Aquella última flor que me diste
una imagen adornando está.
Es mi viejita, que ya no existe
a quien yo le di la flor de tu maldad.
El corazón hoy se me hace trizas
al ver yo esa maldita flor,
que me recuerda que sólo hay cenizas
de aquello que fue mi única ilusión.
Y hoy con risa despiadada
tú festejas la traición,
¡Qué festín te haces, desalmada!
Por destrozar mi pobre corazón.
Pero breve es la victoria
del que triunfa en la maldad,
ríe, que lejana no es la hora
que tu traición habrás de pagar.
Fue tal el dolor al descubrir tu infamia
que yo creí perdida la razón,
me emborraché, buscando en la caña
un lenitivo para mi aflicción.
Pero hoy comprendo que ese es mi destino
que a Dios su ley se debe respetar,
y sólo a Él pido que en mi camino
a esa ingrata no la vuelva a encontrar.