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Por
Enrique Binda
El acertijo de los discos Atlanta
ebemos recordar que en las discografías de placas de 78 r.p.m., el número o combinación alfanumérica que identifica cronológicamente a una grabación es el llamado «número de matriz», el cual se asigna crecientemente a los sucesivos registros en un sello dado. Por matriz, entendemos el elemento físico sobre el cual se grababa cada tema en particular.
En cuanto al propio disco, existían básicamente tres modos de individualizarlo:
a) El más común, era mediante el Número de disco, consistente en un mismo valor numérico con el agregado de un sufijo para cada cara (generalmente A y B). Por ejemplo, 180-A y 180-B. Cada cara era el resultado de prensar la respectiva matriz, a la cual en el momento de grabar se le hubo asignado su número;
b) También fue usado el Número de faz, el cual era diferente para cada lado e incluso podían no ser consecutivos. Por caso, una faz podía ser 65.135 y la otra 65.246. Obviamente, cada cara representaba también en este caso una matriz original distinta;
c) En algunos casos se fusionaban los conceptos de números de matriz y faz, pues cada cara tenía un valor distinto, pero coincidente con el de la matriz. Por ejemplo, una determinada placa podía llevar en cada lado 60.123 y 60.145, ambos idénticos con las respectivas identificaciones de las matrices.
Cuando hace unos 30 años comencé a analizar el caso particular de los discos Atlanta, en principio di por válido el criterio de los investigadores que me habían precedido, quienes tomaban el número de cada cara no como «número de faz», sino «de matriz». Veremos que fue un equívoco.
Hubo algunos motivos que podrían haber inducido a este error:
a) Tales números se repetían tres veces en el disco, siendo perfectamente visibles los impresos en la etiqueta y en relieve en la zona inmediata al fin de la grabación. El tercer modo en que solían aparecer, era burilado a mano en la matriz original dentro del sector a ser cubierto por la etiqueta, notándose como bajorrelieve en ella. Como en otros sellos solían aparecer así los números de matrices, quizá se vio reforzada la creencia de tratarse también de ellas en este caso;
b) Sobre la base de catálogos de época, circulaba entre los coleccionistas una lista en la cual estos números se habían ordenado en modo creciente, observándose bloques correlativos pertenecientes a diversos intérpretes, cosa esperable si se hubiese tratado realmente de matrices.
Esta última observación se basa en la metodología con que se efectuaban las grabaciones. Como llevaba cierto tiempo acomodar a los intérpretes frente a las bocinas, esperar que afinasen, tocasen algún fragmento para «calentar» los dedos y/o garganta, etcétera, una vez que se lograba estar en condiciones de efectuar tomas, se hacían todas las consecutivas posibles para no reiterar pérdidas de tiempo. Que en última instancia, significaban dinero. Pensemos que si se hiciesen entrar y salir alternativamente de la sala de grabación a diversos intérpretes, se reiterarían estos tiempos ociosos sin beneficio alguno, pues los artistas se volverían a «enfriar», habría que volver a acomodarlos y todo lo demás.
Pero todas estas consideraciones, no se correspondían con los números de las supuestas matrices que conformaban el tramo final de la famosa lista. En esta parte, no aparecían más de dos o tres valores sucesivos para cada artista, siendo muy frecuentes casos en que a cada valor le correspondía un intérprete distinto. No sé si otros investigadores repararon en esta particularidad y si lo hicieron, ninguno lo hizo notar.
Comencé entonces a preguntarme qué sentido podría haber tenido variar las modalidades antes descriptas, transformando al estudio de grabación en una especie de romería de ejecutantes entrando y saliendo continuamente de él, cargando sus instrumentos, apretujándose en la puerta y esperando turno amontonados en algún cuartito cercano, para volver a comenzar este absurdo ciclo. Además, había dos series de tales supuestas matrices: la 65.000 con grabaciones instrumentales (bandas, orquestas, rondallas) y la 66.000 integrada por voces (cantores, recitadores, monologuistas).
