina de Corrientes y Paraná. Fue una casa de comidas de muchísima presencia teatral en las décadas del 20 y el 30. En verano podía ocuparse el piso superior al aire libre, de allí su nombre.

Iban casi todos pero había mesas bravas y temibles. Una era la de Pablo Suero, un brillante periodista de teatro que tenía el alcohol malo y cuando se emborrachaba vivía el clásico proceso Doctor Jeckill y Mr. Hyde. Lo malo es que entonces quería pelear con cualquiera y como era muy rechoncho y de brazos cortitos, asumía unas palizas memorables. En general lo eludían en esos casos y el dueño de La Terraza, Raffeto, le había prohibido la entrada.

Se comían platos comunes, aunque de calidad y bien preparados. Un habitué fue el actor Osvaldo Miranda. Cuenta que una noche de espantoso frío llegó —congelado— el cantante de tangos Carlitos Roldán vistiendo un traje palmbeach, el típico atuendo de verano, pero llevaba guantes. Con malicia, alguien le preguntó: «Carlitos, ¿hace frío?» «¿Si hace frío? ¡Pobre el que esta noche no tenga guantes!»

EL ATENEO
Enfrente y en diagonal al Seminario, un reducto teatral que compartía sus clientes con los demás de esa temática, estaba El Ateneo, Carlos Pellegrini y Perón. Fue uno de los pocos que había copado la gente de cine, en general más dispersa en lo que hace al típico café de Corrientes y más bien aglutinada en la zona de Lavalle y Ayacucho donde siempre estuvieron las distribuidoras cinematográficas.

Pero El Ateneo constituía una excepción y allí nació nada menos que Artistas Argentinos Asociados, la empresa independiente del cine argentino que tiene mitología propia. En torno a esas mesas se juntaban Enrique Muiño, Elías Alippi, Francisco Petrone, Ángel Magaña, Lucas Demare y Enrique Faustín, sus creadores. Allí conocieron al empresario Miguel Machinandiarena, dueño de los estudios San Miguel, que sería vital para sus comienzos.

Los bohemios de El Ateneo lograron rodar La guerra gaucha, Todo un hombre, Su mejor alumno, El muerto falta a la cita, Pampa bárbara y Donde mueren las palabras, entre otras. Con menos fortuna, otros actores y directores planearon en el mismo salón hazañas similares, impulsados tal vez por el pensamiento mágico de que AAA fue un sello generado por el duende de El Ateneo y no por la inspiración, la fatiga y el riesgo económico de quienes lo forjaron. Y se comprende. ¿Para qué nacieron los cafés si no es para edificar castillos en el aire? Se erigieron de a miles en los sitios que este capítulo intentó resucitar.

Del libro: Los escenarios del adiós, editado por la Universidad Nacional de Mar del Plata.