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Ricardo Ostuni

Medellín, aquella tarde de junio

sesenta y cinco años de la tragedia todavía suele polemizarse sobre sus causas, porque Medellín selló la historia de Gardel con una cuota final de misterio.

El informe oficial sostiene que: «El accidente se debió única y exclusivamente a dos causas íntimamente ligadas entre sí, pero de distinta naturaleza, ajenas al control de las personas que llevaban el comando de los trimotores F-31 y Manizales. La primera es de carácter permanente y se debe a las deficiencias topográficas y aerológicas, propias del aeródromo "Olaya Herrera" de la ciudad de Medellín. La segunda es de carácter ocasional y se debe a un fenómeno aerológico propio del mencionado aeródromo y que consiste en la aparición súbita de una corriente que se ha registrado, generalmente durante las horas de la tarde y que dura apenas unos pocos minutos... El 24 de junio ese fenómeno se presentó unos diez segundos antes de ocurrir el choque con una intensidad 6-7 Beaufort de una dirección suroeste...»



Sin embargo, aún hoy persisten diversas versiones que descalifican lo afirmado en dicho informe. Unas hablan de la supuesta rivalidad entre las dos empresas protagonistas del siniestro: la SACO (Sociedad Aérea Colombiana) y la SCADTA (Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos) o más precisamente entre los pilotos Ernesto Samper Mendoza y Hans Ulrich Thom. Otras se refieren a una eventual disputa entre Gardel y Le Pera (o Gardel y Samper Mendoza), que habría culminado con un balazo fatal en la nuca del piloto.

José María Aguilar uno de los tres sobrevivientes de las llamas, siempre fue vacilante en sus declaraciones sobre el tema. El 6 de junio de 1936 dijo a la revista Novela —Nº 962— que la tragedia sobrevino por una vieja disputa entre los dos pilotos, confirmando así la sospecha más generalizada. Empero Isabel del Valle (en el libro Ser Gardel, Ediciones PXP diciembre de 1990, pag. 22) dijo haber recibido de Aguilar otra temeraria versión: «Yo repito lo que me contó Aguilar... decía que Le Pera —que era el productor— lo hizo cantar a Carlos en un estadio al aire libre y, claro, sin sonido, el público que no escuchaba bien hizo sentir sus protestas... Eso a Carlos lo dejó muy mal de ánimo y decidió separarse de Le Pera... Ambos discutieron en el avión y Alfredo sacó un arma y le disparó un balazo que, en vez de pegarle a Carlos, le dio en la nuca a un tal Samper y así el avión quedó sin gobierno...»



En otro reportaje publicado con motivo del cuarto aniversario del suceso, Aguilar modificó radicalmente sus dichos. Declaró que el avión estaba excedido en carga y que, por esa causa, al aterrizar en Medellín había perdido estabilidad, casi como anticipando la tragedia; que en este aeropuerto se incrementó aún más el peso de la nave con doce tambores de películas que fueron colocados debajo de los asientos, agregando: «Al chocar nadie se movió. Se ha dicho que Carlitos gritó y golpeó en el vidrio. La verdad es que un ala del trimotor con que habíamos chocado se introdujo en el F-31 y descabezó a alguno de sus ocupantes. Pudo establecerse más tarde que a Carlitos Gardel le había cortado ambas piernas y que había recibido otras heridas mortales, de manera que su sufrimiento no debió ser prolongado...»

En el Acta de Levantamiento de los Cadáveres del Siniestro firmada por los doctores Antonio J. Osapina, Luciano Restrepo Isaza, Julio Ortiz Velásquez y Luis Carlos Montoya, se consigna que el numeral 11 corresponde al cadáver de Gardel «hallado boca abajo y pisado por las válvulas de uno de los motores. Tiene una cadena de oro sin reloj, como especie de pulsera en una muñeca. Colgada de la ropa una cadena con unas llaves y una chapita que tiene una leyenda así.- Carlos Gardel, Juan Jaures 735 Buenos Aires... Junto al cantante y quemadas en los bordes se encontraron las partituras originales de “Cuesta abajo”».

Este mismo relato se repite en el Cuaderno Tres del sumario instruido en el Juzgado Segundo Superior de Medellín donde se asentaron los resultados de la autopsia practicada a los despojos de Gardel.

Todas las investigaciones realizadas en años posteriores, insisten en remarcar, como causa fundamental de la tragedia, la rivalidad entre ambos pilotos.

Terencio Spaini —experto colombiano en prevención de accidentes aéreos— publicó en la década del cuarenta sus propias conclusiones al respecto, después de analizar la documentación reunida en torno del accidente y las declaraciones de todos los testigos del caso: «Es imposible comprender lo ocurrido sin tener en claro que los aviones que protagonizaron el drama, pertenecían a dos compañías cuyo grado de competencia era feroz». No se trataba de una disputa ocasional sino que había intereses nacionales de por medio, jugándose «conceptos de patriotismo, de soberanía, de emancipación y, para decirlo en términos de nuestros días, de liberación».

