Murallón

Sobre la piedra gris del murallón
dejé grabado en mi lejana infancia:
“José quiere a María de los Angeles”,
y abajo atravesado un corazón.
Cuantos sueños de azahar y de jazmín,
cuánta agua de cielo en las veredas
donde caracoleaban los barquitos
hechos con el cuaderno “San Martín”.

He vuelto con la frente ya arrugada
al sitio del amor donde se vuelve…
Teñido de nieve aquel mechón rebelde
que tu mano tan breve detenía.
¡Dónde está, dónde está tu mano alada
de palomita muerta que acaricia
la frente de los ángeles, María!...
¡Dónde está, dónde está tu corazón!...

He vuelto al murallón con triste afán,
ya los barquitos de papel zarparon…
Ya no hay más agua de cielo en las veredas
y en la piedra los nombres ya no están.
Otros niños volvían a ensayar
con carbón nuevos nombres de mujeres,
y se rieron de este hombre flaco y viejo
que al mirarlos se puso a lagrimear.