El hombre siempre habla del daño que le han hecho,
lo cuenta, lo recuerda con desesperación,
él tuvo un mal cariño, que desangró su pecho,
él tuvo un mal amigo, que lo vendió a traición.
El hombre siempre olvida el mal que ha realizado,
las penas que ha causado, el bien que recibió,
él grita la injusticia, como un desesperado,
pero decirle al mundo su propia culpa, ¡No!
Conciencia…
la conciencia es la que dicta,
la que manda, la que grita,
la que dice la verdad.
Conciencia…
lo demás sólo es palabra,
“cuando la conciencia habla,
es mentira lo demás”.
La palabra es un disfraz
para que las almas “puras”
muestren siempre sus ternuras
pero su infamia, jamás.
Frente a ella me declaro un pecador eterno,
porque pedí más veces amor de lo que di,
porque sentí cansancio de estar junto al enfermo
que cuando yo lo estuve, no se cansó de mí.
Porque frente al peligro, pensé salvar mi vida,
las horas de esta vida, que Dios me regaló.
Y frente a los heridos, me contemplé mi herida,
como si lo importante del mundo fuera yo.