Como el cóndor que cruza las alturas
y volando en el espacio triunfador,
manejaba el aeroplano que él tenía
confiado solamente en el motor;
de una falla su vida dependía
y afrontaba las nubes con valor,
su pericia temeraria lo impelía
sin pensar que el espacio era traidor.
Cuántas veces la madre le decía:
¡Hijo mío, no volés!
Y la novia suplicante repetía:
Hacelo por mí, si me querés.
Mas los ruegos de madre y noviecita
no escuchaban su ardor y valentía,
y cruzaba por montes y mares
con audacia y gallarda maestría.
Perdido entre densos nubarrones
el jadear del motor solo se oyó,
y luchaba osadamente contra el viento
que a las alas furioso estremeció;
una chispa rasgando los espacios
entre llamas al avión pronto envolvió
y el valiente piloto con sus alas
para siempre en los abismos se perdió.