La SCADTA era una empresa aerocomercial alemana —la primera establecida en las Américas y la segunda en el mundo— y respondía a los planes expansivos del nazismo. Ernesto Samper Mendoza por su parte, «no era un hombre cualquiera» sino un pionero y un abanderado del orgullo patrio. «Su sed de independencia lo empujó nada menos que a crear la empresa SACO de su bolsillo».

A causa de estos enfrentamientos el comandante Hans Ulrich Thom de la SCADTA, el 20 de junio anterior a la tragedia, habría realizado en el aeródromo de Techo «una bajada rasante, demostrativa de gran pericia sobre el avión F-31 de Samper Mendoza... Estas especies de fricciones crearon un clima muy especial que hizo que el 24 de junio de 1935 el amor propio y patrio de Samper lo empujara a devolver el susto a su colega alemán lanzándole el avión encima, en una arriesgada maniobra que fue perfecta. Pero intervinieron otros factores y se produjo la catástrofe».

La misma opinión fue recogida por Federico Silva en su Informe Sobre Gardel (Editorial Alfa, Montevideo 1971) de labios del Dr. Gilberto López: «Durante el tiempo que permanecí al servicio de la SCADTA pude observar que había una marcada predisposición de parte de todos los empleados de esa empresa contra el aviador Ernesto Samper. También recuerdo que los empleados Jesús Celis y Jesús Padilla, me manifestaron su temor de que le ocurriera un accidente en Palanquero a Samper y yo presentía que algo le iba a ocurrir, pero parece que el accidente estaba premeditado para que ocurriera en Palanquero y no en Medellín».

Spaini contradijo los dichos de Aguilar demostrando que los aviones no estaban excedidos en carga, pero al igual que aquel habló acerca de un balazo: «La autopsia del aviador colombiano —realizada por el Dr. Tamayo Lemos— mostró un balazo en la cabeza... El disparo vino desde abajo (el balazo estaba incrustado en la cabeza luego de haberle atravesado el maxilar. Aquí se destruye la teoría de que lo dispararon desde atrás o sea desde el interior del propio avión».

Las noticias periodísticas del día siguiente a la tragedia mencionaban que el copiloto del Manizales, Wilhan Furts había sido «encontrado muerto con una pistola en su mano y un cartucho quemado muy cerca» suponiéndose que se habría suicidado ante la inminencia del desastre.

Así lo sostiene el escritor colombiano Mario Sarmiento Vargas (La verdad sobre la muerte de Carlos Gardel, editado en 1945): «los identificadores encontraron el cuerpo del citado piloto completamente carbonizado, con los brazos en alto y en la mano derecha empuñando una pistola de la que había sido disparado un proyectil. El cráneo aunque completamente quemado dejaba ver el orificio donde había penetrado la bala; es decir que ante el inminente e inevitable peligro de morir achicharrado, prefirió suicidarse».

La conjetura de Spaini fue otra. Entendió que «el copiloto (del Manizales) le disparó al F-31 en un gesto de pánico, desesperación o ira, al ver que se le venía encima», sugiriendo que el proyectil habría impactado en el avión atravesando fuselaje, yéndose a incrustar en la cabeza de Samper Mendoza por el maxilar inferior. Por esta razón el F-31 habría caído bruscamente en plena maniobra del ascenso.

En 1991 apareció en Bogotá —Colombia— una nueva edición del libro Carlos Gardel, su vida y sus canciones de Jaime Rico Salazar quien trabajó revisando «los archivos que dejó escritos la Comisión que investigó el accidente. Que de todas maneras son muy deficientes ya que se circunscriben a analizar lo que sucedió aquel día en el aeropuerto y no se salen de allí para investigar lo que pasó anteriormente fuera del sitio de la tragedia». Básicamente repite los mismos hechos narrados por Spaini concluyendo que Samper «no tenía derecho por ningún motivo personal, para efectuar la arriesgada maniobra que costó tantas vidas».



A tantos años de distancia no es posible dilucidar con certeza la verdad de lo ocurrido pero, por la forma en que se produjo la tragedia resulta verosímil la tesis sobre la rivalidad entre las dos compañías y sus pilotos. La pericia técnica firmada por los doctores Francisco Rodríguez Moya, Neftalí Sierra y Epifanio Montoya designados por el Jefe de Seguridad de Medellín, Dr. J. Antonio Rico demostró que la ruta seguida por el F-31 fue de una «continuidad sorprendente» sobre todo por el rastro de la rueda izquierda del aterrizaje que, puede decirse, «es un trazado geométrico perfecto». La máquina describió una sostenida parábola de 30º en dirección del Manizales que estaba detenido frente a los hangares de la SCADTA. No se encontraron marcas de zigzagueos que mostrasen un intento por corregir el rumbo, ni huellas de frenadas. «Por el contrario 180 metros antes del lugar del choque, desaparece la huella de la rueda derecha para volver a aparecer a 120 metros del lugar de la colisión. Vuelve a perderse pero más adelante aparece la huella central de la rueda de cola, como si en el instante de tomar altura hubiera aplicado ésta fuertemente contra el suelo».

