Pedía permiso la noche
para sombrear la vereda,
cuando detrás de tu nombre
lo incierto golpeó mi puerta.
Fue en octubre, primavera,
en una tarde cualquiera;
dos miradas, dos sonrisas
y un diluir de fronteras.
A lo humano del abrazo
no concurrieron las deudas,
ni los pleitos, ni otra historia
más de la que allí naciera.
La vida mostró la cara
en mujeres y poemas,
desafiantes peregrinas;
de las palabras, obreras.
Y aunque el lenguaje fue terco,
no pudo con su barrera;
hablaron ojos, y manos,
y la emoción dio una fiesta.
Las flores de mi jardín
pintaron de lentejuelas
tu fina curiosidad
y tu sensible manera.
El humito del carbón
ya augura las complacencias;
la mesa espera servida,
una guitarra resuena.
Una noche inolvidable;
el cielo, pleno de estrellas,
va burlando las distancias
y la amistad se hace dueña.
Pero... ¡quién lo hubiera dicho
que el tango tanto pudiera!
Para Elizabeth W. Garber (hermana del corazón loco)