No sé por qué suspiro,
no sé por qué no duermo
no sé, mi Dios, qué dicha embriaga
mi pensamiento de azul sin fin…
No sé si es que deliro
o es que me siento enfermo,
y es que una voz divina y vaga
canta en mi alma, ¡como un violín!...
Despertad, suaves llantos:
Iris, luz de armiño,
quimeras de tul…
Los paraísos santos
ríen amor niño,
en tu llama azul.
¿Por qué de tanta vida
llego a sentirme muerto?
No sé, mi Dios, qué dicha cálida,
qué pena alegre, qué ansia pueril…
Mi alma vaga perdida,
con rumbo siempre incierto…
¡Y un hada en sueños de mano pálida
vierte en mi lecho lilas de abril!
Y pues tus ojos, sin duda alguna,
Divina Esfinge crepuscular,
¿son los que enferman de unción de luna
mi solariego jardín de amar?…
¡Qué amor nos ciña cadenas tiernas,
que en nuestras misas palpite Dios
y en un latido glorias eternas
sinteticemos ebrios los dos!...
¡Citas, besos y suspiros,
góndolas y un lago en calma,
luna llena en los retiros
y mucho sol en el alma!
¡Ama! Tan sólo un minuto
ríe la felicidad,
¡mas ese instante absoluto
bien vale la eternidad!