Eran dos universos artísticos distintos, orientados por ello también a diferentes adquirentes. Siendo matrices, su indubitable característica de crecientes en el tiempo indicaría una inicial saturación del mercado con grabaciones instrumentales (serie 65.000), para luego hacerlo con las voces (serie 66.000). Pero así durante el primer período no se habría ofrecido material a los amantes del canto o monólogos, perdiéndose los adquirentes de este sector. A continuación, se habrían visto saciados hasta el hartazgo, no habiendo mientras tanto nada nuevo que ofrecerles a quienes deseasen continuar adquiriendo temas instrumentales.
Sin embargo, los avisos de época anunciaban simultáneamente discos de ambos tipos, indicando una lógica y previsible coexistencia. Esta realidad colisiona con lo supuesto en el párrafo anterior, que desde luego hubiese sido un absurdo de marketing, pues ningún mercado discográfico funcionó así, ni siquiera en sus inicios.
Absurdo al que, sin embargo, debemos forzosamente llegar si tomamos a tales números como de matrices. Por ello, surgió la conclusión de que algo andaba mal, el enfoque «no cerraba». Debía descreerse de los veteranos coleccionistas e investigadores, descartando tratarse de matrices y considerar a tales números como de faces.
Pero, ¿cómo descubrir si había otros datos que representasen realmente a las matrices? Este interrogante condujo a realizar algo elemental, que por la confianza en mis reputados maestros había obviado, suponiendo el asunto esclarecido por ellos: revisé a fondo los discos y sus etiquetas. Entonces surgió una muy esquiva serie alfanumérica con sufijo z (por ejemplo 186 z), que aparecía apenas visible como bajorrelieve en algunas de las etiquetas y que nadie parecía haber tenido en cuenta. Si bien la pude leer en tan sólo un 40% de mis discos, al ordenarla correlativamente aparecían entrelazadas los seriales de faces 65.000 y 66.000. Denotando ahora sí los verdaderos bloques matriciales, que habían grabado sucesiva y alternativamente orquestas e intérpretes vocales. Con ello, se hallaba por fin una explicación lógica a la comercialización simultánea de los dos tipos de material sonoro.
Persistía aún otro interrogante: ¿por qué el 75% inicial del listado tenía números de faces muchas veces consecutivos para un mismo intérprete, o al menos bloques numéricos para cada uno, en ambas series? ¿Y por qué hacia el final de este primer período de Atlanta (matrices prensadas en Alemania), la lista se volvía un aparente caos?
Una posible respuesta, surge conociendo cómo fue el proceso comercial. El sello salió masivamente a la venta en marzo de 1913, con un extenso repertorio de ambas series (conformando el mencionado 75% del total que se llegó a editar), grabado a destajo desde mediados de 1912. Como la fábrica tuvo a su disposición esta gran cantidad de matrices de cada artista antes de fabricar los discos, no tuvo inconvenientes en numerar las faces con bloques numéricos específicos para los distintos intérpretes.
Qué se quiso lograr con ello no queda claro, pero sí que al finalizar 1913 y durante 1914, al haberse saturado el mercado con el catálogo original, se necesitó dotar al sello de novedades. Por ello, posiblemente las grabaciones finales fueron enviadas en pequeños lotes de muy variados artistas, por lo cual ya no fue posible asignar bloques a cada uno. Y de allí esos saltos en los números de caras, que si hubiesen representado matrices, habrían implicado esas absurdas entradas y salidas del estudio de grabación antes comentadas.
Confirmando que el sistema originalmente elegido provocó confusiones ya en su época, puede mencionarse que los tirajes posteriores comenzaron a lucir además un número de disco en las etiquetas. Lo cual a su vez habrá reforzado la creencia de que las series 65.000 y 66.000 que seguían visibles en los discos, eran matrices.
Se habrá pensado, ¿Cómo no van a ser matrices, si tenemos presente un número de disco? Pero sucede que a veces, la realidad es más compleja y engañosa de lo que creemos. Por suerte, para quienes disfrutamos de resolver acertijos.
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