Por
Néstor Pinsón

Bonessi - Entrevista a Eduardo Bonessi

ememoraba Eduardo Bonessi en alguna charla: «En mi familia varios de mis hermanos tenían afición por la música, pero el único que se interesó por aprender fui yo. A los siete años tocaba el mandolín. Tenía oído. Por suerte mis padres me dieron el gusto y me mandaron a estudiar piano. Por eso a los diecisiete años podía componer algunos temas. Y tangos también, porque aunque se tocaba medio a escondidas, era una música que me llegaba.

«A mi papá no le interesaba saber si el tango era bueno o era malo. Estaba orgulloso de mí por mis conocimientos musicales y eso le bastaba. Y más orgulloso estuvo cuando comprobó que también podía ganar unos buenos pesos con la música. Mi ambición en realidad, era ser el pianista de alguna de las orquestas que en ese momento copaban el ámbito tanguero.

«Tendría poco mas de quince años cuando con Juan D'Arienzo y un bandoneonista que era peluquero, los fines de semana viajábamos a San Andrés de Giles para animar reuniones. Quien nos contrataba nos pagaba cinco pesos a cada uno y la comida y el lugar donde dormir, porque actuábamos sábado y domingo. Entretanto la pasión del canto me atrapaba cada vez más. Me gustaban las voces de los grandes líricos como Tita Ruffo, Enrico Caruso, Tito Schipa y todos los que pasaban por el Colón, no me los perdía.

«Estudié un tiempo con un señor Pedro Paggi. Pero muy pronto advertí que tenía condiciones naturales, aunque nunca quise cantar profesionalmente. Eso sí, cada vez me volcaba más a la voz y menos al piano. Hasta que me deslumbró la posibilidad de ser maestro de canto. Mis condiciones técnicas me lo permitían. En esto fui autodidacta.

«No quiero pecar de inmodesto, pero fui portador de una gran voz. Solamente no actuaba. Eso sí, ya era conocido por mis temas como autor.

«Me comenzaron a llamar maestro cuando un vecino mío con quien nos conocíamos desde chicos, me pidió algunos consejos, se llamaba Pascual Mazzeo (homónimo del compositor), era unos años mayor que yo y tenía una linda voz de tenor, eso ocurrió cuando vivía en la calle Pichincha 118 y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen). Él paraba en un café que estaba a la vuelta, el Café de Los Angelitos. Entre su núcleo de amigos estaban Carlos Gardel y José Razzano y un amigo muy cercano a ellos en aquel tiempo, también cantor, Alfredo Defferrari.

«Cuando Mazzeo le habló de mí Gardel no quiso saber nada: «Estas no son cosas de pibes», dijo. Pero tanto insistió que al final un día se aparecieron por mi casa. Se fueron después de una media hora, por supuesto canté. Después me contaron que Gardel les dijo a sus acompañantes: «¿Ven? Así tendríamos que cantar nosotros». A decir verdad, para encontrar a alguien que cantara parecido a mí, solamente se lo podía encontrar en el Teatro Colón.

«A la semana, me llamaron para que los acompañara en una gira por el sur de la provincia de Buenos Aires, fue por Tres Arroyos y Bahía Blanca. Nunca dejé de llevar un armonio, nos servía para utilizarlo en los hoteles que carecían de piano. Estos viajes por las cercanías duraron varios años. En los retornos pasaba por mi casa para tomar algunas lecciones. Con el tiempo las cosas cambiaron, Gardel viajaba mucho y mi academia, la definitiva hasta hoy en Corrientes 1332, contaba con muchos alumnos.



«Me llevó a España en su primer viaje de 1923 y luego ya no podía pagarme lo que yo ganaba en el conservatorio. Por varios años más, cuando llegaba al país, me llamaba para que fuera a su casa para trabajar la voz. Está demás que lo diga, pero Gardel tenía una voz perfecta, que hubiera podido seguir entera hasta una edad avanzada. Yo fui su único maestro de canto.

«Tuve innumerables alumnos, cito solamente a Hugo Del Carril, Azucena Maizani, Alberto Gómez, Ignacio Corsini —que fue el más estudioso y aplicado de todos—, nunca descuidó los estudios, también Roberto Maida, Teófilo Ibáñez, Nelly Vázquez, María de la Fuente. Entre quienes más me impresionaron por su voz elijo a Alberto Marino y Aldo Campoamor, y ahora mismo me gusta mucho un chico, Abel Palermo.

