Ingresar
Registrarse
Español
English
Deutsch
Português
Sitio declarado de
Interés Nacional
Toggle navigation
Las Obras
Los Creadores
Carlos Gardel
El Baile
Las Crónicas
La Comunidad
La Filmoteca
Por
Mario Bosco
Caminando aquel Abasto…
uena costumbre para el cuerpo es caminar dicen los médicos; pero más sana y mejor idea para el espíritu es caminar el barrio, y si el elegido por la vida es el Abasto, dicen los que saben, mucho mejor.
Y yo iluso de mí, me animé a seguir ese consejo... y para qué.
Quise volver a encontrarme con aquellas mis viejas veredas repletas como siempre de cansados changadores, con pesados bultos como si cargasen sobre sí globos terráqueos, iluminados por lánguidas lámparas que rebotaban sus figuras con variadas formas contra el suelo, como pretendiendo distraerlos de tantos cansancios.
Quise volver a encontrarme con aquellos viejos puesteros, «puntos con pretensiones de canfinfleros», mezcla especial de La Calabria con El Abasto, quienes lucían con nada de humildad relojes con tapa y cadenas de oro colgadas de los bosillos del chaleco; con los viejos tanos changadores con faja a la cintura para evitar herniarse, quienes tenían en sus pausas como única comida, haba cruda, pan y cebolla, pues su única finalidad era traer a los suyos que habían quedado allá esperando el ansiado llamado.
Quise volver a encontrarme, girando por las calles circundantes de Anchorena, Lavalle, Agüero y Corrientes con sus ruidosos bares, fondas y boliches como eran El Progreso, Universal (el de mi viejo), Torino, Chanta Cuatro, Roma, Ideal, El Huevo Duro, La Copa de Oro, El Modesto, Internacional, El Morocho del Abasto, El 580, El de Pombo, El Chacarero, Dellepiane, El Abasto Bar, La Cueva, todos utilizados como oficinas administrativas por consignatarios, puesteros, feriantes y changadores, para pagos y cobros; también los habitaban en sus rincones quinielas, timberos y vagos para ejercer sus trampas; llenas sus mesas de personajes sacados de libros de aventuras fantasiosas con variadas vestimentas de acuerdo a sus tareas, pero casi todos salvo los últimos nombrados, con manos marcadas con surcos de trabajos duros, que iban a darse el único vicio diario permitido: jugar a las cartas con desafíos ya programados por los perdedores del día anterior.
Quise volver a encontrarme con las chatas cargadas hasta el mango y los matungos cadeneros adormilados por el cansancio y la noche, colocados en chanfle sobre Corrientes y a quienes los tranvías al pasarles tan cerca despertaban y afeitaban la trompa si no la levantaban.
Quise volver a encontrarme con el pizzero instalado en cualquiera esquina, quien con un solo grito anunciante de su llegada, lograba como acto de magia reunir en su derredor una multitud de hambrientos laburantes, quienes para no perder tiempo pasaban con sus bultos a cuestas, pagaban y devorando porciones se alejaban tambaleando sus cargas, cual equilibristas en altas sogas.
Quise volver a encontrarme con los quinielas industriales de cuño nacional, quienes recorriendo puestos y bares, lejos de las miradas distraídas de los canas entongados, recibían a su paso sonrientes saludos de los que habían ganado, y de todos papelitos llenos de números esperanzados, pero de escasas futuras realidades.
Quise volver a encontrarme con feriantes de delantales llenos de dineros fruto de las ventas con los que saldaban deudas por cargas recibidas sin firmar papel alguno como algo natural y lógico; sacando guita sucia y mezclada las que iban limpiando, separando y pasándoselas al vendedor, mientras se regateaba el valor final entre insultos mutuos, como si fuera a llegar para los dos el fin del mundo, pero era sólo el último juego hasta el siguiente día.
Quise volver a encontrarme con mi nono Pepe, el único con guardapolvo y cuello duro, caminando por Corrientes con el paco de la venta en mano hacia el banco, como costumbre diaria y habitual, a vista de todos los pasantes como si nada llevase, entrar, dejarlo en ventanilla y volverse a trabajar sin esperar que lo contase, pues no era necesario; todos sabían que nada debía faltar y nada faltaba.
Nada de todo esto encontré y si bien entiendo que así debe ser, pues no se debe ser iluso y pretender volver a tener a aquellos que se quería, ya que la vida enseña que uno vive dejando las cosas amadas, porque los dolores y las penas sólo te dejan cuando ya no sos.
Caminé más lento, cabeza gacha, «pieses» arrastrados y charcos en los ojos, consciente que ya nada iba a encontrar de todo aquello que quería, por más que lo buscase; que así como se fueron nuestros seres amados casi sin darnos cuenta, también a nosotros se nos fue la vida, buscándonos.
Quise volver a encontrarme hasta conmigo... ¿pero ya para qué?
Coco del Abasto
16/05/2002
Mapa del sitio
Las Obras
Letras de tango
Tango música
Partituras de tango
Los Creadores
Músicos de tango
Letristas de tango
Cantores de tango
Cancionistas de tango
Compositores de tango
Quienes somos
Colaboradores
Contacto