Por
Roberto Grassi

El baile popular o simplemente la milonga

sto es un hecho relacionado con la música ciudadana y que, hace unas décadas, ocupaba bastante tiempo de los muchachos, que buscaban en la danza, recrearse espiritualmente y que para muchos se convertía en un rito gozoso, difícilmente reemplazable.

En los años veinte y en parte de los treinta también, los sitios en los que la gente bailaba eran: los bailes de patio, los clubes de barrio —donde se hacían las reuniones danzantes—, los clubes más o menos milongueros, los salones, las confiterías y las boites. Muchos de estos lugares se prolongaron hasta fines de la década del cincuenta.



Los bailes de los clubes de barrio, tenían características bastante parecidas entre sí. La música era mayoritariamente en base a grabaciones. Algunos llevaban conjuntos musicales chicos, varios de los cuales llegaron más tarde a tener bastante difusión o sus músicos se integraron a orquesta importantes. A semejanza de los grandes clubes tradicionales el horario era: las veladas de los sábados, de 22 a 4 horas. En invierno se anticipaba media hora. La soirée de los domingos en verano, de 20 a 24, y en invierno, de 19 a 21, o poco más. Era común que las mujeres fueran acompañadas por la madre o una persona mayor. Cantidad de parejas se unieron en los bailes. Casi siempre las damas no pagaban entrada.

Los bailes de patio se realizaban en casas con patio amplio y se organizaban a partir de un pozo con monedas que aportaban los participantes y con eso compraban las bebidas. En invierno se contribuía con buñuelos, pastelitos o bien los dueños de las casas preparaban chocolate caliente.

Más atrás en el tiempo, esos patios eran los de ciertos conventillos que los autores se encargaron de hacer figurar en sus sainetes. La música entonces provenía de los fonógrafos, por lo general eran dos ya que uno sólo se recalentaba, además de desafilarse las púas.

A los clubes milongueros concurrían las parejas que bailaban el tango de salón y el orillero, éste se compone de compás, elegancia y figura. El de salón es sólo compás y elegancia. Entre muchos otros y de distintos barrios, los clubes son (porque aún existen): el Barracas Central, de Avenida Vélez Sarsfield al 200; Huracán, de la Av. Caseros; Unidos de Pompeya, de la Av. Sáenz; el Sunderland, de Villa Urquiza. La concurrencia la formaban parejas pero también mujeres y hombres solos. La música en la mayoría de los casos era instrumental pues sólo interesaba bailar y no escuchar al cantor, como si esto los sacara de la concentración.



Las confiterías bailables estuvieron en boga en la década del cuarenta y se desarrollaron en el centro de la Capital. Citaremos: la Nobel, de Lavalle al 800; el Lucerna y El Cairo, en Suipacha al 500, uno enfrente del otro; Sans Souci, de Corrientes al 900; Montecarlo, Corrientes al 1200; Picadilly, Corrierntes al 1500.

Todas las confiterías bailables llevaban una típica y una jazz. Para el tango había conjuntos de segunda línea como Alberto Pugliese, Jorge Caldara, Roberto Caló, Enrique Alessio. Los grandes nombres se asociaban a los clubes más importantes. Había una matinée de 17 a 21:30 horas y la velada de 22 a 4 de la mañana. Los caballeros debían ir con traje o saco sport, pero eso sí, siempre con corbata.

Los presentadores clásicos eran Juan Zuchelli, Federico, Juan Macagno, Daniel Temple (hijo del actor Eduardo Sandrini) .Lo común era la pista central, y en torno a ella se ubicaba el palco para la orquesta y las mesas separadas de la pista por una baranda de metal o madera que contaba con cuatro o cinco entradas para el paso de los bailarines.

Cuando actuaba la típica la luz amenguaba y con la jazz el espacio se iluminaba totalmente. La invitación se hacía por el hombre, de mesa a mesa con un leve cabeceo. Si la mesa de ella estaba distante, el caballero se dirigía a invitarla. Las orquestas hacían tres o cuatro piezas seguidas, a veces más y pasaban a descansar, era la primera vuelta, luego la jazz. Existían una segunda y una tercera vuelta.

En estas confiterías existían las «toilettes» para hombres y para mujeres. Los hombres tenían acceso —si lo pagaban— a un servicio de peluquería, para afeitarse, recortarse el cabello, perfumarse e incluso algunos esmaltarse las uñas.

Los bailes de salón se daban donde hubiera una pista central bien grande, al fondo el escenario para los músicos, las sillas para las damas rodeaban toda la pista. El buffet siempre aparte del salón. Las típicas siempre hacían una entrada más que el jazz. Las orquestas que rotaban por estos lugares eran menos conocidas que las nombradas. Vicente Sassano, la Típica Florida —dirigida por Francisco Martante—, la Típica Polo —dirigida por Raúl Apolo– y otras tantas.



Algunos de esos salones eran el Agusteo, de Sarmiento al 1300; Príncipe George, de Sarmiento al 1200; el 25 de mayo, de Venezuela al 3900; el Mariano Moreno, de Santiago del Estero al 1300.

Y finalmente, un poco más abajo en este escalafón: las glorietas, que tenían las paredes recubiertas por tablitas cruzadas como existían en las casas antiguas, adornadas de plantitas y luces. Sólo para el verano, al aire libre. Estaba la Munich, de Costanera sur; La Colmena, de Av. Forest y Céspedes; El parque colonial, en Lavalle y Bouchard; El Palacio Rivadavia, en Av. Rivadavia 6097.

Insisto con estas definiciones. El tango de salón, es el tango caminado dentro de los acordes musicales, sin perder el ritmo y la elegancia, es el llamado tango liso, fueron maestros en él Manuel Crespo y Juan César Mendieta. El tango orillero es en el que se destacan el compás, la elegancia y la figura. Virulazo se destacó tanto en el orillero como en el tango espectáculo. De ahí derivó el tango canyengue, cuyo creador fue José Méndez, que exagerando sus movimientos incorporó el ritmo corporal. Otro canyengue famoso fue Tarila (José Giambuzzi).

Aunque no despertaban el mismo interés, estaban La milonga candombe (como las de Sebastián Piana y Homero Manzi) y El vals porteño, que deriva del criollo y es el vals para bailar, como “Corazón de oro”, “Palomita blanca”, “Cortando camino” y numerosos más. Con las figuras del tango, pero a ritmo de vals. Importante era como adhería casi la juventud entera, que en muchos casos, formaban barras seguidoras de determinadas orquestas cada una de ellas con su ritmo particular.