En 1984 Horacio Ferrer reporteó en Medellín a Antonio Henao Gaviria el único periodista presente en la caseta de la SACO la tarde del 24 de junio de 1935. Gaviria tenía en la época del reportaje 81 años y una prodigiosa lucidez. Recordó que el F-31 a unos 200 metros de iniciar su carreteo giró directamente hacia el Manizales sin levantar vuelo.

El choque de los aviones, dijo, fue como una bomba atómica que oscureció todo el aeropuerto. Con un extinguidor del batallón de Bomberos roció el cuerpo en llamas de José Plaja salvándole la vida. Esto signó una amistad para siempre. En una de las cartas que periódicamente le enviaba, Plaja desmintió totalmente la existencia de una disputa a bordo.

Al conjeturar sobre las causas del accidente, Gaviria dijo: «Alguna vez Samper, en el batallón Girardó, en una madrugada de parranda, me contó que el piloto alemán Ulrich Thom le había sobrevolado con una avioneta monoclub que tenía, como una provocación y que esperaba tomarse revancha algún día... Yo creo que él (Samper) trató de salirse de la pista y pasarle por encima y como no era muy técnico en trimotores ya que siempre había pilotado avionetas, falló...»

Similares declaraciones de don Antonio Henao Gaviria incluye Rodolfo Omar Zatti en su libro Gardel 544 días finales (Corregidor 1992, pág. 145): «Hacía pocos días, Thom había llevado en su avión al arzobispo de Ibagué, capital de Tolima y al pasar por sobre el avión de Samper le hizo un gesto como diciendo «mira lo que llevo yo; a ver lo que cargas tú»... Ya interpeto que Samper quiso devolverle la broma de días anteriores y en pleno carreteo de su máquina la hizo doblar hacia donde se encontraba su rival para mostrarle la carga humana que llevaba a bordo, pero ante la proximidad de la otra máquina y su poca pericia con este tipo de avión con carga, no pudo levantar y se produjo la horrenda colisión a las 14,56 horas del 24 de junio de 1935».

Testimonios y pericias parecen coincidentes: Samper desvió la marcha del F-31 fuera de la pista, en dirección del Manizales. Todo hace pensar en una temeraria imprudencia antes que en la obra de la fatalidad.

José Plaja secretario de Carlos Gardel durante la gira y uno de los tres sobrevivientes del siniestro, agregó otro hecho prácticamente ignorado en cuanto trabajo se ha escrito sobre Medellín. El miércoles 25 de junio de 1969 —después de 24 años de silencio— accedió a un reportaje del periodista Jaime Sureda Prat de Europa Press publicado en el diario La Verdad de Murcia, España.

Plaja vivía entonces en un pueblito del Ampurdán de Gerona, tenía 69 años y los dedos de ambas manos amputados por causa del fuego. «Me encargaron contratar un avión para que nos trasladara de Bogotá a Calí y me puse al habla con el capitán Morrison (NdA: Plaja menciona a un tal Morrison como el piloto que condujera el F-31 en la escala Bogotá-Medellín. Sin embargo el trimotor estuvo al comando de] piloto norteamericano Stanley Harvey. Plaja concedió en 1981 otro reportaje a Esteban Peicovich para la revista Interviu en el que, básicamente, narra los mismos hechos), un gran piloto que había formado una empresa con un tal Samper, un hombre muy rico y que puso el dinero para comprar dos aviones... La noche de la partida Morrison me dijo que si salíamos de madrugada podríamos hacer el vuelo directo de Calí pues cruzaríamos los Andes sin niebla y no tendríamos que remontarnos a gran altura, lo que nos permitiría llenar a todo los depósitos de gasolina. Pero salimos a las diez de la mañana y con los depósitos a medio llenar, lo que nos obligó a hacer escala en Medellín para repostar... La noche anterior hubo una partida de póquer que se demoró mucho... Salimos tarde por eso del póquer y el piloto tuvo que cambiar su plan, poner menos gasolina porque ya habría niebla espesa y por lo tanto, descender en Medellín...»

La muerte suele clausurar las pasiones, pero no en el caso de Gardel. La tragedia de junio originó arduas polémicas que perduran a sesenta y cinco años de ocurrida, como si se tratase de negar toda explicación que justifique lo inaceptable.

Las autoridades de Colombia siguen sosteniendo que la fatalidad copó aquella tarde de Medellín, pero muy pocos se resignan a creer en ello. Gardel aún muerto, sigue cultivando misterios.

La historia del mundo está llena de acontecimientos que fueron obra de locos, alucinados, visionarios, imprudentes y neuróticos. «Si Milcíades hubiera huido en Maratón y Carlos Martel en Poitiers, la civilización occidental habría sido diferente. Todo habría resultado distinto si Cristo hubiese renegado de su doctrina delante de Pilatos» (NdA: Sigmand Freud El Presidente Thomas W. Wilson. Retrato Psicológico). Tal vez la historia del arte popular hubiera sido diferente de no ocurrir esa partida de póquer y la genial imprudencia de Samper Mendoza.

Originalmente publicado en la revista Club de Tango, Nº 14, Buenos Aires, mayo-junio 1995.