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Carlos Gardel, su encuentro con el tango
os hechos marcan la niñez y la adolescencia de Carlos Gardel, uno personal y uno histórico. En lo personal, que fue un músico nato, instintivo y natural, dotado de un talento muy especial, y con el instrumento ideal para exteriorizarlo, su magnífica voz. El hecho histórico es que vivía su infancia y su adolescencia en Buenos Aires exactamente en la época del auge del tango.
Nacido en 1890, y residente en la capital argentina como niño inmigrante, completamente “argentinizado” desde 1893, sus primeros años coincidían con la eclosión del tango como baile popular y, desde luego, con el desarrollo de la música que acompañaba el baile, que no tardó en convertirse en una de las más ricas tradiciones del siglo veinte. Hay testimonios fehacientes de que el joven muchacho, “El Francesito”, más tarde “El Morocho del Abasto” —como lo apodaban sus compañeros—, aprendió a bailar el tango y que lo bailaba muy bien. Sin embargo, el baile es una cosa y la música es otra. La íntima conexión entre Gardel y el tango no se estableció sino años después, y por varias razones.
Cronológicamente, como se sabe, los orígenes del tango se remontan alrededor de 1880, cuando el baile se cristalizó, probablemente, en los arrabales al sur de la flamante Capital. La fusión de la milonga y la mazurca y la habanera, el rol de los compadritos, las influencias coreográficas del candombe, el medio social pobre y marginal. Puede afirmarse que la década de 1880 es la década fundamental, y que en la década de 1890 (o sea los años de la niñez de Carlos Gardel en los conventillos) ya se perfilan los comienzos de una tradición musical, con la composición de los primeros auténticos “tangos”, la formación de los pequeños conjuntos instrumentales que tocaban en los bailes y la aparición de las primeras partituras.
En sus años escolares, el tango experimentó su despegue definitivo. La década clave, es la de 1900. Los grupos musicales comienzan a granjearse una gran reputación local, el bandoneón y el piano se incorporan definitivamente a la línea instrumental, aparecen las primeras “estrellas” y se efectúan las primeras grabaciones fonográficas. Desde 1903 en adelante, los conjuntos de tango tocan todas las noches en los cafés de La Boca, un episodio admirablemente evocado en la autobiografía de Francisco Canaro.
Sabemos poco o nada de las andanzas porteñas del adolescente Carlos Gardel, pero sería extraordinario que no hubiera escuchado a los músicos de La Boca, dada su naciente pasión por la música. Si fue al teatro (desempeñándose como utilero) para escuchar a Titta Ruffo y a otros gigantes de la lírica, es difícil pensar que no haya ido a los cafetines de la ribera para escuchar a Canaro, a Greco o a Firpo. Sus melodías eran difundidas en todas partes por los organitos, el tango ya se respiraba en la atmósfera porteña. Gardel, seguramente, estaba totalmente consciente de esta música novedosa. El tango lo rodeaba.
Pero no el tango-canción. Para un muchacho con la aspiración de ser un cantante popular otro género le ofrecía un futuro bastante más prometedor: el folclórico. El proceso más dinámico en el teatro porteño en las primeras dos décadas del siglo veinte fue la incorporación del folclore al varieté. Las canciones folclóricas ya habían tenido una acogida calurosa en los circos y los comités políticos de la época, especialmente en los del Partido Autonomista Nacional (frecuentados, por el adolescente Gardel). Al formar el dúo con el uruguayo José Razzano, a fines de 1911, Gardel ya tenía una excelente reputación como cantor folclórico en su barrio del Abasto y, seguramente también, en otros barrios.
Es significativo que el sello Columbia lo haya llamado en 1912 para grabar una tanda de canciones. A principios de 1914 el flamante dúo Gardel-Razzano apareció por primera vez en los escenarios porteños, con un repertorio enteramente folclórico. Durante los próximos diez años Gardel y Razzano figurarían entre los artistas más cotizados del varieté argentino. Su éxito, fue un reflejo de una tendencia cultural más amplia: el folclore que daba señales muy fuertes de transformarse en la música popular hegemónica de Buenos Aires, iba a ser desplazado en gran parte por el tango, y muy pronto, pero eso no era tan obvio en la década de 1910. Ningún profeta intuyó que ya estaba llegando la deslumbrante Época de Oro del tango.
El tango, por el momento, le ofrecía poco o nada a un cantante exitoso como Gardel. Por meritoria que haya sido la labor anterior de Ángel Villoldo y otros, una verdadera tradición del tango cantado no se había establecido. Hacían falta letristas y letras con argumentos redondeados y con su propio temario. No cabe la más mínima duda de que el hombre que hizo el aporte fundamental a la creación del tango cantado fue Pascual Contursi. Como dice José Gobello: la historia del tango se divide fundamentalmente en dos etapas: la pre-contursiana y la post-contursiana. Fue Contursi, en efecto, quien empezó a redactar letras completas para acompañar ciertos tangos instrumentales ya existentes.