«Maestros hay muchos y los respeto a todos. Sin embargo es muy difícil saber tratar y saber cuidar a un alumno. Quien continúe con mi obra será Alba, mi mujer. Es cantante, ganó un concurso en el Colón y es muy psicóloga.

¿No cree que cada vez hay menos cantantes interesados en estudiar?

«La escuela de canto no se renueva, los conceptos son siempre los mismos. Pero en los últimos tiempos se impuso una generación de cantantes (de algún modo hay que llamarlos), que han surgido sin ningún estudio. El estudio es la única senda a seguir. No se puede cantar bien sin saber cantar.

«¿Mis recuerdos sobre aquel viaje a España? Sí, Gardel y Razzano viajaron acompañando al elenco teatral dirigido por Matilde Rivera y Enrique de Rosas y mi presencia fue importante, pues diariamente, hacíamos ejercicios vocales.

«Fuimos en un vapor alemán el Antonio Delfino, y allí le hice conocer a Gardel mi primer tango, lo había compuesto en 1912, era “De flor en flor”. Lo escuchó en el armonio y se entusiasmó de tal manera que le pedí a Domingo Gallicchio, que era el secretario de la compañía, que le pusiera letra. Así ocurrió y Gardel lo grabó en España, en 1924, acompañado por José Ricardo y Guillermo Barbieri y, nuevamente, en 1930 (fue el 22 de mayo con las guitarras de Aguilar, Barbieri y Riverol).

«A este tango, más adelante, Enrique Cadícamo le puso otra letra y se transformó en “Desvelo (De flor en flor)”. También Carlos llevó al disco otros temas míos, “Echaste buena”, con letra de Enrique Dizeo (también registrado en España el 26 de diciembre de 1925 con la guitarra de José Ricardo únicamente). “Matala”, el que más me gusta, con letra de Julio Bonnet, quien es autor del tango “Desilusión”, compuesto por José María Rizzuti y que también grabó Gardel. “Matala”, se registró el 1 de mayo de 1930 con Aguilar, Barbieri y Riverol. Y “Amor perdido” que nunca se editó. Sin embargo figura grabado en 1923 con las guitarras de Ricardo y Barbieri, como autores de la letra figuran Gardel y Razzano, aunque es posible que no lo fueran.

«Sí, la lírica es mi gran pasión, en este momento junto a un pequeño hábito que adquirí, beber cerveza mezclada con Coca-Cola. Pero en 1952, estuvo en Buenos Aires Beniamino Gigli, pude estar con él y le entregué una canzoneta que había compuesto. Le interesó y prometió que la iba a cantar en un festival que se haría en honor de Eva Perón, pero falleció y adiós con el proyecto. Sin embargo, un año más tarde, tuve una soberbia compensación, Gigli, en Inglaterra me grabó una romanza: “Notte a Mare”. Un gran halago, pero nunca tuve una copia del disco. Me quedaron una carta suya y una fotografía que también me envió.

«Compuse más de cincuenta temas, “El rosal de los cerros”, “La rodada”, “En mis noches”, “La Boca está de fiesta”, “Viejo cochero”, “Déjenla muchachos” (letra de Francisco Introcaso), los valses “Mi Azucena” (letra de Eduardo Escaris Méndez), “Ocaso gaucho”, “Fibras” y tantos otros títulos.

«Cuando fue la llegada de los restos de Gardel, pude arrancar del féretro unas flores de madera que conservé un tiempo, pero se las regalé a la iglesia de Balvanera, por la yeta, ¿sabe?

«Como anécdota final recuerdo que, por poco tiempo, cuando Carlos andaba con bronquitis, le daba un líquido para inhalar de mi invención que le gustaba demasiado. Cuando no tenía más venía y me decía: «Maestro, dame la papa». No le di más.»

Este trabajo fue compilado de diversas fuentes: reportaje publicado en “Tango, un siglo de historia 1880-1980”, ed.Perfil. Otro presentado en la revista Primera Plana, Nº 331 del 24 de abril de 1969, sin firma de autor. Y nota extraída del libro “Carlos Gardel y los autores de sus canciones”, de Orlando Del Greco.