Aviones, lanchas y yatchs
y automóviles lujosos
refinados, caprichosos,
gustos de niño exigente;
todo diste displicente
en un momento mejor.
De nada sirvió el amor
brindando por mil mujeres,
no pediste pareceres.
Te burlaste hasta de Dios.
Pendenciero bravucón,
tuviste fama de guapo
y ya te queda un harapo
de lo que fue un corazón.
Por llenarlo de emoción
lo jugaste en la vida
como una ficha perdida
en el piso de un salón.
Y qué te quedó varón
de todo lo que ha pasado.
Un recuerdo prolongado
que te invade el corazón.
Los años en sucesión
se vengaron elocuentes
surcos hondos en la frente
grabaron tu pesadumbre
y como una incertidumbre
a la suerte evocas hoy.
En el retiro obligado
de tu hacienda lugareña
pareces la contraseña
de lo que fue tu pasado.
Sos un fósforo apagado
y lo que fue llama un día
quedó en la melancolía
de un amor no olvidado.