A mediados de la década de 1910, Contursi residía en Montevideo, defendiéndose como cantor-guitarrista. De cuando en cuando (a partir de 1915) Gardel y Razzano cumplían ciclos de actuaciones allí, donde se toparon con Contursi, seguramente en algún local nocturno. En algún momento, en enero-febrero de 1917, Contursi le mostró a Gardel la letra que había redactado para el tango “Lita” de Samuel Castriota, incorporando uno de los temas primordiales de los tangos del futuro: el amante abandonado. A Gardel le gustó la canción y la estrenó en Buenos Aires pocos meses después, con el título de “Mi noche triste”. Tradicionalmente se ha afirmado que el estreno se verificó en el Teatro Esmeralda, uno de los reductos del dúo Gardel-Razzano. Pero entre enero de 1917 y abril de 1918 el dúo no actuaba en aquel teatro. De acuerdo con la cronología minuciosamente establecida por Miguel Ángel Morena, parece muy probable que Gardel la cantó por primera vez en el Teatro Empire, otro reducto del dúo, durante una serie de actuaciones, desde fines de julio hasta principios de septiembre de 1917. No sabremos nunca la fecha exacta, pero Gardel debe haber grabado la canción poco después, ya que hacia fines de septiembre, el dúo se ausentó de Buenos Aires para realizar una pequeña gira por Chile. El disco se puso a la venta en enero de 1918, y fue un éxito rotundo. Otra indicación fuerte de la popularidad de la canción es que, a fines de 1917, la orquesta típica de Roberto Firpo había grabado un instrumental de “Lita”, con el título de “Mi noche triste”.
Pero por importante que haya sido el lanzamiento de “Mi noche triste” como el momento clave del nacimiento del tango-canción, el triunfo del nuevo género no fue de ningún modo instantáneo. Gardel seguía siendo, esencialmente, un cantor folclórico. La música folclórica todavía estaba en pleno auge en el teatro.
Las actuaciones y grabaciones del dúo Gardel-Razzano le suministraron a Gardel una renta más que aceptable, asegurándole un estilo de vida que no iba a variar mucho durante el resto de su vida: veladas alegres con sus amigos en los cafés de Buenos Aires, excursiones dominicales al Hipódromo Argentino de Palermo.
La voz de Razzano no se adaptaba bien al tango. El repertorio del dúo no cambiaba en lo fundamental. Pero poco a poco la veta folklórica se estaba agotando, mientras el tango ganaba terreno en el gusto popular. Había cobrado un nuevo ímpetu con su triunfo espectacular en Europa y Estados Unidos en los años 1913-14. Ya estaba en marcha un proceso de perfeccionamiento musical, simbolizado especialmente con la formación de las clásicas orquestas típicas de la “Guardia Nueva” —una brillante eclosión musical que hizo inevitable la consolidación de una forma cantada del tango como complemento esencial de la forma instrumental. Gardel se adaptaba paulatinamente a esta nueva realidad cultural. Es parte de su genio saber adaptarse.
Al principio, el repertorio de tangos con letra fue muy limitado. Era indispensable aumentarlo. Previsiblemente, Pascual Contursi aportó su cuota. Su “Flor de fango” fue el segundo tango que grabó Gardel (1919) y agregó otro tema primordial a la naciente tradición, el tema de la muchacha pobre que se pierde en la vida de los cabarets, el champagne y los hombres ricos e inescrupulosos. En 1920-21 surgieron otros letristas importantes, entre ellos Celedonio Flores y Francisco García Jiménez. El talentoso Enrique Delfino, mientras tanto, estableció la pauta formal del tango-canción (dos estrofas de dieciséis compases, repetidas en la secuencia A-B-A-B) con su colaboración con el letrista Samuel Linnig en la inolvidable canción “Milonguita”, que figura entre las grabaciones de Gardel en el año 1920. Dada la calidad primitiva de la grabación, es una auténtica tragedia que Gardel nunca hizo una segunda versión después de la llegada del micrófono en 1925.
A principios de la década de 1920, también, otros cantantes se sumaron al tango. Ignacio Corsini, ya un galán célebre en los escenarios porteños, se inició con “Patotero”, en mayo de 1922, cantándolo en el Teatro Apolo. Al año siguiente, en el Teatro Nacional, Azucena Maizani estrenó “Padre nuestro”. Gardel ya no estaba solo. Su viraje definitivo hacia el tango se refleja en las cifras de sus grabaciones. Entre 1917 y 1921 Gardel grabó solamente 17 tangos (de un total de 41 grabaciones, excluyendo las que hizo con Razzano). En 1922, 20 tangos (de 29 grabaciones) y en 1923, 33 tangos (de 44 grabaciones). No cabe duda de que estaba respondiendo a una creciente demanda por parte del público. El tango ya había conquistado el corazón de los porteños.
Al convertirse en un cantor de tangos, Gardel fue el hombre apropiado, en el lugar apropiado y en la época apropiada. Con la disolución del dúo, en 1925, la ruta quedó completamente despejada. Gardel estaba en camino a su destino definitivo. El resto es historia. Es de suponerse que en 1925 Gardel no intuyó las dimensiones de su fama posterior. No sabía que su encuentro con el tango iba a transformarlo en una leyenda. Pero fue así.