Me dijiste temblando... ¡mañana a las ocho!
te miré suplicando, por Dios, la verdad...
y tus ojos decían que sí, que vendrías
¡no quise dudar!
Luego, un beso me diste... lloraban mis ojos
un sollozo tan lleno de felicidad
al pensar que a mi lado de nuevo volvías...
¡mi amor, ten piedad!
¡Mañana a las ocho!
el eco bendito de tu voz...
llenándome el alma,
tocando las fibras de mi corazón...
¡llegaron las ocho!
sentí de las campanas su canción
y ellas me trajeron muerta mi ilusión.
Han pasado dos años de aquella mentira
que dijeron tus labios pa’hacerme sangrar...
aún te veo temblando y yo sollozando
¡de felicidad!
Esta llaga que abriste tortura mi vida
es un algo tan fuerte que anuda mi hablar
que me está consumiendo... pues vivo llorando...
¡por tu falsedad!